miércoles, 19 de marzo de 2008

Historia de la Predicación


Brevísima Historia de la Homilética y la Predicación


Introducción
El nacimiento de la Homilética de ninguna manera tiene que verse como un evento post cristiano. Una lectura rápida de la historia nos notifica y nos señala las raíces de la homilética, en la predicación hebrea y en la retórica antigua. De manera que la predicación, tal como la conocemos hoy, bebió inicialmente de dos fuentes. En la primera fuente, los profetas juntamente con los escribas, deben de ser considerados como los exponentes más elevados de la predicación hebrea. El legado de ambos es innegable. Por su lado, la retórica antigua empezó a gestarse en Sicilia alrededor del año 465 a.C. con Corax y Tisias, su discípulo. La retórica griega también tiene mucho que ver en la formación de la homilética. En este punto, Aristóteles (384-322 a.C.) y su Retórica, tienen una gran cuota de aportación. La obra del filósofo griego fue una de las más grandes en el mundo antiguo. También debe de resaltarse la contribución de los retóricos latinos. Entre ellos encontramos a Cicerón (106-43 a.C.) y su obra De Oratore y Quintiliano (35-95 d.C.) con Instituciones Sobre Oratoria. De la simbiosis de ambas fuentes del ‘arte de hablar’, en un proceso que duró algunos siglos, emergió la Homilética cristiana, llegando a convertirse en el arte de la predicación bíblica y cristiana (Turnbull, 1968, p.50).

La predicación en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, la predicación tiene que ver directamente con la proclamación pública del evangelio del Reino. Este evangelio no es un simple discurso religioso, es el plan divino de salvación ejecutado a través de Jesús, el Hijo de Dios, que ha sido dado gratuitamente a la humanidad caída por causa del pecado. Tal como lo menciona el Nuevo Diccionario Bíblico Certeza[1], ‘La predicación no es una desapasionada recitación de verdades moralmente neutras; es Dios mismo que aparece en escena y enfrenta al hombre con una demanda de decisión’. Hay rasgos muy marcados que retratan y caracterizan la predicación neotestamentaria[2]: (1) posee un ‘sentido de compulsión divina’, es decir, los predicadores sienten una carga enorme por predicar el evangelio (cf. Mrc. 1:38; Hch. 4:20; 1 Cor. 9:6; 2 Tim. 4:2). Pablo por ejemplo se siente esforzado a hacerlo, sobretodo, donde otros no habían llegado (Ro.15:20), y; (2) en la predicación del Nuevo Testamento se puede notar nítidamente ‘la trasparencia de su mensaje y motivo’. No solapa ni concede espacios a la palabrería, la demagogia, la ‘sabiduría de palabras’, ni para la excelente y vacía retórica del predicador (cf. 1 Co. 1.17; 2.1–4). En la predicación no hay astucia ni adulteración (2 Cor.4:2). Los predicadores del Nuevo Testamento no rehúsan predicar ‘todo el consejo de Dios’ (Hch. 20:27).

La figura principal de la predicación neotestamentaria es sin duda Jesucristo mismo. Nadie puede opacar la luz dominante de su presencia en la predicación. Jesús es un predicador itinerante que se desplaza y predica por aldeas, ciudades (Mt. 11:1), casas (Mt.9:10; 9:23; 9:28; 13:36; 17.25; 26:6) e incluso sinagogas (Mt. 4:23; 9:35; 13:54; Mr.1:39; 6:2; Lc.4:15; 4.44; 6:6; 13:10; Jn.6:59; 18:20). El núcleo de su mensaje es evangelio del reino de Dios[3] (Mc. 1:14; Lc.4:42, 8:1, 9:10), pues se convierte en la columna vertebral de su kerygma[4]. Junto a la figura de Jesús aparece también la de Juan el Bautista, un predicador a la medida de los profetas, que no tiene ningún reparo en confrontar al mismo Herodes (Lc. 13:32) y también a su pueblo (3:2, 7-10). Él era la voz que habría de clamar en el desierto, tal como lo había profetizado Isaías (40:3, cf. Mt.3:3). La predicación de Juan el Bautista tiene un fuerte énfasis en el arrepentimiento y es una protesta contra el falso orgullo judío que se sostenía en su ascendencia abrámica. Su misión era la de ‘enderezar vereda’ y preparar camino para el ministerio de Jesús. Un tercer grupo de predicadores está conformado por los apóstoles. Ellos le dieron ‘prioridad al ministerio de la predicación’ (Stott, 2006, p.15; cf. Hch. 6) en vez de diluirse en asuntos administrativos, que eran importantes, pero al fin una tarea a la cual ellos no habían sido llamados[5]. El primero de ellos en aparecer en el libro de los Hechos, es el apóstol Pedro. Lo encontramos en el capítulo 2:14-42, luego en 3:12-26; 5:29-32 y 10:34-43. El apóstol Pablo también desarrolla un rol preponderante en la predicación apostólica del Nuevo Testamento. La primera vez lo encontramos dirigiéndose al pueblo de Antioquía de Pisidia, dentro de la sinagoga (Hch. 13:23-41). Más delante lo veremos predicando una y otra vez en sus viajes misioneros.

La predicación en la iglesia primitiva y el periodo patrístico
Al parecer la predicación en la iglesia primitiva fue influida poderosamente por el método de predicación utilizado por los escribas y los ancianos de la sinagoga. La presentación del evangelio constituyó una homilía simple y rústica. Pero más adelante, después de que el evangelio fue presentado a los gentiles, se pudo notar que:
Gradualmente la forma del mensaje empezó a cambiar. En poco tiempo, bastantes retóricos preparados estuvieron entre los creyentes y algunos de ellos respondieron al llamado divino a predicar. El evangelio fue ahora presentado en formas ya familiares a estos predicadores. Las reglas de la retórica empezaron a remodelar la presentación del mensaje Cristiano (Turnbull, 1968, p.51).

Entre los principales predicadores gentiles -entrenados en la retórica, convertidos al cristianismo y llamados a la predicación- podemos mencionar a los siguientes:

Clemente de Alejandría [160-220 d.C.] quien era un muy buen conocedor de la retórica griega.

Tertuliano [150-220 d.C.], al igual que el anterior, estaba bien entrenado en el arte de la retórica. Sus obras revelan su amplio conocimiento del mismo.

Orígenes [185-254 d.C.]. Fue el verdadero innovador de la predicación de su tiempo. Antes de él, ‘la homilía había sido un comentario informal de las escrituras’ (ibíd.).

Basilio [330-379 d.C.]. A pesar de no haber escrito un tratado sobre la predicación, ‘hizo frecuentes referencias a los principios de la homilética que muestra un conocimiento e interés en ellos’ (ibíd.).

Juan Crisóstomo o de Antioquía [347-407 d.C.] quien ‘…había sido instruido por Libanius, el maestro más famoso de retórica de ese tiempo’ (ibíd.), llegando a predicar ‘doce años en la catedral de Antioquía antes de ser Obispo de Constantinopla en el 398 d.C.’ (Stott, 2006, p.18) Su obra Sobre el Sacerdocio, muestra secciones importantes acerca de la vida del predicador y su mensaje. Debido a sus dotes como predicador recibió el apelativo de ‘Crisóstomo’ que significa ‘boca de oro[6]’. Según John Stott (2006, p.19), su predicación mostró cuatro características muy especiales: (1) era bíblica; (2) su interpretación era simple y directa’; (3) poseía aplicaciones morales que se trasladaban al plano práctico, y; (4) poseía una marcada denuncia profética, eso le costo el exilio.

Ambrosio [340-397 d.C.], de quien se dice que Agustín quedó muy impresionado con su habilidad oratorial, pero mucho más con su mensaje espiritual.

Agustín [354-430 d.C.]. Él fue profesor de retórica antes de su conversión. Como era de esperarse, Agustín incorporó y aplicó sus conocimientos a su predicación, llegando a escribir el primer mayor trabajo acerca del arte de la predicación. Su obra Sobre la Enseñanza Cristiana contiene cuatro volúmenes, el cuarto tiene que ver exclusivamente con la homilética. Uno de los aportes de Agustín es que él llegó a relacionar ‘…los principios de la teoría retórica con la tarea de la predicación’ (Turnbull, 1968, p.52). La influencia de su obra perduró hasta el Renacimiento, época en el cual se publico el tercer volumen de su obra ya mencionada, como El Arte de la Predicación. Hay una fuerte influencia de Cicerón y Aristóteles en su retórica. En su teoría y práctica de la predicación, procuró un fuerte énfasis en tres elementos: claridad, fuerza y variedad.

La Edad Media
Entre los autores medievales que escribieron en torno a la teoría homilética, podemos citar a Isidoro de Sevilla (d. 636) y su obra Etimologías, compuesta por veinte volúmenes y donde discute a cerca de la predicación. Sus principios utilizados son más retóricos que homiléticos, por lo tanto no tiene mucho que aportar al arte de la predicación.

Rabanus Maurus (776-856) hizo una contribución muy importante al publicar su obra titulada, Sobre la Institución del Clero. Allí se plasma sus enseñanzas acerca de la teoría homilética, siguiendo el esquema de Agustín, del cual es muy dependiente.

Alan de Lille (m. 1203) publicó su obra titulada Sumario del Arte de la Predicación. Allí él le da mucho énfasis al lugar de las Escrituras e insiste en el hecho de que los predicadores debieran tener un conocimiento especial, tanto del Nuevo, como del Antiguo Testamento. También insistió en la colegialidad de los predicadores, ellos deberían estar autorizados por la Iglesia para poder predicar.

Aun cuando parezca increíble, las órdenes monásticas también tuvieron un impacto muy enorme en la predicación. Charles Smyth (citado por Stott, 2006, p.19) sostiene que:
…La historia del púlpito tal como la conocemos comienza con los frailes predicadores. Se reunían y estimulaban una creciente demanda popular de los sermones. Ellos revolucionaron la técnica. Ellos engrandecieron el oficio.

Francisco de Asís (1182-1226) es bien conocido por ser un servidor, sin embargo, una faceta que a menudo se ignora de él, es su celo por la predicación. Domingo (1170-1221) le dio un poco más de énfasis, que Francisco de Asís, a la predicación. Eso le llevó a predicar por Italia, Francia y España. Llegó a organizar la Orden de los Predicadores sobre la base de sus ‘monjes de negro’.

Además de ellos, también debemos mencionar a Antonio de Padua, Berthold de Regensburgo y Buenaventura. Este último escribió El Arte de la Predicación, siguiendo el esquema de Agustín. Otro tratado escrito en este periodo es, Sobre la Educación de los Predicadores, de Humberto de los Romanos. La obra presta atención a algunos consejos para predicadores y la preparación pastoral para deberes específicamente pastorales.

En general, durante la Edad Media se dio poco interés a las Escrituras como la base de la predicación. El método escolástico reinó, vigoroso, sobre la predicación, de allí que el análisis minucioso diera como resultado numerosas y tediosas divisiones y subdivisiones dentro de la estructura del sermón. Todo esto devino en sermones fríos y sin vida.

También se debe de resaltar el digno trabajo de John Wycliffe[7] (1329-1384), quien ‘era un predicador bíblico y diligente, y [quien] a partir de las Escrituras atacó al papado, las indulgencias, la transubstanciación y la opulencia de la Iglesia’ (ibíd., p.20). Wycliffe (citado por Stott, pp.20-21) llegó a afirmar que:
El servicio más elevado que los hombres puedan alcanzar en la tierra es predicar la Palabra de Dios… es por esta causa que Jesucristo dejó otras laboresy se ocupó principalmente en la predicación, y así lo hicieron sus apóstoles, y por ello, Dios los amó… éste es el mejor servicio que los presbíteros pueden prestar a Dios…

El Periodo del Renacimiento y la Reforma
El despertar por el estudio del griego y el latín, trajo como consecuencia que el método escolástico fuera evaluado y cuestionado. Uno de los eruditos de este periodo fue el gran humanista Desiderio Erasmo de Rotterdam[8] (1457-1536), quien publicó su obra El Predicador del Evangelio, llegando a ser un importante aporte a la predicación de su época.

Junto a Erasmo debemos de mencionar a John Colet (1466-1519), un inglés que estaba familiarizado con los estudios de Erasmo y otros humanistas. En su país ‘inició una consecutiva exposición de las escrituras. [De esa manera] las escrituras de nuevo llegaron a ser las bases para la predicación Cristiana’ (ibíd.).

Por su lado, los reformadores procuraron recuperar, no sólo la predicación, sino que, por encima de ello, la predicación bíblica[9]. No obstante esto, ni Lutero, Zuinglio, Calvino, Knox o Latimer, escribieron un tratado específico sobre la teoría de la predicación. Sin embargo se puede advertir, en sus obras, algunas instrucciones con relación a la predicación. Por ejemplo Lutero (1483-1546) en su obra Table Talk, presenta una sección titulada ‘Sobre los Predicadores y la Predicación’. Allí Lutero declara que todo predicador debería tener las siguientes virtudes: (1) enseñar sistemáticamente; (2) tener discernimiento; (3) ser elocuente; (4) buena voz; (5) buena memoria; (6) saber cuando terminar; (7) estar seguro de su doctrina; (8) aventurarse y comprometer cuerpo y sangre, salud y honor, en la palabra, y; (9) sufrir el hecho de ser objeto de burla y mofa de parte de todos (Ibíd., p.53).

Calvino (1509-1564), por su lado, ‘utilizó la homilía como método y predicó a través de varios libros de la Biblia’ (ibíd.). Para Calvino, predicación e iglesia estaban muy relacionados. Esa convicción lo llevó escribir que, ‘En todo lugar en que la Palabra de Dios es predicada y escuchada de manera pura… allí existe, sin duda, una Iglesia de Dios’ (citado por Stott, 2006, p.23). Puso mucho énfasis en la preparación del predicador, este debería de ser un erudito, un estudiante de la Palabra de Dios. El aporte de Calvino radicó en el lugar que le dio a la congregación. Ellos deberían mostrar un espíritu apropiado y ser obedientes a la Palabra de Dios, la misma que habían oído durante la predicación.

Philip Melachthon (1497-1560) escribió dos pequeños tratados acerca del arte de la predicación: Elementorum Rhetorices Libri Duo y Ratio Brevissima Concionandi. Aun cuando estas obras no fueron innovadoras en si mismo, puesto que siguieron los principios de la retórica clásica con una aplicación a la predicación Cristiana, llegaron a ser un aporte al cual se le debe prestar atención.

Hugh Latimer (1485- ) el popular predicador de Inglaterra, poseía un ‘toque sencillo y rústico’ (ibíd., p.24). Sus predicas le salían del corazón y llegaban al corazón de sus oyentes. Su predica se orientó básicamente a denunciar la apatía del clero inglés. En su época los obispos se habían desentendido de la predicación para dedicar su tiempo al disfrute terrenal de sus bienes. Uno de sus sermones más populares es el que lleva por título ‘El sermón del arado’. Allí ataca directamente a los prelados de la iglesia inglesa y los desafía a abandonar su apatía, puesto que el diablo no se muestra así de indiferente frente a la grey descuidada, sino que trabaja activamente.

Andrew Hyperius (1511-1564) fue quien hizo una significativa contribución a la teoría de la predicación con su obra Sobre la elaboración de Discursos Sagrados (contenido en dos volúmenes). Por su importancia ha sido catalogado como un ‘tratado científico sobre el arte de la predicación’ (ibíd.). Este autor aborda el tema de los sentimientos que podría motivar el predicador. Deja bien en claro que, ‘el predicador no está para crear mera emoción, mas bien está para avivar la vida espiritual y producir frutos espirituales’ (Turnbull, p.53).

Otro tratado importante dentro del periodo correspondiente a la Reforma, es El Arte de Profetizar de William Perkins. La obra presta mucha atención a la interpretación y la exposición, estos elementos influenciaron mucho a los predicadores ingleses, mayormente a los Puritanos y los Separatistas que fueron a América del Norte.

La homilética y la predicación en la Modernidad
Uno de los que más impactó la historia de la predicación en Europa y los Estados Unidos en el siglo XVIII, fue John Wesley (1703-1791). Wesley fue predicador incansable, se menciona que él ‘Predicaba dos veces al día, y a menudo tres y cuatro veces’[10]. Lo grande de Wesley es que llevó a cabo su predicación, en las condiciones más adversas que se puedan imaginar. A menudo era apedreado y había contra él innumerables intentos de homicidio. Las cifras en torno a su vida, inspiran mucho a los predicadores que han vivido después de él:
Se calcula que en los últimos cincuenta y dos años de su vida predicó más de cuarenta mil sermones. Wesley trajo a pecadores al arrepentimiento en tres reinos y dos hemisferios[11].

Eso sin contar sus aportes en cuanto a literatura cristiana, misiones y estudios bíblicos. En su diario personal del 28 de agosto de 1757, había mencionado, ‘Ciertamente vivo por la predicación’ (citado por Sott, 2006, p.29). Efectivamente así vivió hasta el último día de vida que le dio el Señor.

El siglo XIX favoreció tremendamente la producción literaria, esto también alcanzó a la literatura relacionada a la teoría homilética. Turnbull (ibíd., p.54) indica que ‘en la medida que el siglo progresó, la teoría homilética se tornó más informal, más variada y más interesante’. En esta época podemos citar a de Charles Simeon, predicador inglés, ardoroso e incansable, quien llegó a sostener, que el oficio más valioso era precisamente el de predicador. En una misiva enviada a John Venn, le escribió: ‘…felicito… tu ascenso al oficio más valioso, el más importante y el más glorioso en el mundo: el de un embajador del Señor Jesucristo’ (citado por Stott, 2006, p.31). Además de ellos, podemos citar también a John Henry Newman (1801-1890), H.P. Liddon (1829-1890), F.W. Robertson (1816-1853) y la figura sobresaliente de Charles Haddon Spurgeon (1834-1892).

Otros que dejaron huellas profundas en la teoría de la predicación, han sido: Alexander Vinet y su Homilética (1847). El libro fue traducido al inglés y tuvo un fuerte impacto en Inglaterra, donde fue utilizado como libro de referencia en el campo de la homilética, durante muchos años. Incluso llegó a influir en la obra de John A. Broadus. Fue precisamente John A. Broadus quien escribió una de las obras más relevantes en los Estados Unidos. Su trabajo fue publicado el año 1870 con el título de Un tratado sobre la preparación y entrega de sermones e increíblemente todavía se sigue usando como texto de referencia en algunos seminarios. En esta época, e inicios del siglo XX, también aparecieron otras obras importantes, tales como La teoría de la predicación (1890) de Austin Phelps y La elaboración del sermón (1898) de Harwood Pattison.

Durante la primera mitad del siglo XX se debe resaltar las obras El predicador (1909) y Elementos vitales de la predicación (1914) de A. S. Hoyt. Otros trabajos que pueden también merecen mencionarse en esta época, son: Disertaciones sobre predicación de Lyman Beecher, Predicación positiva y la mente moderna (1907) de P.T. Forsyth, Las charlas Beecher sobre predicación en Yale, tituladas The Romance of Preaching. Horne fue un excelente orador y miembro del Parlamento británico (ibíd., p.35).

En general, durante la primera mitad del siglo XX, no hubo muchos cambios significativos en la teoría de la predicación, la tendencia fue ‘ser más inspiracional en contenido’ (ibíd., p.55). Los libros siguieron el formato siguiente: (1) el predicador, (2) su propósito, (3) su mensaje, y (4) su método (ibíd.). Algunos aspectos de la predicación –como es el caso de la elaboración de las ilustraciones- recibieron aportes importantes, se puede mencionar aquí el trabajo de Dawson Bryan y su Arte de ilustrar sermones (1938), W. E. Sangster y La habilidad de ilustración de sermones (1946) e Ian Macpherson con El arte de ilustración de sermones (1964). También se le dio importancia a la relación entre la predicación y la teología. La obra titulada La predicación apostólica y su desarrollo (1936) de C. H. Dodd resalta en este punto.
Aunque sobresale más por su labor teológica, que su labor como predicador, no podemos dejar de mencionar a Karl Barth (1886-1968) y su profundo respeto por la predicación. En 1928 declaró:
…no existe nada más relevante para la situación real, desde el punto de vista de los cielos y la tierra, que el hablar y escuchar la Palabra de Dios en el poder regulador y productor de su verdad… (Citado por Stott, 2006, p.37)

En la segunda mitad del siglo XX, se le ha dado mayor importancia a la estructura y organización del sermón, dentro de la teoría homilética. En ese sentido, hay algunas obras que han contribuido a tal fin, ellas son: La preparación de sermones (1948) de A. W. Blackwood, Principios y práctica de la predicación (1956) de Ilion T. Jones, Diseño para la predicación (1958) de Grady Davis, Pasos para el sermón (1963) de Brown Clinard y Northcutt. Pero podríamos decir que la mayor contribución, durante la segunda mitad del siglo XX, sería el énfasis en el uso de las Escrituras en la predicación. En buena cuenta, ‘Esto representa una recuperación del modelo de la iglesia primitiva y de la Reforma’ (ibíd.). El que más aportó en este sentido, fue A. W. Blackwood con sus obras Predicando desde la Biblia (1941) y Predicación expositiva hoy (1953). No podemos dejar de mencionar al Dr. Martyn Lloyd-Jones y su obra Preaching and Preachers. De él, como predicador, escribe John Stott (2006, p.43) en los siguientes términos:
…su aguda mente analítica, su comprensión penetrante del corazón humano y su temperamento galés apasionado se combinaron para hacer de él el predicador británico más poderoso de las décadas de los cincuenta y sesenta.

También se puede advertir en esta época, el surgimiento de la predicación expositiva, como método, en lugar del sermón temático, que rigió por mucho tiempo.

La predicación en América Latina
La predicación en nuestro continente, se nutrió inicialmente de la homilética europea que llegó junto a los ministros de las llamadas iglesias ‘étnicas’ o de trasplante y los misioneros protestantes que introdujeron el evangelio en el continente. Si esto es así, entonces podemos afirmar que el contímetro de la homilética latinoamericana nunca estuvo en cero, sino que partió y se nutrió de toda la riqueza de la predicación reformada hasta encontrarse con su propia identidad, pero eso corresponde a otra etapa. En la primera etapa podemos encontrar los primeros manuales de homilética que se tradujeron al español, luego, la producción homilética desde América latina como una reinterpretación de la herencia europea. Pablo A. Jiménez[12] identifica tres momentos en la historia de la homilética hispana: (1) la transculturación; (2) la enculturación, y; (3) la contextualización.

Etapa de la transculturación
Esta etapa se puede dividir en dos momentos. En la primera se puede mencionar el trabajo de los clérigos, responsables pastorales de las comunidades de migrantes protestantes de Europa o de Estados Unidos. Como es lógico, estos ministros protestantes recibían una formación teológica y homilética dentro de su contexto. No tenían la preocupación de cruzar la barrera cultural en la predicación de la Palabra, puesto que venían a ministrar a personas de su mismo idioma, cultura y características psicológicas. Las comunidades de inmigrantes protestantes eran una especie de pequeños enclaves idiomáticos, culturales y religiosos, que funcionaban dentro de los estados latinoamericanos. La predicación tampoco fue pública debido a la prohibición proselitista que se les había impuesto a las comunidades protestantes. Desde el nacimiento de las repúblicas latinoamericanas, en el siglo XIX y hasta el primer tercio del siglo XX, los Estados se declararon confesionales y excluyeron –mejor dicho, persiguieron- a todo tipo de religión distinta a la católica.

En el segundo momento, relativa a la implantación del evangelio en América Latina, fue necesaria la presencia bibliográfica concerniente a la evangelización y, por ende, la predicación. Cómo el continente no estaba en condiciones de producir su propia bibliografía, los misioneros promovieron ‘la traducción de algunos manuales de homilética al español. Necesitaban estos manuales para adiestrar nuevos predicadores laicos y nuevos candidatos al ministerio’ (Jiménez, 2006, p.17). Entre ellos se pueden citar tres libros que produjeron mucha influencia en la predicación latinoamericana: Discursos a mis estudiantes (Charles H. Spurgeon), Tratado sobre la predicación (John A. Broadus) y La preparación de sermones bíblicos (Andrew Blackwood). Hay que mencionar dos libros más que, aunque fueron publicados directamente en español, no fueron producidos dentro del contexto latinoamericano. Ellos son: Manual de Homilética (Samuel Vila) y El sermón eficaz (John D. Crane).

Etapa de la enculturación
En esta etapa -donde la producción bibliográfica homilética latinoamericana partió de la teoría homilética introducida en la etapa anterior- Jiménez (ibíd., p.20) advierte dos grandes grupos de predicadores: (1) los ‘eruditos’, quienes habían recibido una buena educación secular. Podría decirse que eran los ‘poetas del púlpito’, y; (2) los ‘populares’, que, en muchos casos, sólo habían terminado sus estudios secundarios y no habían accedido a programas de estudios teológicos formales. Sus mensajes transitaban entre lo narrativo (secuencia de textos bíblicos que procuran iluminar y explicar el tema central) y lo testimonial (vicisitudes de la vida diaria sobre la cual gira todo el sermón. Aquí los textos bíblicos sólo sirven de ‘relleno’, el cuerpo está dado por la experiencia vivida en la persona del predicador u otra persona). Actualmente todavía puede encontrarse predicas de tipo testimoniales, en la que los predicadores utilizan pasajes de su vida como una clave hermenéutica para interpretar y aplicar una verdad bíblica. Es una especie de ‘teología de la experiencia’.

La predicación se enculturó dentro del continente y el resultado fue la producción de una homilética Latinoamérica que se nutrió de la homilética europea y americana traída por los misioneros. Fue sólo el primer grupo (los eruditos) quien logró producir tratados de predicación desde un contexto latinoamericano. Entre la producción homilética del primer grupo se puede citar: El arte cristiano de la predicación (Ángel Mergal), Comunicación por medio de la comunicación (Orlando Costas), Predicación y misión: Una perspectiva pastoral (Osvaldo Mottesi) y Teoría y práctica de la predicación (Cecilio Arrastia). Este último puede considerarse como uno de los más grandes homiletistas que ha visto nacer América Latina[13].

Etapa de la contextualización
Aquí Jiménez (ibíd., pp.24-30), lamentablemente, se limita solamente a los ´predicadores y predicadoras de habla hispana en los Estados Unidos’ (p.24). Su estructura, que es un edificio de tres pisos (transculturación, enculturación y contextualización), lo condiciona, a fin de poner su atención sólo en la masa de predicadores que han contextualizado la predicación hispana en los Estados Unidos.

Nuestro autor advierte con claridad un cambio importante a partir de los 80s, entre los líderes hispanos relacionados a la teología y su esfuerzo por bosquejar una ‘teología hispana’, hecha en los Estados Unidos, pero ‘desde una perspectiva hispana o latina…’ (ibíd., p.25). Más adelante aclara cual es la propuesta de esta teología:
La teología hispana propone una metodología que exhorta a la iglesia a desarrollar una práctica de la fe que sea liberadora y que, por lo tanto, transforme la realidad opresiva que enfrenta diariamente la comunidad latina (ibíd.).

Jiménez ve una relación directa entre teología hispana y predicación hispana. Los teólogos hispanos han hecho excelentes contribuciones a la predicación, mediante sus obras publicadas. Algunas de ellas son: (1) Predicación evangélica y teología hispana, editado por Orlando E. Costas. Con respecto a este libro, Jiménez (ibíd., p.26) escribe, ‘Este libro no ve el sermón como una mera composición retórica’. Esa tal vez haya sido una de las grandes contribuciones de Costas en este libro; (2) Liberation Preaching: The Pulpit and the Oppressed de Justo y Catherine González. Hay tres cosas que resaltan en esta obra: [a] ‘…leer la Biblia desde la perspectiva de la personas marginadas’, [b] ‘capacita a la persona que predica para hacerle “preguntas políticas” al texto bíblico’ y; [c] ‘…afirma la validez de la experiencia hispana como fuente para la teología’ (ibíd., p.27); (3) Lumbrera a nuestro camino, editado por Pablo A. Jiménez. Esta obra centra su atención en ‘la relación entre la interpretación de las Sagradas Escrituras y la predicación’ (ibíd.); (4) Predicación evangélica y justicia social, editado por Daniel R. Rodríguez-Díaz. Este libro relaciona temas sociales y predicación, por lo tanto, la teología política y contextual están implícita en el mismo, y; (5) Principios de predicación, por Pablo A. Jiménez. Su mismo autor lo define como ‘el único manual introductorio a la predicación’, cuya tesis central es que, ‘la predicación cristiana tiene el propósito de ofrecer una interpretación teológica de la vida en el contexto del culto cristiano’ (ibíd., pp.28-29). Combina la parte teórica y práctica. Tres partes fundamentales constituyen el libro: [a] lo concerniente a la teología de la predicación y los principios de comunicación; [b] aspectos prácticos, y; [c] un apéndice con cuatro manuscritos de sermones.

Nuestro autor también destaca la labor de las mujeres dentro del contexto de la predicación latinoamericana. Considera a Leo Rosado como la pionera de todas ellas, y como la experta, a la Dra. Sandra Mangual Rodríguez.
La forma como las mujeres ‘ascendieron’ al púlpito es relatado por Jiménez de una manera muy anecdótica, sin que ello signifique falta de seriedad en sus argumentos. Se puede notar que algunas de ellas resultaron en el púlpito casi por accidente, debido a que:
Algunos misioneros eran reacios a entregar el trabajo pastoral a los recién convertidos, razón por la cual delegaban tareas en sus esposas. Sin querer, estas misioneras estadounidenses y británicas se convirtieron en modelos para las mujeres latinoamericanas. La feligresía de las distintas iglesias se acostumbró a ver mujeres en puestos de autoridad y en el púlpito. Esto motivó que la segunda y tercera generaciones de creyentes protestantes nombraran mujeres como “misioneras” y como “pastoras” aun en denominaciones que tradicionalmente no ordenaban mujeres (ibíd., p.29).

La predicación actual en América Latina
En América Latina hoy conviven variados estilos de predicación, sin embargo, debido a la fuerza de su masa poblacional[14], son las predicas de los Carismáticos y los Pentecostales, las que más se pueden ver y escuchar en los medios de comunicación. Basta con acceder a la televisión por cable para poder visualizar una variada gama de predicaciones espectaculares, con voces en el límite del volumen y un desplazamiento escénico impresionante.

La predicación Pentecostal, desde su nacimiento, fue espectacular y fundado sobre la bases de las señales, milagros y la interacción con los oyentes mediante respuestas a arengas religiosas[15]. En un sentido rompió con la tradición reformada, que había devenido en institucional, intelectualista y árida. La predicación Pentecostal se diferenció rápidamente de la Reformada, en el lugar que le daba a la congregación. En esta, los oyentes no eran meros receptores pétreos, sino que ´participaban´ del sermón e interactuaban con el predicador mediante sus espontáneas[16] respuestas. Ellos no asistían al culto sino que participaban de el. Por eso es que lo sensorial llegó a ser uno de los componentes más resaltantes de la adoración, el culto y la predicación Pentecostal. Sentir el mensaje llegó a ser más importante que entender una declaración teológica muy elaborada. De ahí se explica también la simplicidad de los sermones de la mayoría de los predicadores pentecostales. Su énfasis estaba centrado en lo vivencial más que en lo reflexivo. Eso los llevaba sustituir el sermón –tal como se entiende desde la homilética, es decir, como una estructura- por la narración de su testimonio o pasajes de su vida, a la luz de un pasaje bíblico. El testimonio se convirtió en una aplicación extensa del sermón, era el sermón mismo.

En cuanto al estilo del predicador Pentecostal, este es muy dinámico. Hay un constante desplazamiento escénico y se gesticula cada palabra que se profiere. Se le da mucho valor al volumen, se cree que, mientras más eleve la voz, mayor será el impacto de su predicación. En general, hay estilos muy variados, que van desde los que son muy ordenados en sus ideas, los que improvisan[17], hasta los que terminan convirtiéndose en verdaderos showmans del púlpito.

La predicación Carismática se diferencia de la predicación del Pentecostalismo clásico, en su forma más que en su fondo. Los carismáticos todavía guardan el componente sensorial y emotivo en su predicación. La utilización de frases es común durante el culto y la predicación Carismática. El predicador interactúa con sus oyentes mediante ellas, por eso, es común encontrar entre los predicadores carismáticos solicitudes tales como: ‘dígale a su hermano que está al costado…’, ‘voltéese y dígale a su hermano…’, ‘repita conmigo…’, ‘declare esta mañana…’, etc. Este es el puente que conecta al predicador con sus oyentes, hay un diálogo constante con la congregación y entre la congregación. La mayoría de predicadores Carismáticos, por haber recibido algún tipo de instrucción superior, poseen un oratoria excelente, junto a la capacidad para esquematizar sus ideas, pero algunas veces fallan en desarrollar teológicamente esas mismas ideas.

Los predicadores Carismáticos latinoamericanos se desplazan constantemente y de manera espectacular por todo el escenario. En los últimos años se puede ver que estos desplazamientos son muy extensos y constantes. Esto es muy fácil verificarlo, basta con prender la televisión y ver a predicadores como Cash Luna, Dante Gebel y otros. Este recurso tiene su lado positivo, pues mantiene a la congregación muy atento al desplazamiento del predicador, y por lo tanto, a su mensaje. Otro aspecto que debemos de resaltar en la predicación Carismática es la relación que existe con la tecnología y la música. Hay predicadores muy proclives a la utilización de sistemas de audio sofisticado y a una buena luminotécnia. La mayoría de esas prédicas son grabadas y transmitidas por radio, televisión y el internet. En cuanto a la música, ésta está presente antes, durante y después de la predicación, es parte del sermón mismo. Su conexión es mucho más evidente al final de la predicación, allí, mientras la música va creando una atmósfera adecuada para el predicador, este ministra a las personas que han atendido a la convocatoria de pasar adelante. La parte de la ministración es tan importante en la predicación Carismática, que ha llegado a convertirse en una aplicación/conclusión extensa. Sin embargo esta carecería de impacto si no va acompañado de la música.
El tema principal de la mayoría de las predicas Carismáticas, es la prosperidad. Esta se convierte en la clave hermenéutica para interpretar cualquier pasaje de la Biblia. Los oyentes son motivados a dar para recibir y a vivir una vida prospera como ‘hijos del Rey’. Las predicas Carismáticas son cien por ciento efectistas sin ser por ello efectivas[18].

Del otro lado del rio podemos encontrar a los predicadores que provienen del movimiento de Santidad, los Bautistas y la tradición Reformada, quienes mantienen un estilo muy conservador sin mucho aspavientos ni movimientos espectaculares. La característica más saltante es su respeto por la Palabra de Dios, pero la debilidad más evidente, también, es su excesivo intelectualismo descontextualizado que no responde a las expectativas de los estratos más bajos y más altos. Junto a esto, también debemos de mencionar que la presentación del sermón en forma de monólogo. Si las predicas Carismáticas son muy interactivas, las de este grupo son poco participativas. La música tampoco ocupa un lugar importante en su predicación.
[1] ‘Predicación’, 1982, pp.1113-1114.
[2] Ibíd.
[3] De todos los evangelistas, Lucas es el que más referencias hace al reino de Dios en la predicación de Jesús. Se puede encontrar hasta 32 referencias directas del reino de Dios en este evangelio.
[4] Literalmente significa ‘proclamación’. El Compendio del Diccionario Teológico de Kittel y Friedrich, 2003, p.427-428, nos refiere que esta palabra era de uso común en el mundo helenístico, en el cual denotaba ‘tanto el acto de la proclamación como su contenido. [Podía] tener sentido tales como “noticia”, “declaración”, “decreto”, “anuncio”, etc.’
Dentro de la literatura del NT la palabra adquiere un significado más espiritual, no es mera oratoria, es la proclamación de un mensaje poderoso en el Espíritu (cf. 1 Cor. 2:4). Este mensaje puede salvar (1 Cor. 1:21), incluye la resurrección (1 Cor. 15:14), es el mismo predicado por Jesús (Rom. 16:25), quienes la proclaman lo hacen bajo el designio y las fuerzas de Dios [1Tim. 2:7 (cf. 2 Tim. 1:11); Mrc. 3:14; 2 Tim. 4:17] convirtiéndose en heraldos a todas las naciones (Mrc. 16:15).
[5] A partir del Pentecostés, mas adelante confirmado en Hch. 6, se puede notar una clara predisposición a favor de la proclamación pública del evangelio. Esto puede entenderse en términos del encargo hecho por Jesús a sus discípulos en Mr. 3:14. La razón de su llamamiento debería expresarse en el ministerio de proclamación del evangelio.
[6] Del griego χρυσόστομος (chrysós, ‘oro’, stomos, ‘boca’).
[7] John Wycliffe fue el gran pre-reformador, considerado la ‘estrella matutina’ de la Reforma. Su legado fue fundamental para la obra de los futuros reformadores del siglo XVI.
[8] Sería justo también mencionar a Tomás Moro, quien también tuvo una actitud crítica hacia la Iglesia Católica Romana.
[9] Todos los reformadores coincidieron en el valor de la centralidad de la Palabra, por eso, si eso era cierto para ellos, también sería cierto que la Palabra, sin ser predicada, era estéril. La influencia de la Reforma en la predicación es enorme y sus tentáculos alcanzan nuestra época. Orlando Costas (1989, p.21) menciona que: ‘El énfasis que se le dio a la predicación en la liturgia protestante a partir de la Reforma, hizo que ésta se convirtiera en la tarea más importante del pastor. De ahí que, en la mayoría de las iglesias protestantes, la eficiencia de un pastor se mide por su éxito como predicador’.
[10] ‘John Wesley’ en Biografías. Protestantes que dejaron huellas en la historia, publicado en http://biografas.blogspot.com/2006/09/john-wesley.html, accedido el 19/03/08.
[11] Ibíd.
[12] ‘Esbozo histórico de la homilética hispana’ en Manual de Homilética Hispana, 2006, p.15.
[13] Nos gustaría poder ampliar un poco más en torno a la vida y obra de estos grandes predicadores latinoamericanos, sin embargo, nuestro intento tendrá que quedar en el tintero, esperando ‘nacer’ en algún momento. Para mayor información revisar la página web del Dr. Pablo Jiménez en www.predicar.org
[14] En América Latina 3 de cada 4 evangélicos son pentecostales o carismáticos.
[15] En la predicación Pentecostal se popularizó mucho las medias frases y respuestas, tales como: ‘a su nombre…’, ‘¿quién vive…?’, etc. Los ‘amén’, ‘aleluya’, ‘Gloria a Dios’; como respuestas, también han sido un ingrediente importante de la predicación Pentecostal, incluso, llegó a convertirse en el sistema de medida de la efectividad e impacto del sermón. Así, si la congregación asentía con un amén fuertísimo, esto llegaba a significar que el sermón era de impacto. A esto también debemos de agregarle los aplausos como respuesta a una declaración o un párrafo del sermón. Esto, al igual que lo anterior, fue el parámetro para medir la efectividad del sermón. Los aplausos normalmente han ido acompañado de frases religiosas, éxtasis y, algunas veces, glosolalia (el hablar en lenguas).
[16] En realidad lo ‘espontáneo’ es muy relativo, dado que con el pasar del tiempo, estas respuestas se convirtieron en un simple formulismo y no en una respuesta racional que asintiera una declaración bíblica.
[17] Sería muy injusto etiquetar a todos los predicadores Pentecostales como desordenados y faltos de una estructura homilética. En América Latina, la mayoría de predicadores, aún los que provienen de una tradición Reforma, muestran enormes deficiencias en la elaboración y presentación de sermones homileticamente sostenibles.
[18] Lo efectista ‘…busca ante todo producir fuerte efecto o impresión en el ánimo’, mientras que lo efectivo es ‘Real y verdadero, en oposición a quimérico, dudoso o nominal.’ (Diccionario RAE).


Nota del autor: Lamentablemente, al pasar el texto al blog, es posible que se haya perdido la configuración de cursivas, negritas, algunas fuentes en griego, tamaño de fuentes y espaciados de citas textuales.

lunes, 17 de marzo de 2008

La Misión de la Trinidad

LA TRINIDAD Y LA MISIÓN EN LA BIBLIA

Dios es un Dios trino que se revela en la historia como tal. Participa activamente en la misión tomando roles diferentes pero en unidad de propósito. Su participación en la historia de la salvación y la redención del mundo pecador está largamente registrada en la Biblia. Por ejemplo, hablando de la salvación misma, es el Padre el que diseña el plan de salvación -y eso lo podemos ver ya desde el libro de Génesis[1] hasta arribar al último libro del AT, el libro de Malaquías[2].

La salvación del mundo según el apóstol Juan[3] es una expresión del amor de Dios por su creación. El Hijo lleva adelante ese plan, sufriendo y muriendo en la cruz, ingresando en la historia del hombre para redimirlo de las estructuras pecaminosas que lo oprimen y lo condenan a una muerte sempiterna. Pero es el Espíritu Santo quien da testimonio de ese plan y quien convence al mundo ‘de pecado, de justicia y de juicio…’ (Jn. 16:8). Sin el rol del Espíritu Santo, nadie vendría a los pies de Cristo, sin llegar a los pies de él, nadie podría llegar a Dios. La labor de la Trinidad está unida a un sólo y firme propósito. Sus roles no se oponen sino que se complementan dentro del engranaje perfecto de la missio Dei. Efesios 1:3-14 es uno de los pasajes que nos muestra a la trinidad en su conjunto, trabajando en la missio Dei. Vemos al Padre, quien ‘nos escogió en él [el Hijo] antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de él.’ (3-4, RVA). Si bien es cierto que Padre escogió a un pueblo, como parte de su misión, es en el Hijo en quien el creyente es adoptado como hijo. Tanto la elección, la adopción y la aceptación; son llevadas a cabo por el Hijo (cf.vv.3, 5). Pero el sello irrefutable de que tales cosas son una realidad en la vida del creyente, se realiza a través de la obra del ‘Espíritu Santo de la promesa que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida…’ (v.13, 14)

Otro pasaje que podemos mencionar, es el que corresponde a Tito 3:4-6. La participación activa de la Trinidad es muy nítida en la epístola paulina. También podemos ver esta acción en Lc. 14:26-29. Aun en la creación -que también es parte de la missio Dei- hay una participación activa de la trinidad.

Un Dios-Padre en cuyo corazón nace la misión
Ya hemos mencionado que Dios es un Dios misionero y que la misión nace en su corazón, como una expresión de amor al mundo caído, pecador, y condenado a la muerte eterna. Además, debemos mencionar que la missio Dei es un acto soberano de parte de Dios para redimir su creación. No es una empresa humana, ni tiene su origen en la iglesia. Esta solamente es una agente para llevar a cabo la misión de Dios.

En el párrafo anterior ya hemos visto como es que el Padre planea la missio Dei aun ‘antes de la fundación del mundo’ (Ef. 1:4). En la segunda epístola a Timoteo, Pablo declara que la salvación nos fue dada por Gracia, ‘antes de los tiempos de los siglos’ (2 Tim.1:9). De manera muy similar lo declara al escribir a Tito. Para Pablo, el Padre, ‘prometió esta vida [eterna] desde antes del principio de los siglos’ (1:2). En la epístola a los Efesios, Pablo habla de la misión de Dios como un ‘propósito eterno´ (3:11) del Padre a través del Hijo.

No sólo el pensamiento paulino es contundente al señalar al Padre como el planeador de la misión de Dios como un propósito eterno, el apóstol Pedro también apunta a lo mismo. En la primera epístola universal del apóstol Pedro, se consigna que la primera venida de nuestro Señor Jesucristo, ejecutor de la missio Dei, también fue el propósito del Padre. Pedro escribe, ‘Él [el cordero sin mancha y sin contaminación] estaba destinado desde antes de la fundación del mundo’ (1:20). En los escritos juaninos, se ve a ambos, salvos y no salvos, como parte del propósito eterno de Dios. De los no salvos escribe, ‘La adoraron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no estaban escritos desde el principio del mundo en el libro de la vida…’ (Ap. 13:8; cf. 17:8).

Todo esto nos muestra que la misión de Dios es ‘desde la eternidad hasta la eternidad’. En esto se diferencia también de la misión de la iglesia, que es temporal y sujeto a periodo de tiempo.

La misión del Hijo
De manera general hemos mencionado la participación del Hijo en la missio Dei. Lo que procuraremos a hora es ver su rol en las escrituras. No nos proponemos ver al hijo desde la perspectiva cristológica de la teología sistemática, sino más bien, su particular participación en la missio Dei.

Empieza aun antes de la creación[4]
Ya hemos mencionado que parte de missio Dei tiene que ver con la obra creadora de Dios. Cuando hablamos del Hijo, casi automáticamente pensamos en el niño de Belén. Sin embargo conocemos también que Cristo es pre-existente, según lo declara el apóstol Juan en el primer capítulo de su evangelio.

La Biblia nos muestra a un Dios creador que hace su obra a través del Hijo (ver Jn. 1:1-3; Ef. 3:9; Col. 1:15-16 Heb. 1:2). Esto puede distraernos un poco acerca del rol principal del Hijo en la eternidad pasada, y que tiene relación directa con la missio Dei, en términos salvíficos. En apocalipsis (13:8) encontramos que los nombres de los que están inscritos en el libro de la vida, desde la eternidad pasada, tienen relación directa con el Cordero (una figura de Cristo, el Hijo).

La labor del Hijo, aun antes de la creación, también podemos verlo a través del evangelio de Mateo (25:34). Alli se lee, ‘Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo…’. Mateo parece mostrarnos un rol del Hijo que muchos de nosotros habíamos olvidado: Él participó en la creación el Reino que los creyentes fieles habrían de heredar en la eternidad futura.


La misión del Hijo se vio también en la encarnación
Pablo declara en Gálatas, ‘Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, 5para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos’ (4:4-5).
Al encarnarse en una naturaleza humana, el Hijo continúa cumpliendo la missio Dei para los hombres en el tiempo de Dios (kayrós). No fue una encarnación casual pero intencional, como parte de un plan mayor[5]: redimir al hombre del pecado y de la Ley. Recordemos que la salvación tiene que ver con el propósito eterno del Padre, es decir, que la missio Dei viene desde la eternidad y va hasta la eternidad.

Como vimos en la introducción, Dios envió a su hijo como una muestra de su amor y compromiso a favor de su creación. Jesús, al venir al mundo, se introdujo dentro de una cultura. Eso lo convirtió en un misionero. La forma como él fue enviado, ha venido a convertirse en el modelo supremo, mediante el cual, nosotros también somos enviados al mundo (Jn. 20:21).

El Hijo no vino solamente por los judíos. La Biblia nos muestra que, en el cumplimiento en la missio Dei, el Padre tenía el propósito de salvar a toda la humanidad. En ese sentido, la misión del Hijo también fue universal. Eso es lo que Lucas también nos relata, al escribir, ‘Pero el ángel les dijo: —No temáis, porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo’ (Lc. 2:10). Esto mismo puede verificarse en las siguientes palabras de Simeón, a través del evangelio de Lucas, ‘porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos’ (Lc. 2:30-31; 3:4-6; cf. Is.40:3-5). Si bien es cierto que Mateo también enfoca la misión del Hijo dentro del contexto judío, al escribir que Jesús había sido enviado “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt. 15:24; cf.10:5-6), nos aclara más adelante el carácter universal de su misión, al enviar a sus discípulos a ir ‘por todo el mundo’ para predicar de la missio Dei (Mt. 28:19). Hay algunas situaciones que nos muestran claramente el deseo del Hijo por cumplir su misión a toda la humanidad. Por ejemplo (1) ministra a la mujer samaritana (Jn. 4:1-42); (2) hace referencia a la viuda de Sarepta y Naamán el Sirio (Lc. 4:26-27); (3) sana al esclavo del centurión (Mt. 8:5-13 y paralelos); (4) ministra a la mujer sirofenicia y su hija endemoniada (Mt. 15:21-28; Mc. 7:24-37); (5) enseña de la misericordia y solidaridad a través de la parábola del buen samaritano (Lc. 10:25-37); (6) anuncia que ‘Vendrán gentes del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios’ (Lc. 13:29); (7) sana 10 leprosos y resalta que sólo el leproso samaritano fue el único que se mostró agradecido; (8) declara enfáticamente, al limpiar el templo de Jerusalén, que ‘ casa será llamada casa de oración para todas las naciones’ (Mc.11:17)[6]; (9) los Griegos muestran el deseo de ver a Jesús (Jn. 10:20-22); finalmente, (10) Jesús ordena que el evangelio, como parte fundamental de la missio Dei, sea proclamado a todas las personas, en todo tiempo, idioma, cultura y espacio geográfico. El Hijo se encarga de explicar el alcance de la misión. Sus discípulos no deberían de enfocarse sólo en los judíos (Mt. 28:18-20; Mc. 16:15; Hch. 1:8).

La misión del Hijo se cumplió también en la cruz
Pareciera ser que la misión del Hijo alcanza su clímax en la cruz. Esto sin embargo no es para relegar el resto de su vida: su resurrección y su ascensión. El Nuevo testamento nos muestra que vino a dar su vida en rescate de todos, a través de la obra de la cruz (Mt.20:28 y paralelos; Cf. Is53:5-6; 11-12; Jn.10:11; 1Tim. 2:5-6). Viendo la vida del Hijo en perspectiva, la cruz aparece como uno de los hitos principales dentro de su misión. Su vida estaba predestinada a la cruz. La missio Dei misma encuentra su sentido más amplio en la muerte del Hijo. La vía dolorosa y el sacrificio expiatorio del Hijo, estaban preparados desde antes de la fundación del mundo.
La marca distintiva del cristianismo radica en el hecho de que Dios se encarna, haciéndose como uno de su creación y muere por ella. En ninguna otra religión se ve esto (‘Biblical and Theological Basis of Missions’, Separata Académica).

La misión del Hijo continúa aun después de su resurrección
Tanto la muerte como la resurrección son pasos importantes en la misión del Hijo. Sin embargo, su misión no queda allí. Las Escrituras nos muestran a un Hijo activo y comprometido con la missio Dei y con la iglesia, de la cual él es cabeza.

La misión del hijo después, de su resurrección, se ve en el hecho de inaugurar las missiones eclesiae. Leemos en el evangelio de Juan, en el ínterin de la resurrección y ascensión, que el envía a la iglesia, de la misma manera como había sido enviado por el Padre (ver 20:21). Hasta este punto, podemos ver que la presencia, la misión física y terrenal del Hijo habían llegado a su término, sin embargo eso no significa el final. Ahora el que había sido enviado se convierte en el que envía (Ibíd.). El compromiso del Hijo con la missiones eclesiae se ve en el hecho de asegurar su presencia directiva en el contexto de la misión (cf. Mt. 28:20b). Esta presencia sería testificada por el Espíritu Santo, al cual sería enviado en el nombre del Hijo (cf. Lc. 14:26; 16).

La misión del Hijo en los cielos y la Segunda Venida
Nuevamente encontramos al Hijo continuando su misión sólo que ahora lo realiza desde los cielos. De eso nos da cuenta algunos pasajes del Nuevo Testamento: (1) Prepara un lugar para los creyentes (Jn.14:2-3; Heb.11:16); (2) Cumpla la labor de ser cabeza de la iglesia (Ef.1:22; 4:15; 5:23; Col. 1:18); (3) Intercede por la iglesia (Is.53:12; Rom.8:34; Heb.7:25; 1 Jn.2:1); (4) Socorre y les da libertad a los creyentes para entrar en su presencia (Heb.4:16); (5) Juzgará en el día final (Mt.25:31-33; Jn.5:22-27; Hech.10:42; 17:31; “ Cor.5:10; 2 Tim.2:1).

La misión del Espíritu Santo
Aun cuando la misión debe de tener un fuerte énfasis cristocéntrico, no se debe de perder la atención en torno a la labor del Espíritu Santo en la missio Dei. Tanto en círculos protestantes, como en los católicos, se ha dado poca importancia a la tercera persona de la Trinidad en cuanto a su labor en la misión de Dios, sin embargo, en las últimas décadas, se está empezando a revalorar la labor del Espíritu Santo en la missio Dei y las missiones eclesiae.

Su misión en el AT
Al igual que el Padre y el Hijo, al Espíritu Santo también podemos verlo trabajando activamente en la creación. Su trabajo puede entenderse en términos de protección y sostenimiento del cosmos, pero particularmente en el hecho de cuidar lo que fue creado y su rol como alguien que da vida. Para sostener esto, veremos particularmente dos pasajes del AT: Job 33:4[7] y Salmos 104:29-30[8]. La misión del Espíritu Santo, en este sentido, emerge claramente de ambas citas bíblicas.

En el NT, este mismo rol del Espíritu Santo queda al descubierto en las palabras de Jesús y de Pablo (Jn.6:63; 2 Cor.3:6). La vida que se menciona en ambas citas no so debe de interpretarse en términos espirituales, sino que también pueden extenderse al plano biológico. Sin vida en el sentido biológico, ni la missio Dei ni el ministerio de la reconciliación tendrían sentido, puesto que no habría persona alguna a la cual dirigir ambas cosas.

La labor del Espíritu Santo, en torno al pueblo de Dios, no empieza solamente con el Pentecostés. En el AT vemos su acción entre reyes, jueces, profetas, sacerdotes y otros; cuidando y protegiendo al pueblo de Dios, pero siempre utilizando a los ya mencionados de manera individual. Su poder, a diferencia del NT, no fue de carácter indefinido. Tal es el caso de Sansón y de Saúl, quienes perdieron la presencia del Espíritu debido a su desobediencia[9]. El Espíritu Santo también trabaja activamente en el retorno del pueblo de Dios a su tierra (Ver Zac.4:6; cf. Isa. 32:15). Además de esto también trabaja revelando la Palabra de Dios a través de profetas y otras personas que Dios escogió para tal fin (Cf. Heb.1:1). Palabras como ‘esto fue dicho por el Señor’, ‘El Señor dice’ y ‘la Palabra de Dios vino a mí diciendo’; son muy recurrentes. Una prueba irrefutable de la misión del Espíritu Santo, revelando la Palabra de Dios, antes de la encarnación, lo encontramos en 2 Tim.3:16. En este último pasaje, el termino ‘toda la escritura’ refiere básicamente al AT, puesto que el NT estaba recién completándose y, mas adelante, sería sometido a los criterios de canonización de los libros del NT.

Su misión en el NT
La misión del Espíritu Santo es muy variada en el NT. La primera aparición del Espíritu Santo lo encontramos en la llamada anunciación (Luc.1:35) y luego la concepción del Hijo (Mat.1:18; cf. 1:20), mediante María su madre.

La misión del Espíritu Santo también se ve nítidamente durante el ministerio del Hijo: (1) durante el bautismo de Jesús, descendiendo en forma de paloma como un indicativo de la presencia del Padre (Mat.3:16 y paralelos); (2) llevándole al desierto para ser tentado (Mat.4:1 y paralelos); (3) después de su tentación, conduciéndole a Galilea (Luc.4:14); proveyendo poder a Jesús para predicar, sanar y echar fuera demonios (Mt.12:28; Lc.4:18-19; Hch.1:2; 10:38) y; (4) ofreciendo la sangre de Cristo en la cruz (Heb.9:14).
La misión y presencia del Espíritu Santo, en el NT, también puede verse en la vida de otros individuos: (1) en la vida de Juan el Bautista (Lc.1:15); (2) Elizabeth, la madre de Juan el Bautista (Lc.1:41); Zacarías, su padre (Lc.1:67); en la vida del piadoso Simeón (Lc.2:25)

Durante la ausencia del Hijo, tal como se lo declaró a sus discípulos, la misión del Espíritu Santo sería testificar de este (Jn.15:26; 16:14). Su misión sería fundamental para el desarrollo de las missiones ecclesiae. La iglesia sería incapaz de desarrollar su misión si primeramente no hubiera recibido el poder el Espíritu Santo (Hch.1:8) para anunciar la missio Dei. En ese sentido, el Pentecostés no solamente nos notifica de la partida de nacimiento de la iglesia, sino de la inauguración de la misión de la iglesia, mediante el poder el Espíritu Santo. La misión del Espíritu Santo, en torno a la iglesia, fue anunciado, en el NT, por (1) Juan el Bautista (Mt.3:11; Mc.1:8; Lc.3:16; Jn.1:33); (2) el Hijo mismo (Lc.11:33; Hch.1:5), quien les da instrucciones precisa de no abandonar Jerusalén antes de recibir el poder el Espíritu Santo (Lc.24:49; Hch.1:4). El Espíritu Santo es presentado por Jesús como el paráclito, consolador y ayudador de los creyentes (Jn.14:15-18, 26; 16:7-15).

La misión del Espíritu Santo también puede advertirse en la conversión de los que pertenecen al mundo. Jesús lo expresa muy clara y contundentemente en Juan 16:8-11[10]. Allí se ve tres cosas de las cuales el Espíritu Santo convencerá al mundo: pecado, justicia y juicio. Sin esa intervención divina del Espíritu, la predicación evangelística de la iglesia no surtiría efecto. ‘El Espíritu se mueve en el corazón de las personas abriendo los ojos cegados y da vida a los espíritus muertos a fin de que ellos respondan con alegría al evangelio’ (‘Biblical and Theological Basis of Missions’, Separata Académica).

Otra área en la que podemos encontrar la misión del Espíritu Santo, es en la edificación de la iglesia. No debemos desconectar la labor de conversión con la de la edificación de la iglesia, ambas están íntimamente relacionadas.

El propósito del evangelio es traer a las personas a un compañerismo activo con Dios y con otros creyentes en la iglesia. La figura que tenemos en el libro de Hechos es de personas respondiendo al evangelio, siendo añadidos a la iglesia, compartiendo juntos, comiendo juntos, aprendiendo juntos, adorando juntos y compartiendo el evangelio, juntos. Su unidad en acción vino de su unidad en el Espíritu’ (ibíd.)

Los dones espirituales dados por el Espíritu, precisamente tienen ese propósito. Ellos son dados ‘para el bien de todos’ (1 Cor.12:7), para ‘la edificación de la iglesia’ (1Cor.14:12; cf.Ef.4:12).

Referencias:
[1] Gn. 3:15.
[2] Mal. 4:2.
[3] Jn. 3:16.
[4] Aunque la creación pareciera no tener relación con la missio Dei en términos evangelísticos, es importante entender que, ‘Si Dios no hubiera creado el mundo, la misión del Hijo no habría sentido en hablar de la misión del Hijo, porque su misión es al mundo –particularmente el mundo de humanos. Sin creación, sin humanos, Jesús no tendría una misión para hacer’ (‘Biblical and Theological Basis of Missions’, separata académica. La traducción es libre y corresponde al profesor del curso).
[5] Nos estaos refiriendo al plan de salvación, el cual se gestó incluso antes de la creación.
[6] Solamente Marcos le da un carácter universal al templo. Los otros evangelistas prefieren no utilizar la expresión ‘todas las naciones’.
[7] ‘El espíritu de Dios me hizo y el soplo del Omnipotente me dio vida.’
[8] ‘Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser y vuelven al polvo. Envías tu espíritu, son creados y renuevas la faz de la tierra’
[9] Ver Jue.16:20; 1 Sam.16:14. Cf. Sal.51:1.
[10] ‘Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado’

martes, 11 de marzo de 2008

The Christian life in the Epistle to the Hebrews

INDEX OF CONTENTS

I. THE CHRISTIAN LIFE AND SALVATION
1.1 A calling to not neglecting a so great salvation in the Christian life
1.2 Jesus as the author and source of salvation
1.3 The impracticability of going backwards in the Christian life

II. THE VALUE OF FELLOWSHIP IN THE CHRISTIAN LIFE
2.1 Christian relationships seen as part of a large and unique family
2.2 Negative results of neglecting to meet together
2.3 Privileges of meeting together

III. DUTIES IN THE CHRISTIAN LIFE
3.1 Duties expressed through service
3.2 Social responsibilities
3.3 Marital duties
3.4 Ecclesiastical duties

IV. THE PLACE OF FAITH IN THE CHRISTIAN LIFE
4.1 Faith as a prerequisite for the Christian life
4.2 Practical definition and meaning of faith according to the author to the Hebrews
4.3 Jesus as the author and perfecter of the faith
4.4 The Christian life as a race of faith

V. DISCIPLINE IN THE CHRISTIAN LIFE
5.1 Arguments for discipline
5.2 Repercussions of disciplines
5.3 Reactions to the discipline

VI. THE CHRISTIAN LIFE AS A LIFE OF SANCTIFICATION
6.1 The calling to a life of sanctification
6.2 The blood of Jesus as the basis for sanctification
6.3 What a life of sanctification means
6.4 The value of the testimony of heroes of faith for the sanctification of Christians

VII. A CALLING FOR SPIRITUAL MATURITY IN THE CHRISTIAN LIFE
7.1 Things to be left behind in the process of spiritual maturity
7.2 Things to be acquired in the process of spiritual maturity
7.3 Solid food versus milk


INTRODUCTION
Even though the Christian life is not the main theme in the epistle to the Hebrews, its author indicates the practical results of living by faith in a context characterized by persecution and the danger of going backwards. His concern in this connection is such that in many passages he exhorts to his readers, following the parenetic style of the epoch, to not ignore a great salvation and other aspects of the Christian life. His epistle is in the best sense a ‘word of exhortation’ (13:22), thereby justifying its importance and study in relation to pastoral care.

Throughout this essay a tentative proposal will be made to understand some themes related to the Christian life. In this manner, topics concerning salvation, Christian fellowship, duties in the Christian life, faith, discipline, sanctification and spiritual maturity will be reviewed in a practical manner. The themes related to faith and holiness, are very important for the author. That is why his statements in 11:6 and 12:14 place faith and holiness in the centre of the Christian life. Both, together, represent the basis of the Christian life.

Finally, when a Spanish source has been used, a free translation of the text has been attempted, so that quotations do not belong to the original text in English.

I. THE CHRISTIAN LIFE AND SALVATION

1.1 A calling to not neglect a so great salvation in the Christian life
The phrase ‘great (thlikou,,,toj[1]) salvation (swthri,a[2])’ (2:3) seems to allude the greatness of Jesus’ work on the cross. That is why ‘the value of salvation never should be underestimated, forasmuch as its price was the suffering and death of Jesus’ (Kistemaker, 1991, p.75). Salvation is simply something immeasurable; its value exceeds all things, since its price is the blood of the Lord Jesus himself. Hereby believers are encourage to not neglect (avmele,w[3]) (2:3) this salvation, because of the warning against falling away (pararre,w[4]) (2:1) is present in the Christian life. Steadman (1992, Pp. 34-35. Italics belong to the author) establishes three ‘measures’ for understanding how great this salvation is: (1)’its proclamation began with Jesus himself’; (2) ‘it was confirmed to us by those who heard him’; and (3) ‘God also testified to it by signs, wonders and various miracles, and gifts of the Holy Spirit distributed according to his will’.

Some troubles and warnings have been established among the readers of the epistle to the Hebrews with regard to neglecting the salvation. Erdman (1976, p.34) believes that the trouble was ‘the indifference in the face of the saving message that Jesus brought’. In addition, Gooding (2002, p.87) affirms that ‘the shame of being associated with the man Jesus of Nazareth’ and the ideas of ‘salvation’ and ‘being saved’ was producing ‘their tendency to drift’. On the other hand Steadman (1992, p.32) holds to the opinion that it was, ‘a specific form of unbelief’ which was part of a major danger of ignoring the Son.

For Steadman (1992, p.32), neglect of salvation, in the Christian life, is not necessarily a form of apostasy. He puts it like this:
It is not necessary to openly renounce the gospel. One can remain lost by simply and quietly drifting away from hearing it, or hearing it with no comprehension of the seriousness of its message.

Here, it seems that the warning of neglect of salvation comes from the lack of care in regard to sin and its subtle work among the addressees. Seemingly, they were conscious of this.
Verses (2:2-3) suggest a judgment for ignoring what was called the ‘great salvation’. The reasoning presented is that: (1) angels brought ‘the message’ and the law (2:2, NVI; cf. Gal.3:19; Acts 7:53); that (2) ‘to ignore even the law’s partial revelation carried with it certain inevitable consequences (just punishment- 2:2)’ (Steadman, 1992, p.33. Italics belongs to the author) and; (3) the consideration that Jesus is superior to the angels and the law, therefore, ‘to ignore the great salvation found in Jesus is to find oneself unable to escape the consequent wrath of God, and the judgment of hell’ (Ibid.). Kistemaker (1991, p.75) summarizes it, like this; ‘the more precious the gift, all the more is the punishment if value is not reflected upon’.

1.2 Jesus as the author and source of salvation
What the NIV (also NAS) shows as ‘author’ (2:10), other versions show as ‘captain’ (KJV, NKJ); ‘pioneer’ (NRS); and ‘leader’ (CEV, GNB, implied). Lane (1991, Pp.53, 56-57) prefers to translate it as ‘champion[5]’. All of these versions consider different interpretations of the Greek word avrchgo,j[6]. The main idea, here, is that Jesus began or originated ‘a plan or program for others to follow’ (Steadman, 1992, p.41). This plan is the plan of God for human beings. The author of the espistle to the Hebrews shows Jesus as the best example to follow in the Christian life. Jesús ‘goes before and leads the way’. It has to mean that ‘if Jesus had not blazed the way there would have been no salvation’ (Guthrie, 2002, Pp.88-89) for anyone Christian. Even though ‘pioneer’ is a title of honour (Ibid., p.89), the pathway of ‘suffering was necessary before Jesus could be the complete pioneer of salvation, or the perfect high priest’ (Ibid.). Jesus assumed sufferings with joy, because of his sons (12:2). Our author seems to establish that this is the pathway that every Christian should follow during their pilgrimage or Christian life, which is, suffering as a normal part of their journey to ‘the city which has foundations’ (11:10). Furthermore, suffering provides ‘a perfection of testedness’ in the Christian life. Morris (cited by Brown, 1996, p.62) quotes here:
...for Christians, as for their master, there is perfection in suffering. [As] little as we may like [it], the fires of affliction are [where] qualities of Christian character are forged.

Suffering, as part of the Christian life, may be verified in passages such as 10.32-34; 11:25, 26; 34-37.

Jesus is not just the best example for the salvation of Christians, and consequently for their Christian life, he also is presented as the ‘source’ (5:9, NIV, NAS, NRS, ‘author’ in the NKJ) of salvation. Here, the author uses the Greek term ai;tioj[7] for showing Jesus as the cause of salvation. The designation of Jesus as ‘source’ is not something that appears as if from nowhere, it was the product of his suffering and obedience (cf. 2:10; Philippians 2:8-9). At this point Hagner (1998, p.85) writes, ‘Having accomplished God’s will, he himself has reached a state of completeness and fulfillment, thereby becoming the source of eternal salvation’. Salvation, suffering and obedience are related in verses 8 and 9. The obedience of Christ[8] was shown through his suffering (v.8). The believers’ obedience should be shown in terms of loyalty to Christ (v.9). For this reason, ‘salvation is for those who obey him’ (Brown, 1996, p.102. Italics belong to the author).

1.3 The impracticability of going backwards in the Christian life
Our author develops the following thought in 6:4-6; nobody can be saved, get lost and be saved again. Herein Ryrie (1983, p.225) writes, ‘If a Christian could get lost it would be impossible that he/she could be saved again’. Seemingly, the author targets at those who ‘have fallen away’ (6:6, NAS). Even though the verb used by our author is not one that indicates apostasy, for as Ladd (2002, p.765) explains, ‘clearly the context indicates a deliberate and voluntary apostasy, not a common sin or what now is called as “going back”’. Already in 3:12, our author had argued against an ‘unbelieving heart that turns away from the living God’ (NIV). The verb used there for denoting going back is avposth/nai[9] (verb/inf/aor/act). The danger of apostasy was present among readers of the letter. For this reason they do not ‘neglect so great a salvation’ (2:3). There was not evasion; they had to overcome the danger of ‘drifting away’ (2:1).

Ryrie (1983, pp.225-226) gives three reasons in support of the impracticability of going back in the Christian life: (1) because of the spiritual privileges that every Christian has. The readers had been enlightened, tasted the heavenly gift, and had become partakers of the Holy Spirit (6:4); (2) because true Christians can not fall away. For this reason, they are encouraged to ‘advance to maturity’ (6:1, NAB) instead of falling away, since God ‘is able to save completely those who come to God through [Christ]’ (7:25) and; (3) because it is not possible to crucify Christ again. At this point Ryrie (Ibid) expounds, ‘There is not a second cross, or second experience of the cross, because it will mean that Christ will be crucified again, which is impossible’.

Instead of falling away, the readers are invoked to progress in the Christian life, which is seen as a race[10]. The right way of doing this, is that of throwing off ‘…everything that hinders and the sin that so easily entangles, and …run with perseverance the race marked out for us’ (12:1, NIV)

II. THE VALUE OF FELLOWSHIP IN THE CHRISTIAN LIFE
2.1 Christian relationships seen as part of a large and unique family
The author of the Epistle to the Hebrews mentions the Christians as (1) ‘brothers and sisters’ (2:11, 17, NRS); (2) ‘the children whom God has given me’ (2:13, NKJ); (3) a ‘holy brethren, partakers of a heavenly calling’ (3:1; cf.13:1, 22, NKJ); (4) ‘partakers of Christ’ (3:14, NKJ); (5) ‘members of the same household’ (Brown, 1996, p.186. Cf. 3:6); (6) ‘the general assembly and church of the firstborn who are registered in heaven’ (12:23, NKJ); and (7) as ‘God's people’ (13:24, NIV). These seven adjectives hold the same idea of belonging to the same family. For this reason, to meet together should be a logical consequence. Nevertheless, the expression ‘the habit of some...’ (10:25, NRS) exposes the presence of a group who were refusing fellowship and communion. Seemingly, and following the line of opinion of some scholars, there were ‘a group of believers in danger of isolating themselves from their fellow Christians in the local church’ (Brown, 1996, p.188). This probably was the reason why the author urges his readers (in this verse) to continue in communion with their fellow Christian. Harnack (cited by Bruce, 1990, p.257) thinks that there ‘were naturally some people who imagined that one could secure the holy contents and blessings of Christianity as one did those of Isis and the Magna Mater, and then withdraw’. The reasoning used by Harnack related to fear. He writes, ‘they shunned attendance at public worship, to avoid being recognized as Christians’ (Ibid.).

Be that as it may, the truth was that Christian fellowship was important for encouraging ‘one another to love and good deeds’. Already from the verse 24, our author has spoken about meditating on themselves in order to accomplish these Christian virtues. Assemblies and meetings were precisely the medium in which, they were accomplished. Furthermore, Christian meetings were a helpful and powerful medium to encourage each other. Believers were exhorted to have regular assemblies for mutual encouragement. On this point Guthrie (2002, p.216) writes; ‘Close and regular fellowship with others believers is not just a nice idea, but an absolute necessity for the encouragement of Christian values’.

Another incentive to meet together is ‘the approach of the Day’ It could be a reference to the Lord’s return[11] (the parousia) or, as Bruce (cited by Hagner, 1998, p.168) suggests, signs of the second coming:
[It] may possibly reflect knowledge of the increasing predicament of Judea and Jerusalem. With the prophecy of Jesus in mind, the fall of Jerusalem may have been seen to be simply a matter of time (cf. 8:13), and from the perspective of the author and indeed all Christians of that era, the destruction of Jerusalem would have been thought to signal the appearance of the eschaton (cf. Matt.24:3).

In both cases, the common idea is, the corporative preparation of Christians for a major meeting with the Lord Jesus and the exhortation to value the imminence of the parousia[12]. The moral component also is implied here. Donald Guthrie (2002, p.217) writes, ‘...the possible imminence of the day still suplies a powerful motivation towards high moral standards for many believers’.

2.2 Negative results of neglecting to meet together
It is possible to find some negative consequences of neglecting to meet together. They may be: (1) experiencing being alone throughout persecutions and sufferings, since they were part of the Christian life (10:32-33). Neglecting meeting together takes away the possibility of being encouraged by other Chrisitans; (2) getting the second coming of Christ out focus, since a deep hope present in congregating is the burning expectancy for the Lord’s return; and, (3) a warning against apostasy (10:39). The Commentary Critical and Explanatory on the Whole Bible (CD-ROM) relates, in this connection; ‘To neglect such assemblings together might end in apostasy at last’.

2.3 Privileges of meeting together
Meeting together produces goods results and also benefits. They may be: (1) confidence to enter the Most Holy Place, where there is personal confession to God (10:19); (2) holding unswervingly to the hope that Christians profess (10:23); (3) stimulating one another to love and good deeds (10:24); (4) mutual encouragement (10:25); and (5) ‘a better and an enduring possession ...in heaven’ (10:34).

III. DUTIES IN THE CHRISTIAN LIFE
The author begins chapter 13 inviting to his readers to ‘Let brotherly love (filadelfi,a) continue’. He assumes that this type of love subsists among them. His purpose is just bringing to their memory something well-known for them, though his readers with ease forget some basic things in the Christian life. Perhaps this was the cause for his admonition. Hereafter he gives some practical examples of how to do it, through service.

3.1 Duties expressed through service
Service (from the greek word latreu,w[13]) in the Christian life is a logical consequence of salvation (12:28), since the conscience of believers has been cleansed from dead works by the blood of Christ and called to good deads through service (9:14; cf. 10:2). Good deeds are part of Christian worship[14]; they are a lifestyle in the Christian life. Besides that, and following the perspective of Charles Ryrie (1983, p.228), ‘the writer to the Hebrews, as Apostle John, sees service as training and demonstration of love’ (cf. He. 6:10; 10:24)

3.2 Social responsibilities
The first group to which social responsibility should be targeted is that of strangers[15]. The author exhorts Christians in pastoral care; ‘Do not forget to entertain strangers’ (13:2). It is an invitation to show hospitality, especially towards Christian travellers who were exposed to the doubtful repute of hostals notorious for immorality. Hospitality (filoxeni,a) in the rest of the New Testament has an important role. In Romans 12:3, it is required from Christians in general; in 1 Tim. 3:2 and Tit. 1:8 it is a qualification required of bishops; in 1 Tim. 5:10 it is necessary in widows wishing to be enrolled; and finally, in 1 Peter 4:9, it should be present among Christians in general (Guthrie, 2002, p.268). Hospitality was a normal part and a singularly significant mark of Christian life in the early church.

The second group of people mentioned, to be remembered, is of ‘those who are in prison [and] those who are being tortured’ (13:3, NRS). They probably were persecuted and jailed Christians (cf. 13:23) who ran the risk of being forgotten by their free fellow Christians. That is why the author admonishes his readers to remember (mimnh,skesqe[16], verb/imper/pres/ mid or pass dep/2ndper/pl) them, using the verb in the imperative. Remembering prisoners was more than something merely conceptual. In the Christian life, believers are exhorted to (1) empathise with fellows, ‘as though [they] were in prison with them... [and] as though [they themselves] were being tortured’ (13:3, NRS), feeling with them the mistreatment, ‘the shame, hurt and hopelessness’ (Stedman, 1992, p.150); and (2) ‘Let brotherly love continue’ through good deeds in favour of fellow Christians in prison. It included ministering ‘to them out of an awareness that we too could have been where they are, had our circumstances been the same as theirs’ (Ibid.)

3.3 Marital duties
Another set of responsibilities in the Christian life is referred to honouring the marriage union. In this verse (13:4) is implied the command to ‘not commit adultery’ (See Exo. 20:14 and Deu. 5:18). Marriage is a holy institution and it defiled, through adultery or fornication[17], as going against this divine principle. It is subject to God’s judgment. Christians were exposed to sexual immorality since ‘the sexual immorality prevailed among people of the Greco-Roman society, which accepted prostitution; child-molesting, homosexual intercourse and sex with women slaves...’ (Keener, 2005, p.676). That is why the author admonishes believers to keep their bed undefiled.

3.4 Ecclesiastical duties
Remembering leaders who have finished their service
Now, in verse 13:7, the attention of the readers is adressed towards leaders[18]. Such leaders probably ‘have died, but whose memory is still fresh. It is reasonable to suppose that these former leaders were the founders of the church’ (Guthrie, 2002, p.270). The Greek word evla,lhsan (verb/ind/aor/act/ 3rdper/pl), written in the aorist tense may indicate that they probably had died. In any case, even though they might still be alive, they had completed their service in Christian ministry and the addressees are invoked (1) to ‘remember[19]’ them, and (2) to follow their example of faith in their Christian lives.

The godly way of life, of the past leaders, was an incentive in the lives of many Christians as well as for Christians still living since:
Almost every Christian has some mentor who has shaped his or her faith by godly example, and their memory is a continual encouragement to draw strength from the unchanging Lord (Stedman, 1992, p.153)
Nevertheless, even though the outcome of the leaders’ conduct is something to be followed, for our author, Jesus is the major example that Christians have to imitate in their way of life. This is clear in the next verse (8), since ‘Jesus Christ is the same yesterday and today and forever’. His example is superior and changeless.

Obeying and submitting to leaders who are in authority
Once again the author writes about the relationship between believers and leaders in the church. Two things are required of believers in their Christian lives: (1) to obey (pei,qw[20]) the leaders, and (2) to submit (u`pei,kw[21]) to their authority. The main reason for this seems to be clear in the author’s mind: ‘they are keeping watch[22] over your souls and will give an account’. Besides this, the consequence, of this double attitude in the Christian life is that, they will do it ‘with joy and not with sighing[23]’. Our author finishes saying the latter attitude ‘would be harmful to you’ (13:17, NRS).

Even though the Greek word u`pei,kete is in an imperative mode (verb/imper/pres/act/2ndper/pl), it could not be seen as the justification for establishing an autocratic goverment within the church as the biblical basis to arrive at this point. Steadman (1992, p.156) notes in this connection:
The word obey (twice here) and submit in the phrase from 1 Thessalonians 5:12, “are over you in the Lord”, have often fueled a harmful authoritarianism that has turned pastors into autocrats and congregations into personal domains.

The submission required of Christians is in the sense of providing order and ‘governability’ in the church. Disorder can take place if there is not a clear line of authority in the church. That is why leaders exercise authority over believers by ‘not lording it over those entrusted to [them], but being examples to the flock.’ (2 Peter 5:3, NIV)

IV. THE PLACE OF FAITH IN THE CHRISTIAN LIFE

4.1 Faith as a prerequisite for the Christian life
Faith is seen, by the author of the epistle to the Hebrews, as a ‘fundamental prerequisite for the Christian life’ (Ladd, 2002, p.763). People please and reach God if they firstly believe in him. Thus ‘...without faith it is impossible to please God, because anyone who comes to him must believe that he exists’ (11:6, NIV). Believers begin their Christian life, placing their faith in God, by means of Jesus Christ.

4.2 Practical definition and meaning of faith according to the author to the Hebrews
The definition, of faith, of the author of Hebrews, has a very practical implication in the lives of believers. Ladd (2002, p.763) writes on this point; ‘In Hebrews, faith is the ability to perceive the reality of the invisible world of God and convert it into the essential object of one’s life’

The author of Hebrews is graphic and descriptive when he writes about faith. For him, to define what faith is, is not sufficient. He goes beyond that when he provides practical examples of what faith is and its meaning. In this sense, the practical faith of 16 heroes are shown conjointly with the prophets (11:32c) and ‘the people [who] passed through the Red Sea as on dry land’ (11:29).
4.3 Jesus as the author and perfecter of the faith
In this epistle, Jesus is seen as ‘the author and perfecter of our faith’ (12:2, NIV). The superiority of Jesus in this epistle is evident. His superiority is in the sense that he is faith’s author and perfecter. That is why, his superiority and exemplary life is above all heroes of faith and all believers. Jesus is the pioneer (avrchgo.n[24]) of our faith in the sense of his preexistence. The author of the epistle to the Hebrews say of him, ‘...through whom [God] made the universe’ (1:2b). Thus, he is before Abel, Enoch, Noah, Abraham and other people mentioned in chapter eleven. Besides this, Jesus is the perfecter (teleiwth.n) of our faith, because ‘he has left any practical example for others to follow’ (Bruce, 1990, p.338). It is due to his example that believers can live the Christian life ‘fixing [their] eyes on Jesus’ (12:2a, NAS).

4.4 The Christian life as a race of faith
The Christian life is seen as a race by the author of this epistle. That is why all Christians are encouraged to ‘run with endurance the race that is set before us’. This race is part of the pilgrimage, which (1) begins with an act of faith (cf.11:9); (2) is developed by ‘fixing our eyes on Jesus, the author and perfecter of faith’ (12:2, NAS); and (3) finishes in a heavenly place, ‘the city which has foundations, whose architect and builder is God’ (11:10, NAS).

This race of faith can be run by (1) seeing the testimony of ‘a great cloud of witnesses’ (12:1a, NIV); (2) throwing off ‘everything that hinders and the sin’ (12:1b, NIV); (3) running ‘with endurance’ (12:1c, NAS), and, as mentioned above; (4) ‘fixing our eyes on Jesus’ (12:2). Jesus is shown as the best example of running this race. Bruce (1990, p.337) writes, ‘... he provides a better example and incentive in running the race of faith than all who went before him’. It is a race for brave Christians as for them there is no possibility of turning back[25] in the Christian life. The author is persuaded by this. He declares, ‘But we are not of those who shrink back[26] and are destroyed, but of those who believe and are saved’ (10:39).

V. DISCIPLINE IN THE CHRISTIAN LIFE
The author of the epistle to the Hebrews cites Proverbs 3:11-12 in verses 12: 5-6. Some commentators affirm that they probably (the readers of this epistle) have forgotten[27] this exhortation and the author finds it necessary to remind them of this. They probably were loosing their original ethos and forgetting the need of discipline in the Christian life. Disciple may help here:
‘...to view their troubles in their proper perspective. These words remind those who would be truly wise that when hardship is their lot they should accept it as God’s method of training...’ (Bruce, 1990, p.342)

Ryrie (1983, p.226) explains, ‘The Christian experience includes discipline... as a normal complement’. In regard to discipline in the Christian life, it is possible to note three aspects in chapter 12: (1) arguments for dicipline; (2) repercussions of discipline; and (3) reactions to the discipline.

5.1 Arguments for dicipline
The main argument for discipline is God`s love towards his children. Besides this, the fatherhood[28] of God is mentioned as another argument for discipline.

5.2 Repercussions of discipline
Clearly there are five repercussions in regard to discipline: (1) respect (12:9a) for the fatherhood of God; (2) submission (12:9b, NIV) towards God; (3) living[29] (12:9c) as a consequence of being liberated from worse punishment; (4) sharing His holiness (12:10b); and (5) harvesting, righteousness and peace (12:11).

5.3 Reactions to discipline
Discipline of God may produce some initial reactions, such as: (1) despising of the discipline of the Lord (12:5a); (2) discouragement (12:5b, NKJ); (3) ignoring it (cf. 12:9-10) and (4) pain (12:11).

VI. THE CHRISTIAN LIFE AS A LIFE OF SANCTIFICATION

6.1 The calling to a life of sanctification
Verse 12:14 registers the author’s calling to true Christian life through sanctification. He uses the Greek word diw,kete[30] (verb/imper/pres/act/2ndpers/pl) in an imperative manner, that indicates that this was understood in terms of an command for the original readers. There are two essential things that all true Christians have to pursue in their life: (1) peace with all men; and (2) ‘the sanctification’ (NAS). This first requirement ‘is a requisite of a true Christian life’ (Ryrie, 1983, p.227) since without that ‘no one will see the Lord’. Sanctification is ‘...no optional extra in the Christian life but something which belongs to its essence’ (Bruce, 1990, p.348)

6.2 The blood of Jesus as the basis for sanctification
Following the principle contained in the Old Testament, the author urges to Christians ‘to enter the Most Holy Place’ (10:19, NIV) but this time through a purified life ‘by the blood of Jesus’. In this epistle, precisely, the blood of Jesus appears as the basis for the Christian’s sanctification. In the Old Testament, ‘The blood of goats and bulls and the ashes of a heifer sprinkled on those who are ceremonially unclean [sanctified] them...’, but now, through the superior sacrifice of Jesus. Our author exclaims, ‘How much more, then, will the blood of Christ, who through the eternal Spirit offered himself unblemished to God, cleanse our consciences from acts that lead to death, so that we may serve the living God! (9:13, 14; NIV. Cf. 10:10, 14, 29; 13:12). The blood of Jesus not only sanctifies believers but joins them to the family of God (2:11). Being a member of God’s family is only possible by being sanctified through sacrifice of the Son of God.

6.3 What a life of sanctification means
Sanctification, as a process in the Crhistian life, includes several things, such as:

Forsaking sin
True Christians have to distance themselves from sin. Here (12:15, 16), the author mentions some especific sins: (1) a root of bitterness; (2) fornication [sexual immorality], and (3) godlessness[31]. Forsaking sin is only possible as part of the process of not missing the Grace of God (12:15a, NIV). These are not the only the sins that Christians have to reject in a general manner, but true believers have to lay aside sin (12:1b).

Throwing off everything that hinders
In verse 12:1, the author urges his readers to ‘lay aside every weight...’ (NKJ). Charles Ryrie (1983, p.227) writes on this point, ‘A weight is whatever hinders in the Christian race. It is not neccesarily anything wrong in itself, but it becomes bad because it hinders’.

6.4 The value of the testimony of heroes of faith for the sanctification of Christians.
Faith takes a first place in the Christian life. Such faith outlined by the author, has been exemplified in practice in the lives of the heroes of faith. The readers of this epistle are encouraged to follow a life of sanctification as practised by these heroes. The author declares, ‘For by [faith] the elders obtained a good testimony’ (11:2, NKJ) and ‘These were all commended for their faith…’ (11:39, NIV). Undoubtedly, ‘good testimony’ is linked to a life of sanctity; therefore, ‘practical sanctification is stimulated by observing others whose lives please God’ (Ryrie, 1983, p.227).

VII. A CALLING FOR SPIRITUAL MATURITY IN THE CHRISTIAN LIFE
In chapter 5:11, the author of the epistle to the Hebrews seems to interrupt his exposition of Christ as ‘high priest according to the order of Melchizedek.’ (5:10b, NAS). He urges his readers to grow in the Christian life until they achieve spiritual maturity. For that purpose, firstly he examines the spiritual condition of his readers. In the process of spiritual maturity, there are things to leave behind and things to acquire (Ryrie, 1983, pp.224-225). Our author distinguishes between two different kinds of food: solid food and milk. There are, consequently two types of consumers: matures adults and infants. He discusses the difference between each and links this to the spiritual state of Christians.

7.1 Things to be left behind in the process of spiritual maturity
First of all, the author invokes his readers to abandon their state of dullness because it is in opposition to the true Christian life. Some of them have became ’sluggish[32] in hearing’, so much so that, for the author, it is ‘difficult to explain’ (5:11, NAB). Besides this, our author mentions six things to be left behind, that compose the ‘rudiments’[33], or the basic principles of Christian thought (‘the first principles of Christ’, ASV). They could be listed into three pairs that are related and correspond to each other: (a) repentance, and (b) faith; (c) ablutions, and (d) laying of hands; (e) resurrection, and (f) eternal judgment. These ‘elementary doctrines of Christ’ (6:1, RSV) in themselves are not bad. The author is giving advice on the practical aspect of the gospel. In this exhortation, the lack of skill for living in accordance with the doctrines acquired is linked with the lack of practice.

7.2 Things to be acquired in the process of spiritual maturity
The author expects that some of his readers ‘ought to be teachers (dida,skaloi)’ (5:12a) because of the ‘long time’ (NLT) experienced as believers. Nevertheless, some readers ‘need someone to teach [them] the elementary truths of God's word all over again’ (5:12b). Being a teacher ‘refers specifically to an ability to communicate the faith to others’ (Lane, 1991, p.137). Mature Christians develop the ability to teach and do not expect to be instructed all the time. In connection with this, Guthrie (2002, p.134) writes:
The reason why teaching was expected of them is that they had been Christians long enough to have acquired sufficient basic understanding to be able to pass it on to others[34].

Besides that, mature Christians have to develop a ‘sensible ear’ for understanding the hard things to be interpreted (cf. 5:11; Ryrie, 1983, p.224) and the skillfulness ‘to recognize the difference between right and wrong and then do what is right’[35].

7.3 Solid food versus milk
Our author contrasts solid food with milk in its spiritual sense. These words ‘have been commonplace in the early church’ but also ‘in Greek moral philosophy’ (Bruce, 1990, p.135; Lane, 1991, p.137). The author makes clear that solid food[36] (sterea. trofh,) ‘is for the mature’. That is, for those ‘who have trained themselves to recognize the difference between right and wrong and then do what is right.’ (5:14, NLT). Unlike Gnostics, this solid food ‘is not the privilege of a few initiates who have been exposed to deeper truths or have attained a higher level of existence, but is intended for all Christians’ (Lane, 1991, p.135). Otherwise, milk[37] (ga,la) belongs to those who are still infants. They are ‘unskilled in the word of righteousness’ (5:13b, NKJ). That is why they are considered to be infants spiritually and for this reason, they do not ‘know much about doing what is right’ (5:13c, NLT). It should be understood that the term infants ‘is not an actual description of some or of all of the members of the community’ (Ibid.). It may be an ‘irony, calculated to shame them and recall them to the stance of conviction and boldness consonant with their experience (6:4-5, 10) and hope (6:9-12)’ (Ibid.).

The same idea of two kinds of food and two customers is used by Paul in 1 Corinthians (cf. 2:14-3:3). On the other hand, Peter uses the word ‘spiritual milk’ or ‘pure milk’ for denoting God’s word. This ‘pure milk’ produces maturity in the Christian life.

CONCLUSIONS

The Christian life, even though it is not the main theme in the epistle to the Hebrews, occupies an important place in the mind of his author. He is interested in the salvation of the readers, therefore his calling to not neglect ‘a great salvation’ in the Christian life is prominent. He also is concerned about the importance of meeting together. It is possible to discover negative results in ignoring this or great blessings and privileges doing it.

For the author, the Christian life presents duties which should be considered as part of Christian service, so that a believer’s calling is centred in social, marital and ecclesiastical duties.

Faith and holiness seem to have a preponderant place in the thought of the author. He places these topics in the centre of the Christian life. In fact, they are prerequisites for the salvation of believers (cf. 11:6; 12:14)

Discipline in the Christian life is an expression of love of God. For our author discipline is related to the love of God. He disciplines because of his love.

Finally, the Christian life is one of daily growth. Christian nourished on solid spiritual food and not on the milk of God’s word. For him, spiritual maturity is expressed in terms of the ability to teach others.

BIBLIOGRAPHY

A. Books

Brown, R. 1996, ‘The Message of Hebrews’ in The Bible Speaks Today, Inter-Varsity Press, Leicester, England.

Bruce, F.F. 1990, ‘The Epistle to the Hebrews’ in The New International Commentary on the New Testament, Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan.

Erdman, C. R. 1976, La Epístola a los Hebreos, TELL. Grand Rapids, USA.

Gooding, D. 2002, An Unshekeable Kingdom, Gospel Folio Press, USA.

Guthrie, D. 2002, ‘Hebrews’ in Tyndale New Testament Commentaries, Inter-Varsity Press, Leicester, England.

Hagner, D.A. 1998, ‘Hebrews’ in New International Biblical Commentary, Hendrickson Publishers & Paternoster Press, USA.

Keener, C. S. 2005, Comentario del Contexto Cultural de la Biblia Nuevo Testamento, Editorial Mundo Hispano, El Paso, Texas.

Kistemaker, S. J. 1991, ‘Hebreos’ in Comentario del Nuevo Testamento, Subcomisión Literatura Cristiana, EE.UU.

Ladd, G. 2002, ‘Hebreos y las Epístolas Generales’ in Teología del Nuevo Testamento, Editorial CLIE, Barcelona.

Lane, W. L. 1991, ‘Hebrews 1-8’ in Word Biblical Commentary, vol.47A, Thomas Nelson Publishers, Nashville.

Ryrie, C.C. 1983, ‘Teología de Hebreos’ in Teología Bíblica del Nuevo Testamento’, Outreach Publications, Grand Rapids, Michigan.

Steadman, R.C. 1992, ‘Hebrews’ in The IVP New Testament Commentary Series, Inter-Varsity Press, Leicester, England.

B. Electronoic Resources

BibleWorks version 4.0.026e in CD-ROM.

Commentary Critical and Explanatory on the Whole Bible in CD-ROM.

International Standard Bible Encyclopedia in CD-ROM.
[1] ‘Great, so large’ (Barclays-Newman Greek Dictionary, Bible Works, CD-ROM).
[2] According to the Enhanced Strong’s Lexicon, this word means: 1) deliverance, preservation, safety, salvation; 1a) deliverance from the molestation of enemies; 1b) in an ethical sense, that which leads to the souls safety or salvation; 1b1) of Messianic salvation; 2) salvation as the present possession of all true Christians; 3) future salvation, the sum of benefits and blessings which the Christians, redeemed from all earthly ills, will enjoy after the visible return of Christ from heaven in the consummated and eternal kingdom of God.
It recurs seven times in the epistle to the Hebrews, ‘more than in any other New Testament book’ (Steadman, 1992, p.33).
[3] ‘Disregard, neglect, reject’ (Barclays-Newman Greek Dictionary, Bible Works, CD-ROM).
[4] ‘Drift away’ (Ibid.). Here, ‘the metaphor is the ship which casts off’ (Erdman, 1976, p.35)
[5] Lane (1991, p.57) prefers to use this translations ‘the common stock of ideas in the hellenistic world...’. This translation is ‘sensitive to the cultural nuances of the term in Hellenism and appropriate to the literary context...’
[6] Here, the Enhanced Strong’s Lexicon defines it, as follows: 1) the chief leader, prince; 1a) of Christ; 2) one that takes the lead in any thing and thus affords an example, a predecessor in a matter, pioneer; 3) the author.
Lane (1991, p.56) argues that ‘The Greek term is a vehicle for a broad range of nuances, both in Jewish and in secular sources... Its meaning in any given context can be determinated only on the basis of cultural as well as literary considerations’. This word occurs again in 12:2.
[7] It means: 1) that which is the cause of anything resides, causative, causing; 1a) the author; 1a1) of a cause; 1a2) of crime or offence (Enhanced Strong’s Lexicon).
[8] This was shown in Gethsemane and given to believers as an example for the Christian life.
[9] From Gk. avfi,stamai, ‘leave, go away; desert, commit apostasy; keep away’
[10] See 4.4, p.22.
[11] Cf. the expression, ‘...He who is coming will come and will not delay’ (10:37). See also Gooding (2002, pp.208-210). Guthrie (2002, p.216); ‘It is certainly connected with the second coming of Christ, although this also is not mentioned here’.
[12] Bruce (1990, pp.258, 259) suggests that ‘the apparent postponement of the parousia was having its effect [loss of expectation for the second coming] on their mind’, mainly among the ‘new generation’ of believers.
[13] According to the Barclay-Newman Greek Dictionary, it means: serve, worship.
[14] In accordance with the Enhanced Strong’s Lexicon, the Greek word latreu,w also means, in the NT, ‘to render religious service or homage, to worship; to perform sacred services, to offer gifts, to worship God in the observance of the rites instituted for his worship’
[15] It is not clear if the term ‘strangers’ applies only to Christians or also non-Christians. For Guthrie (2002, p.268) ‘The reference to angels would favour the former, but the latter is not necessarily entirely excluded’.
[16] The Enhanced Strong’s Lexicon gives the following meanings: 1) to remind; 1a) to be recalled or to return to one’s mind, to remind one’s self of, to remember; 1b) to be recalled to mind, to be remembered, had in remembrance; 1c) to remember a thing; 1d) be mindful of.
[17] Bruce (1990, p.373) makes clear the difference between adultery and fornication. He writes, ‘Fornication and adultery are not synonymous in the New Testament: adultery implies unfaithfulness by either party to the marriage vow, while the word translated “fornication” covers a wide range of sexual irregularities...’
[18] ‘Remember those who led you...’ (13:7a, NAS). Leaders are mentioned three times in this chapter (see 7, 17and 24)
[19] Gk. mnhmoneu,ete. This verse is constructed in the imperative mode [verb/imper/pres/act/2ndper/pl]. Seemingly this Greek word is a command rather than an option for believers in their Christian lives.
[20] ‘to listen to, obey, yield to, comply with’
[21] ‘accept (someone’s) authority, submit to, be subject to’ (Barclay-Newman Greek Dictionary). This Greek word occurs only here in the New Testament.
[22] The idea here is to watch over the extent of being sleepless.
[23] From Gk. stena,zw, ‘sight, groan; complain, grumble’ (Barclay-Newman Greek Dictionary).
[24] The Enhanced Strong’s Lexicon gives us the follow meanings: (1) the chief leader, prince; (2) one that takes the lead in any thing and thus affords an example, a predecessor in a matter, pioneer; and (3) the author.
[25] See 1.3, pp.8-10
[26] Gk. u`postolh,, ‘shrinking back, turning back’ (Barclay-Newman Greek Dictionary).
27] Cf. 2:1; ‘We must pay more careful attention, therefore, to what we have heard, so that we do not drift away’ (NIV) and 5:11; ‘We have much to say about this, but it is hard to explain because you are slow to learn’ (NIV)
[28] See the author’s emphasis about the fatherhood of God in verses 12:6-9.
[29] This may be understood as living spiritually and eternally (Commentary Critical and Explanatory of the Whole Bible, CD-ROM).
[30] This is translated with differents meanings in the various versions (i.e. ‘follow’, KJV; ‘make every effort’, NIV; ‘pursue’, NAS, NRS, NKJ), but always preserving the imperative sense of active pursuit.
[31] From Gk. be,bhloj, ‘vile, godless, irreligious’ (Barclay-Newman Greek Dictionary).
[32] From Gk. nwqrój, ‘slow, sluggish, indolent, dull, languid’
[33] Such ‘rudiments’ (stoicei/a) are part of the ABC of divine revelation (Bruce, 1990, pp.135-136).
[34] Cf. 2 Timothy 2:2.
[35] See 5:14c, NLT.
[36] For Lane (1991, p.135), “solid food” ‘represents Christian truths undergirded by a profound appreciation of Christ and his work of redemption’.
[37] Here, for Lane (Ibid.) “milk” ‘designates elementary instruction’.

Observación: Lamentablemente las palabras con fuentes en griego (en lo posible debe de instalar la fuente Bwgrkl) no pueden visualizarse. El documento ha sufrido cambios de configuración, por lo tanto, las cursivas y otros detalles de redacción, no podrán aparecer como en el original.

viernes, 7 de marzo de 2008

Liderazgo Generacional

Moisés, líder de una generación[1]

Introducción
Sin duda, si tuviéramos que pensar en líder generacional, tendríamos que apuntar a la vida Moisés, el gran líder de Israel, quien tuvo la monumental responsabilidad de guiar a toda una generación desde Egipto hasta la tierra prometida, durante cerca de cuarenta años. Es precisamente en la vida de Moisés, donde podemos encontrar las bases bíblicas de un líder que guía a toda una generación hacia la voluntad de Dios. La trascendencia de Moisés fue tal, que aun el autor de Deuteronomio (34:10-12), reconoce sin mezquindad que como él no se había levantado otro líder profético que guiara a toda una generación en las condiciones mas terribles, como él lo hizo.
Liderar una generación empieza con un llamado de parte de Dios
El líder de una generación no empieza su obra por cuenta propia. Es Dios quien primeramente le llama, le da una visión y las herramientas necesarias para desarrollar las tareas que le va a asignar. En la vida de Moisés podemos ver claramente esto. Mientras él esperaba acabar sus días en Madián, al lado de su esposa, sus hijos y su suegro, Dios tenía preparado un propósito para su vida: liderar a toda una generación, no sólo a la libertad, si no que por encima de eso, hacia la voluntad misma de Dios.
En Éxodo capítulo 3 encontramos precisamente el momento en el cual Dios se aparece a Moisés de manera sobrenatural y le comunica la decisión de liberar a su pueblo a causa de sus múltiples oraciones de ellos. Pero también le comunica a Moisés el llamado personal que tiene para él. En el verso 10 se lee así, ‘Ven, por tanto, ahora, y te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel’. No se puede liderar a una generación a menos que uno reciba un llamado especial de parte de Dios. Cuando Dios llama, también ayuda a cumplir la tarea que nos da (Ex. 3:12a). El llamado de Dios es un asunto ‘no negociable’ (recordar el llamado y la tarea de Jonás). Moisés trata de escabullirse poniendo algunos ‘peros’ (cf. Ex. 4:10), sin embargo nadie puede ser más fuerte que el llamado de Dios.
Algunos sociólogos han etiquetado a la generación de los años 70 y 80 como la ‘Generación X’. Su fundamento principal es que esta generación, es una que se ha perdido en el tiempo, sin producir líderes emergentes que sepan guiar los destinos de toda una generación. Sin embargo, creemos que el Señor esta llamando personas en los diferentes países, lenguas y razas, para guiar a su generación hacia su propósito. Dios todavía continúa llamando Moisés modernos que impacten su generación con el poder del Espíritu Santo. Por eso nuestra oración debiera ser, ‘Señor envía obreros a tu mies’ (Mt. 9:38), pero también ‘Heme aquí, envíame a mí’ (Is. 6:8).
La preparación del líder generacional
Moisés tuvo una doble preparación, por una lado, en la corte del Faraón (digamos, preparación intelectual) y también otra en el desierto (digamos, preparación espiritual). Por algún propósito Moisés llegó a la corte del faraón, Dios siempre tiene un propósito y a veces nosotros no alcanzamos a discernirlo. Moisés absorbió toda la ‘ciencia’ y el conocimiento secular de los Egipcios, los grandes arquitectos y constructores de pirámides y todas las maravillas del mundo antiguo. Sin embargo eso no sería suficiente para llevar a cabo la tarea que Dios le habría de encomendar. Moisés necesitaba algo más, algo que está por encima de toda ‘ciencia’. El debía de entender que, aun habiendo sido formado en la élite del conocimiento del mundo antiguo, eso era nada si Dios no le guiaba, si Dios no le preparaba y le capacitaba para liderar a su pueblo hacia la promesa de la tierra prometida. Podríamos decir que la primera preparación de Moisés duro 40 años en la corte del Faraón y la segunda 40 años mas en Madián. Mientras que en los primeros 40 años él pensaba ‘ser’ alguien, los 40 años siguientes se dio cuenta que ‘no era nadie’.
Los líderes generacionales no le deben de temer a la doble preparación. ¡Dios también se mueve a través de nuestra preparación ‘secular’!. Sin embargo lo más importante es la preparación espiritual. Tal fue el caso de Pablo, de Martín Lutero, John Wesley y otros muchos más, a quienes Dios ha levantado para guiar a toda una generación hacia su propósito divino. En esto debemos de entender que nuestra competencia no proviene de nosotros mismo, sino a través de nosotros. Para Pablo esto estaba muy claro, el escribió, ‘No es que nosotros mismos estemos capacitados para considerar algo como nuestro; al contrario, todo lo que podemos hacer viene de Dios’ (2 Cor. 3:5).
La tarea del líder generacional
Ahora que Dios había llamado a Moisés y lo había preparado por 40 años, le notifica cual va a ser su tarea, ‘…te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel’ (Ex. 3:10b). No tiene sentido ser un líder generacional si no se tiene una tarea. El problema actual es que muchos anhelamos el liderazgo, sin embargo rechazamos la tarea, es decir el servicio. A veces se ve el liderazgo como una forma posición nomás y no como una vida de servicio. La tarea de Moisés no fue fácil, el encontró muchas dificultades. Encontró a un Faraón con un corazón endurecido y aun pueblo problemático en el desierto que al menor descuido se entregaba a la idolatría, que siempre estaba quejándose y subestimando la gran obra de Dios en medio de ellos. Aunque la tarea de un líder generacional no es fácil, la garantía es que Dios estará siempre acompañando y sosteniendo a los que él ha llamado (cf. Josué 1:5).
La autoridad y las herramientas que recibe el líder que guía a una generación
Moisés, ni ningún líder generacional, basa su tarea sólo en sus capacidades, sino en la autoridad que se recibe de parte de Dios. Moisés había declarado ¿quién soy yo? (3:11). El Señor le respondió, ‘…Así dirás a los hijos de Israel: “<> me envió a vosotros” (3:14b). El Faraón probablemente era el hombre más poderoso de su tiempo, sin embargo, Moisés tenía que saber que él era el embajador de la persona más poderosa de todo el universo. La autoridad del líder descansa sobre la autoridad que Dios le ha dado, no se ‘inventa’ su propia autoridad.
Además de esto, Dios provee de herramientas para que los líderes generacionales puedan realizar su tarea. A Moisés le proveyó de ayuda frente a un problema fisiológico (tartamudez), la ayuda fue su propio hermano (Ex. 4:14-16, 27). También le proveyó de herramientas milagrosas, tal fue el caso de su vara que se convertía en una culebra (Ex. 4:2-3; 7:9-12). También le dio la potestad de atraer las plagas de Dios sobre el pueblo de Egipto. Cuando Dios llama a los líderes generacionales, también los equipa para poder desarrollar su tarea. Dios nunca deja a sus ministros a sus propias expensas, él provee todo lo necesario para el cumplimiento de sus propósitos.
Las dificultades que confronta el líder de una generación
Ya hemos mencionado que la tarea del líder nunca es fácil. Moisés tuvo que lidiar no sólo con su complejo de inferioridad, su cobardía (al inicio de su llamado), si no que también tuvo que enfrentar a un Faraón implacable y a un pueblo inconforme y desobediente. Estuvo a punto de la muerte por afrontar los rigores de ser un líder generacional para Israel (Ex. 18:18). Ser líder generacional no es un asunto de posición ni de fama, sino de trabajo duro y humildad, para con el pueblo, y para con Dios.
La ayuda que recibe el líder de una generación
En la historia del pueblo de Dios no existen líderes solitarios que quieran guiar a una generación. Los líderes están llamados a ser los ‘directores de la orquesta’ y no ser ‘toda la orquesta’ en si misma. Jesús mismo llamó a los doce discípulos para llevar a cabo su labor suprema de líder generacional. ¡Aun él, siendo el hijo de Dios, no se propuso una tarea solitaria! Los líderes generacionales saben perfectamente esto, no se puede pretender ser todo el equipo, una sola persona no puede impactar toda una generación. Moisés contó con la ayuda de Aarón y Hur, para que sus manos no decayeran durante su oración, cuando el pueblo peleaba contra Amalec (Ex. 17:11-12). También contó con la ayuda de jueces que ayudaban a resolver los problemas del pueblo (Ex. 18:25, 26).
La transmisión de la posta entre líderes generacionales
Los líderes generacionales miran más allá de su propia generación. Piensan en la continuidad de la tarea que Dios les ha encargado y entrenan a otros para que, cuando ya no estén, sus discípulos puedan continuar con la visión. Pablo, por ejemplo, preparó a Timoteo, y le encargo a éste, que lo siga haciendo con otros (2 Tim. 2:2). Moisés preparó a Josué para continuar con la tarea de llevar a Israel hasta la tierra prometida. Puesto que él no podía completar esta tarea debido a su desobediencia. Al final de su vida, Moisés tenía que pasar la posta a Josué, aun esto fue por voluntad divina (Num. 27:18; 34:17; Deut. 1:38; 3:28; 34:9). Esto es lo que hace diferente a los líderes generacionales, de los otros líderes, ellos muestran su preocupación y su compromiso más allá de su propia existencia. La tarea de un líder generacional no acaba con su muerte.
Epílogo
Como dijéramos anteriormente, Dios esta levantando una nueva generación de líderes a quienes está llamando para una tarea enorme, como la antesala a la Segunda Venida de Cristo. Tal vez tú seas uno de esos líderes, recuerda la vida de Moisés y anímate, el Señor declarará a su tiempo sus propósitos para tu vida, espera en oración y prepárate. Dios requiere de nuestras vidas para llevar a cabo el cumplimiento de su voluntad y de sus propósitos.
[1] Conferencia dictada por el Pst. Silas Ramos Palomino, en la ciudad de Moquegua, el 29 de Junio del 2007, para la Iglesia Nacional ‘Los Amigos’ (INELA – Región Costa)