miércoles, 19 de marzo de 2008

Historia de la Predicación


Brevísima Historia de la Homilética y la Predicación


Introducción
El nacimiento de la Homilética de ninguna manera tiene que verse como un evento post cristiano. Una lectura rápida de la historia nos notifica y nos señala las raíces de la homilética, en la predicación hebrea y en la retórica antigua. De manera que la predicación, tal como la conocemos hoy, bebió inicialmente de dos fuentes. En la primera fuente, los profetas juntamente con los escribas, deben de ser considerados como los exponentes más elevados de la predicación hebrea. El legado de ambos es innegable. Por su lado, la retórica antigua empezó a gestarse en Sicilia alrededor del año 465 a.C. con Corax y Tisias, su discípulo. La retórica griega también tiene mucho que ver en la formación de la homilética. En este punto, Aristóteles (384-322 a.C.) y su Retórica, tienen una gran cuota de aportación. La obra del filósofo griego fue una de las más grandes en el mundo antiguo. También debe de resaltarse la contribución de los retóricos latinos. Entre ellos encontramos a Cicerón (106-43 a.C.) y su obra De Oratore y Quintiliano (35-95 d.C.) con Instituciones Sobre Oratoria. De la simbiosis de ambas fuentes del ‘arte de hablar’, en un proceso que duró algunos siglos, emergió la Homilética cristiana, llegando a convertirse en el arte de la predicación bíblica y cristiana (Turnbull, 1968, p.50).

La predicación en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, la predicación tiene que ver directamente con la proclamación pública del evangelio del Reino. Este evangelio no es un simple discurso religioso, es el plan divino de salvación ejecutado a través de Jesús, el Hijo de Dios, que ha sido dado gratuitamente a la humanidad caída por causa del pecado. Tal como lo menciona el Nuevo Diccionario Bíblico Certeza[1], ‘La predicación no es una desapasionada recitación de verdades moralmente neutras; es Dios mismo que aparece en escena y enfrenta al hombre con una demanda de decisión’. Hay rasgos muy marcados que retratan y caracterizan la predicación neotestamentaria[2]: (1) posee un ‘sentido de compulsión divina’, es decir, los predicadores sienten una carga enorme por predicar el evangelio (cf. Mrc. 1:38; Hch. 4:20; 1 Cor. 9:6; 2 Tim. 4:2). Pablo por ejemplo se siente esforzado a hacerlo, sobretodo, donde otros no habían llegado (Ro.15:20), y; (2) en la predicación del Nuevo Testamento se puede notar nítidamente ‘la trasparencia de su mensaje y motivo’. No solapa ni concede espacios a la palabrería, la demagogia, la ‘sabiduría de palabras’, ni para la excelente y vacía retórica del predicador (cf. 1 Co. 1.17; 2.1–4). En la predicación no hay astucia ni adulteración (2 Cor.4:2). Los predicadores del Nuevo Testamento no rehúsan predicar ‘todo el consejo de Dios’ (Hch. 20:27).

La figura principal de la predicación neotestamentaria es sin duda Jesucristo mismo. Nadie puede opacar la luz dominante de su presencia en la predicación. Jesús es un predicador itinerante que se desplaza y predica por aldeas, ciudades (Mt. 11:1), casas (Mt.9:10; 9:23; 9:28; 13:36; 17.25; 26:6) e incluso sinagogas (Mt. 4:23; 9:35; 13:54; Mr.1:39; 6:2; Lc.4:15; 4.44; 6:6; 13:10; Jn.6:59; 18:20). El núcleo de su mensaje es evangelio del reino de Dios[3] (Mc. 1:14; Lc.4:42, 8:1, 9:10), pues se convierte en la columna vertebral de su kerygma[4]. Junto a la figura de Jesús aparece también la de Juan el Bautista, un predicador a la medida de los profetas, que no tiene ningún reparo en confrontar al mismo Herodes (Lc. 13:32) y también a su pueblo (3:2, 7-10). Él era la voz que habría de clamar en el desierto, tal como lo había profetizado Isaías (40:3, cf. Mt.3:3). La predicación de Juan el Bautista tiene un fuerte énfasis en el arrepentimiento y es una protesta contra el falso orgullo judío que se sostenía en su ascendencia abrámica. Su misión era la de ‘enderezar vereda’ y preparar camino para el ministerio de Jesús. Un tercer grupo de predicadores está conformado por los apóstoles. Ellos le dieron ‘prioridad al ministerio de la predicación’ (Stott, 2006, p.15; cf. Hch. 6) en vez de diluirse en asuntos administrativos, que eran importantes, pero al fin una tarea a la cual ellos no habían sido llamados[5]. El primero de ellos en aparecer en el libro de los Hechos, es el apóstol Pedro. Lo encontramos en el capítulo 2:14-42, luego en 3:12-26; 5:29-32 y 10:34-43. El apóstol Pablo también desarrolla un rol preponderante en la predicación apostólica del Nuevo Testamento. La primera vez lo encontramos dirigiéndose al pueblo de Antioquía de Pisidia, dentro de la sinagoga (Hch. 13:23-41). Más delante lo veremos predicando una y otra vez en sus viajes misioneros.

La predicación en la iglesia primitiva y el periodo patrístico
Al parecer la predicación en la iglesia primitiva fue influida poderosamente por el método de predicación utilizado por los escribas y los ancianos de la sinagoga. La presentación del evangelio constituyó una homilía simple y rústica. Pero más adelante, después de que el evangelio fue presentado a los gentiles, se pudo notar que:
Gradualmente la forma del mensaje empezó a cambiar. En poco tiempo, bastantes retóricos preparados estuvieron entre los creyentes y algunos de ellos respondieron al llamado divino a predicar. El evangelio fue ahora presentado en formas ya familiares a estos predicadores. Las reglas de la retórica empezaron a remodelar la presentación del mensaje Cristiano (Turnbull, 1968, p.51).

Entre los principales predicadores gentiles -entrenados en la retórica, convertidos al cristianismo y llamados a la predicación- podemos mencionar a los siguientes:

Clemente de Alejandría [160-220 d.C.] quien era un muy buen conocedor de la retórica griega.

Tertuliano [150-220 d.C.], al igual que el anterior, estaba bien entrenado en el arte de la retórica. Sus obras revelan su amplio conocimiento del mismo.

Orígenes [185-254 d.C.]. Fue el verdadero innovador de la predicación de su tiempo. Antes de él, ‘la homilía había sido un comentario informal de las escrituras’ (ibíd.).

Basilio [330-379 d.C.]. A pesar de no haber escrito un tratado sobre la predicación, ‘hizo frecuentes referencias a los principios de la homilética que muestra un conocimiento e interés en ellos’ (ibíd.).

Juan Crisóstomo o de Antioquía [347-407 d.C.] quien ‘…había sido instruido por Libanius, el maestro más famoso de retórica de ese tiempo’ (ibíd.), llegando a predicar ‘doce años en la catedral de Antioquía antes de ser Obispo de Constantinopla en el 398 d.C.’ (Stott, 2006, p.18) Su obra Sobre el Sacerdocio, muestra secciones importantes acerca de la vida del predicador y su mensaje. Debido a sus dotes como predicador recibió el apelativo de ‘Crisóstomo’ que significa ‘boca de oro[6]’. Según John Stott (2006, p.19), su predicación mostró cuatro características muy especiales: (1) era bíblica; (2) su interpretación era simple y directa’; (3) poseía aplicaciones morales que se trasladaban al plano práctico, y; (4) poseía una marcada denuncia profética, eso le costo el exilio.

Ambrosio [340-397 d.C.], de quien se dice que Agustín quedó muy impresionado con su habilidad oratorial, pero mucho más con su mensaje espiritual.

Agustín [354-430 d.C.]. Él fue profesor de retórica antes de su conversión. Como era de esperarse, Agustín incorporó y aplicó sus conocimientos a su predicación, llegando a escribir el primer mayor trabajo acerca del arte de la predicación. Su obra Sobre la Enseñanza Cristiana contiene cuatro volúmenes, el cuarto tiene que ver exclusivamente con la homilética. Uno de los aportes de Agustín es que él llegó a relacionar ‘…los principios de la teoría retórica con la tarea de la predicación’ (Turnbull, 1968, p.52). La influencia de su obra perduró hasta el Renacimiento, época en el cual se publico el tercer volumen de su obra ya mencionada, como El Arte de la Predicación. Hay una fuerte influencia de Cicerón y Aristóteles en su retórica. En su teoría y práctica de la predicación, procuró un fuerte énfasis en tres elementos: claridad, fuerza y variedad.

La Edad Media
Entre los autores medievales que escribieron en torno a la teoría homilética, podemos citar a Isidoro de Sevilla (d. 636) y su obra Etimologías, compuesta por veinte volúmenes y donde discute a cerca de la predicación. Sus principios utilizados son más retóricos que homiléticos, por lo tanto no tiene mucho que aportar al arte de la predicación.

Rabanus Maurus (776-856) hizo una contribución muy importante al publicar su obra titulada, Sobre la Institución del Clero. Allí se plasma sus enseñanzas acerca de la teoría homilética, siguiendo el esquema de Agustín, del cual es muy dependiente.

Alan de Lille (m. 1203) publicó su obra titulada Sumario del Arte de la Predicación. Allí él le da mucho énfasis al lugar de las Escrituras e insiste en el hecho de que los predicadores debieran tener un conocimiento especial, tanto del Nuevo, como del Antiguo Testamento. También insistió en la colegialidad de los predicadores, ellos deberían estar autorizados por la Iglesia para poder predicar.

Aun cuando parezca increíble, las órdenes monásticas también tuvieron un impacto muy enorme en la predicación. Charles Smyth (citado por Stott, 2006, p.19) sostiene que:
…La historia del púlpito tal como la conocemos comienza con los frailes predicadores. Se reunían y estimulaban una creciente demanda popular de los sermones. Ellos revolucionaron la técnica. Ellos engrandecieron el oficio.

Francisco de Asís (1182-1226) es bien conocido por ser un servidor, sin embargo, una faceta que a menudo se ignora de él, es su celo por la predicación. Domingo (1170-1221) le dio un poco más de énfasis, que Francisco de Asís, a la predicación. Eso le llevó a predicar por Italia, Francia y España. Llegó a organizar la Orden de los Predicadores sobre la base de sus ‘monjes de negro’.

Además de ellos, también debemos mencionar a Antonio de Padua, Berthold de Regensburgo y Buenaventura. Este último escribió El Arte de la Predicación, siguiendo el esquema de Agustín. Otro tratado escrito en este periodo es, Sobre la Educación de los Predicadores, de Humberto de los Romanos. La obra presta atención a algunos consejos para predicadores y la preparación pastoral para deberes específicamente pastorales.

En general, durante la Edad Media se dio poco interés a las Escrituras como la base de la predicación. El método escolástico reinó, vigoroso, sobre la predicación, de allí que el análisis minucioso diera como resultado numerosas y tediosas divisiones y subdivisiones dentro de la estructura del sermón. Todo esto devino en sermones fríos y sin vida.

También se debe de resaltar el digno trabajo de John Wycliffe[7] (1329-1384), quien ‘era un predicador bíblico y diligente, y [quien] a partir de las Escrituras atacó al papado, las indulgencias, la transubstanciación y la opulencia de la Iglesia’ (ibíd., p.20). Wycliffe (citado por Stott, pp.20-21) llegó a afirmar que:
El servicio más elevado que los hombres puedan alcanzar en la tierra es predicar la Palabra de Dios… es por esta causa que Jesucristo dejó otras laboresy se ocupó principalmente en la predicación, y así lo hicieron sus apóstoles, y por ello, Dios los amó… éste es el mejor servicio que los presbíteros pueden prestar a Dios…

El Periodo del Renacimiento y la Reforma
El despertar por el estudio del griego y el latín, trajo como consecuencia que el método escolástico fuera evaluado y cuestionado. Uno de los eruditos de este periodo fue el gran humanista Desiderio Erasmo de Rotterdam[8] (1457-1536), quien publicó su obra El Predicador del Evangelio, llegando a ser un importante aporte a la predicación de su época.

Junto a Erasmo debemos de mencionar a John Colet (1466-1519), un inglés que estaba familiarizado con los estudios de Erasmo y otros humanistas. En su país ‘inició una consecutiva exposición de las escrituras. [De esa manera] las escrituras de nuevo llegaron a ser las bases para la predicación Cristiana’ (ibíd.).

Por su lado, los reformadores procuraron recuperar, no sólo la predicación, sino que, por encima de ello, la predicación bíblica[9]. No obstante esto, ni Lutero, Zuinglio, Calvino, Knox o Latimer, escribieron un tratado específico sobre la teoría de la predicación. Sin embargo se puede advertir, en sus obras, algunas instrucciones con relación a la predicación. Por ejemplo Lutero (1483-1546) en su obra Table Talk, presenta una sección titulada ‘Sobre los Predicadores y la Predicación’. Allí Lutero declara que todo predicador debería tener las siguientes virtudes: (1) enseñar sistemáticamente; (2) tener discernimiento; (3) ser elocuente; (4) buena voz; (5) buena memoria; (6) saber cuando terminar; (7) estar seguro de su doctrina; (8) aventurarse y comprometer cuerpo y sangre, salud y honor, en la palabra, y; (9) sufrir el hecho de ser objeto de burla y mofa de parte de todos (Ibíd., p.53).

Calvino (1509-1564), por su lado, ‘utilizó la homilía como método y predicó a través de varios libros de la Biblia’ (ibíd.). Para Calvino, predicación e iglesia estaban muy relacionados. Esa convicción lo llevó escribir que, ‘En todo lugar en que la Palabra de Dios es predicada y escuchada de manera pura… allí existe, sin duda, una Iglesia de Dios’ (citado por Stott, 2006, p.23). Puso mucho énfasis en la preparación del predicador, este debería de ser un erudito, un estudiante de la Palabra de Dios. El aporte de Calvino radicó en el lugar que le dio a la congregación. Ellos deberían mostrar un espíritu apropiado y ser obedientes a la Palabra de Dios, la misma que habían oído durante la predicación.

Philip Melachthon (1497-1560) escribió dos pequeños tratados acerca del arte de la predicación: Elementorum Rhetorices Libri Duo y Ratio Brevissima Concionandi. Aun cuando estas obras no fueron innovadoras en si mismo, puesto que siguieron los principios de la retórica clásica con una aplicación a la predicación Cristiana, llegaron a ser un aporte al cual se le debe prestar atención.

Hugh Latimer (1485- ) el popular predicador de Inglaterra, poseía un ‘toque sencillo y rústico’ (ibíd., p.24). Sus predicas le salían del corazón y llegaban al corazón de sus oyentes. Su predica se orientó básicamente a denunciar la apatía del clero inglés. En su época los obispos se habían desentendido de la predicación para dedicar su tiempo al disfrute terrenal de sus bienes. Uno de sus sermones más populares es el que lleva por título ‘El sermón del arado’. Allí ataca directamente a los prelados de la iglesia inglesa y los desafía a abandonar su apatía, puesto que el diablo no se muestra así de indiferente frente a la grey descuidada, sino que trabaja activamente.

Andrew Hyperius (1511-1564) fue quien hizo una significativa contribución a la teoría de la predicación con su obra Sobre la elaboración de Discursos Sagrados (contenido en dos volúmenes). Por su importancia ha sido catalogado como un ‘tratado científico sobre el arte de la predicación’ (ibíd.). Este autor aborda el tema de los sentimientos que podría motivar el predicador. Deja bien en claro que, ‘el predicador no está para crear mera emoción, mas bien está para avivar la vida espiritual y producir frutos espirituales’ (Turnbull, p.53).

Otro tratado importante dentro del periodo correspondiente a la Reforma, es El Arte de Profetizar de William Perkins. La obra presta mucha atención a la interpretación y la exposición, estos elementos influenciaron mucho a los predicadores ingleses, mayormente a los Puritanos y los Separatistas que fueron a América del Norte.

La homilética y la predicación en la Modernidad
Uno de los que más impactó la historia de la predicación en Europa y los Estados Unidos en el siglo XVIII, fue John Wesley (1703-1791). Wesley fue predicador incansable, se menciona que él ‘Predicaba dos veces al día, y a menudo tres y cuatro veces’[10]. Lo grande de Wesley es que llevó a cabo su predicación, en las condiciones más adversas que se puedan imaginar. A menudo era apedreado y había contra él innumerables intentos de homicidio. Las cifras en torno a su vida, inspiran mucho a los predicadores que han vivido después de él:
Se calcula que en los últimos cincuenta y dos años de su vida predicó más de cuarenta mil sermones. Wesley trajo a pecadores al arrepentimiento en tres reinos y dos hemisferios[11].

Eso sin contar sus aportes en cuanto a literatura cristiana, misiones y estudios bíblicos. En su diario personal del 28 de agosto de 1757, había mencionado, ‘Ciertamente vivo por la predicación’ (citado por Sott, 2006, p.29). Efectivamente así vivió hasta el último día de vida que le dio el Señor.

El siglo XIX favoreció tremendamente la producción literaria, esto también alcanzó a la literatura relacionada a la teoría homilética. Turnbull (ibíd., p.54) indica que ‘en la medida que el siglo progresó, la teoría homilética se tornó más informal, más variada y más interesante’. En esta época podemos citar a de Charles Simeon, predicador inglés, ardoroso e incansable, quien llegó a sostener, que el oficio más valioso era precisamente el de predicador. En una misiva enviada a John Venn, le escribió: ‘…felicito… tu ascenso al oficio más valioso, el más importante y el más glorioso en el mundo: el de un embajador del Señor Jesucristo’ (citado por Stott, 2006, p.31). Además de ellos, podemos citar también a John Henry Newman (1801-1890), H.P. Liddon (1829-1890), F.W. Robertson (1816-1853) y la figura sobresaliente de Charles Haddon Spurgeon (1834-1892).

Otros que dejaron huellas profundas en la teoría de la predicación, han sido: Alexander Vinet y su Homilética (1847). El libro fue traducido al inglés y tuvo un fuerte impacto en Inglaterra, donde fue utilizado como libro de referencia en el campo de la homilética, durante muchos años. Incluso llegó a influir en la obra de John A. Broadus. Fue precisamente John A. Broadus quien escribió una de las obras más relevantes en los Estados Unidos. Su trabajo fue publicado el año 1870 con el título de Un tratado sobre la preparación y entrega de sermones e increíblemente todavía se sigue usando como texto de referencia en algunos seminarios. En esta época, e inicios del siglo XX, también aparecieron otras obras importantes, tales como La teoría de la predicación (1890) de Austin Phelps y La elaboración del sermón (1898) de Harwood Pattison.

Durante la primera mitad del siglo XX se debe resaltar las obras El predicador (1909) y Elementos vitales de la predicación (1914) de A. S. Hoyt. Otros trabajos que pueden también merecen mencionarse en esta época, son: Disertaciones sobre predicación de Lyman Beecher, Predicación positiva y la mente moderna (1907) de P.T. Forsyth, Las charlas Beecher sobre predicación en Yale, tituladas The Romance of Preaching. Horne fue un excelente orador y miembro del Parlamento británico (ibíd., p.35).

En general, durante la primera mitad del siglo XX, no hubo muchos cambios significativos en la teoría de la predicación, la tendencia fue ‘ser más inspiracional en contenido’ (ibíd., p.55). Los libros siguieron el formato siguiente: (1) el predicador, (2) su propósito, (3) su mensaje, y (4) su método (ibíd.). Algunos aspectos de la predicación –como es el caso de la elaboración de las ilustraciones- recibieron aportes importantes, se puede mencionar aquí el trabajo de Dawson Bryan y su Arte de ilustrar sermones (1938), W. E. Sangster y La habilidad de ilustración de sermones (1946) e Ian Macpherson con El arte de ilustración de sermones (1964). También se le dio importancia a la relación entre la predicación y la teología. La obra titulada La predicación apostólica y su desarrollo (1936) de C. H. Dodd resalta en este punto.
Aunque sobresale más por su labor teológica, que su labor como predicador, no podemos dejar de mencionar a Karl Barth (1886-1968) y su profundo respeto por la predicación. En 1928 declaró:
…no existe nada más relevante para la situación real, desde el punto de vista de los cielos y la tierra, que el hablar y escuchar la Palabra de Dios en el poder regulador y productor de su verdad… (Citado por Stott, 2006, p.37)

En la segunda mitad del siglo XX, se le ha dado mayor importancia a la estructura y organización del sermón, dentro de la teoría homilética. En ese sentido, hay algunas obras que han contribuido a tal fin, ellas son: La preparación de sermones (1948) de A. W. Blackwood, Principios y práctica de la predicación (1956) de Ilion T. Jones, Diseño para la predicación (1958) de Grady Davis, Pasos para el sermón (1963) de Brown Clinard y Northcutt. Pero podríamos decir que la mayor contribución, durante la segunda mitad del siglo XX, sería el énfasis en el uso de las Escrituras en la predicación. En buena cuenta, ‘Esto representa una recuperación del modelo de la iglesia primitiva y de la Reforma’ (ibíd.). El que más aportó en este sentido, fue A. W. Blackwood con sus obras Predicando desde la Biblia (1941) y Predicación expositiva hoy (1953). No podemos dejar de mencionar al Dr. Martyn Lloyd-Jones y su obra Preaching and Preachers. De él, como predicador, escribe John Stott (2006, p.43) en los siguientes términos:
…su aguda mente analítica, su comprensión penetrante del corazón humano y su temperamento galés apasionado se combinaron para hacer de él el predicador británico más poderoso de las décadas de los cincuenta y sesenta.

También se puede advertir en esta época, el surgimiento de la predicación expositiva, como método, en lugar del sermón temático, que rigió por mucho tiempo.

La predicación en América Latina
La predicación en nuestro continente, se nutrió inicialmente de la homilética europea que llegó junto a los ministros de las llamadas iglesias ‘étnicas’ o de trasplante y los misioneros protestantes que introdujeron el evangelio en el continente. Si esto es así, entonces podemos afirmar que el contímetro de la homilética latinoamericana nunca estuvo en cero, sino que partió y se nutrió de toda la riqueza de la predicación reformada hasta encontrarse con su propia identidad, pero eso corresponde a otra etapa. En la primera etapa podemos encontrar los primeros manuales de homilética que se tradujeron al español, luego, la producción homilética desde América latina como una reinterpretación de la herencia europea. Pablo A. Jiménez[12] identifica tres momentos en la historia de la homilética hispana: (1) la transculturación; (2) la enculturación, y; (3) la contextualización.

Etapa de la transculturación
Esta etapa se puede dividir en dos momentos. En la primera se puede mencionar el trabajo de los clérigos, responsables pastorales de las comunidades de migrantes protestantes de Europa o de Estados Unidos. Como es lógico, estos ministros protestantes recibían una formación teológica y homilética dentro de su contexto. No tenían la preocupación de cruzar la barrera cultural en la predicación de la Palabra, puesto que venían a ministrar a personas de su mismo idioma, cultura y características psicológicas. Las comunidades de inmigrantes protestantes eran una especie de pequeños enclaves idiomáticos, culturales y religiosos, que funcionaban dentro de los estados latinoamericanos. La predicación tampoco fue pública debido a la prohibición proselitista que se les había impuesto a las comunidades protestantes. Desde el nacimiento de las repúblicas latinoamericanas, en el siglo XIX y hasta el primer tercio del siglo XX, los Estados se declararon confesionales y excluyeron –mejor dicho, persiguieron- a todo tipo de religión distinta a la católica.

En el segundo momento, relativa a la implantación del evangelio en América Latina, fue necesaria la presencia bibliográfica concerniente a la evangelización y, por ende, la predicación. Cómo el continente no estaba en condiciones de producir su propia bibliografía, los misioneros promovieron ‘la traducción de algunos manuales de homilética al español. Necesitaban estos manuales para adiestrar nuevos predicadores laicos y nuevos candidatos al ministerio’ (Jiménez, 2006, p.17). Entre ellos se pueden citar tres libros que produjeron mucha influencia en la predicación latinoamericana: Discursos a mis estudiantes (Charles H. Spurgeon), Tratado sobre la predicación (John A. Broadus) y La preparación de sermones bíblicos (Andrew Blackwood). Hay que mencionar dos libros más que, aunque fueron publicados directamente en español, no fueron producidos dentro del contexto latinoamericano. Ellos son: Manual de Homilética (Samuel Vila) y El sermón eficaz (John D. Crane).

Etapa de la enculturación
En esta etapa -donde la producción bibliográfica homilética latinoamericana partió de la teoría homilética introducida en la etapa anterior- Jiménez (ibíd., p.20) advierte dos grandes grupos de predicadores: (1) los ‘eruditos’, quienes habían recibido una buena educación secular. Podría decirse que eran los ‘poetas del púlpito’, y; (2) los ‘populares’, que, en muchos casos, sólo habían terminado sus estudios secundarios y no habían accedido a programas de estudios teológicos formales. Sus mensajes transitaban entre lo narrativo (secuencia de textos bíblicos que procuran iluminar y explicar el tema central) y lo testimonial (vicisitudes de la vida diaria sobre la cual gira todo el sermón. Aquí los textos bíblicos sólo sirven de ‘relleno’, el cuerpo está dado por la experiencia vivida en la persona del predicador u otra persona). Actualmente todavía puede encontrarse predicas de tipo testimoniales, en la que los predicadores utilizan pasajes de su vida como una clave hermenéutica para interpretar y aplicar una verdad bíblica. Es una especie de ‘teología de la experiencia’.

La predicación se enculturó dentro del continente y el resultado fue la producción de una homilética Latinoamérica que se nutrió de la homilética europea y americana traída por los misioneros. Fue sólo el primer grupo (los eruditos) quien logró producir tratados de predicación desde un contexto latinoamericano. Entre la producción homilética del primer grupo se puede citar: El arte cristiano de la predicación (Ángel Mergal), Comunicación por medio de la comunicación (Orlando Costas), Predicación y misión: Una perspectiva pastoral (Osvaldo Mottesi) y Teoría y práctica de la predicación (Cecilio Arrastia). Este último puede considerarse como uno de los más grandes homiletistas que ha visto nacer América Latina[13].

Etapa de la contextualización
Aquí Jiménez (ibíd., pp.24-30), lamentablemente, se limita solamente a los ´predicadores y predicadoras de habla hispana en los Estados Unidos’ (p.24). Su estructura, que es un edificio de tres pisos (transculturación, enculturación y contextualización), lo condiciona, a fin de poner su atención sólo en la masa de predicadores que han contextualizado la predicación hispana en los Estados Unidos.

Nuestro autor advierte con claridad un cambio importante a partir de los 80s, entre los líderes hispanos relacionados a la teología y su esfuerzo por bosquejar una ‘teología hispana’, hecha en los Estados Unidos, pero ‘desde una perspectiva hispana o latina…’ (ibíd., p.25). Más adelante aclara cual es la propuesta de esta teología:
La teología hispana propone una metodología que exhorta a la iglesia a desarrollar una práctica de la fe que sea liberadora y que, por lo tanto, transforme la realidad opresiva que enfrenta diariamente la comunidad latina (ibíd.).

Jiménez ve una relación directa entre teología hispana y predicación hispana. Los teólogos hispanos han hecho excelentes contribuciones a la predicación, mediante sus obras publicadas. Algunas de ellas son: (1) Predicación evangélica y teología hispana, editado por Orlando E. Costas. Con respecto a este libro, Jiménez (ibíd., p.26) escribe, ‘Este libro no ve el sermón como una mera composición retórica’. Esa tal vez haya sido una de las grandes contribuciones de Costas en este libro; (2) Liberation Preaching: The Pulpit and the Oppressed de Justo y Catherine González. Hay tres cosas que resaltan en esta obra: [a] ‘…leer la Biblia desde la perspectiva de la personas marginadas’, [b] ‘capacita a la persona que predica para hacerle “preguntas políticas” al texto bíblico’ y; [c] ‘…afirma la validez de la experiencia hispana como fuente para la teología’ (ibíd., p.27); (3) Lumbrera a nuestro camino, editado por Pablo A. Jiménez. Esta obra centra su atención en ‘la relación entre la interpretación de las Sagradas Escrituras y la predicación’ (ibíd.); (4) Predicación evangélica y justicia social, editado por Daniel R. Rodríguez-Díaz. Este libro relaciona temas sociales y predicación, por lo tanto, la teología política y contextual están implícita en el mismo, y; (5) Principios de predicación, por Pablo A. Jiménez. Su mismo autor lo define como ‘el único manual introductorio a la predicación’, cuya tesis central es que, ‘la predicación cristiana tiene el propósito de ofrecer una interpretación teológica de la vida en el contexto del culto cristiano’ (ibíd., pp.28-29). Combina la parte teórica y práctica. Tres partes fundamentales constituyen el libro: [a] lo concerniente a la teología de la predicación y los principios de comunicación; [b] aspectos prácticos, y; [c] un apéndice con cuatro manuscritos de sermones.

Nuestro autor también destaca la labor de las mujeres dentro del contexto de la predicación latinoamericana. Considera a Leo Rosado como la pionera de todas ellas, y como la experta, a la Dra. Sandra Mangual Rodríguez.
La forma como las mujeres ‘ascendieron’ al púlpito es relatado por Jiménez de una manera muy anecdótica, sin que ello signifique falta de seriedad en sus argumentos. Se puede notar que algunas de ellas resultaron en el púlpito casi por accidente, debido a que:
Algunos misioneros eran reacios a entregar el trabajo pastoral a los recién convertidos, razón por la cual delegaban tareas en sus esposas. Sin querer, estas misioneras estadounidenses y británicas se convirtieron en modelos para las mujeres latinoamericanas. La feligresía de las distintas iglesias se acostumbró a ver mujeres en puestos de autoridad y en el púlpito. Esto motivó que la segunda y tercera generaciones de creyentes protestantes nombraran mujeres como “misioneras” y como “pastoras” aun en denominaciones que tradicionalmente no ordenaban mujeres (ibíd., p.29).

La predicación actual en América Latina
En América Latina hoy conviven variados estilos de predicación, sin embargo, debido a la fuerza de su masa poblacional[14], son las predicas de los Carismáticos y los Pentecostales, las que más se pueden ver y escuchar en los medios de comunicación. Basta con acceder a la televisión por cable para poder visualizar una variada gama de predicaciones espectaculares, con voces en el límite del volumen y un desplazamiento escénico impresionante.

La predicación Pentecostal, desde su nacimiento, fue espectacular y fundado sobre la bases de las señales, milagros y la interacción con los oyentes mediante respuestas a arengas religiosas[15]. En un sentido rompió con la tradición reformada, que había devenido en institucional, intelectualista y árida. La predicación Pentecostal se diferenció rápidamente de la Reformada, en el lugar que le daba a la congregación. En esta, los oyentes no eran meros receptores pétreos, sino que ´participaban´ del sermón e interactuaban con el predicador mediante sus espontáneas[16] respuestas. Ellos no asistían al culto sino que participaban de el. Por eso es que lo sensorial llegó a ser uno de los componentes más resaltantes de la adoración, el culto y la predicación Pentecostal. Sentir el mensaje llegó a ser más importante que entender una declaración teológica muy elaborada. De ahí se explica también la simplicidad de los sermones de la mayoría de los predicadores pentecostales. Su énfasis estaba centrado en lo vivencial más que en lo reflexivo. Eso los llevaba sustituir el sermón –tal como se entiende desde la homilética, es decir, como una estructura- por la narración de su testimonio o pasajes de su vida, a la luz de un pasaje bíblico. El testimonio se convirtió en una aplicación extensa del sermón, era el sermón mismo.

En cuanto al estilo del predicador Pentecostal, este es muy dinámico. Hay un constante desplazamiento escénico y se gesticula cada palabra que se profiere. Se le da mucho valor al volumen, se cree que, mientras más eleve la voz, mayor será el impacto de su predicación. En general, hay estilos muy variados, que van desde los que son muy ordenados en sus ideas, los que improvisan[17], hasta los que terminan convirtiéndose en verdaderos showmans del púlpito.

La predicación Carismática se diferencia de la predicación del Pentecostalismo clásico, en su forma más que en su fondo. Los carismáticos todavía guardan el componente sensorial y emotivo en su predicación. La utilización de frases es común durante el culto y la predicación Carismática. El predicador interactúa con sus oyentes mediante ellas, por eso, es común encontrar entre los predicadores carismáticos solicitudes tales como: ‘dígale a su hermano que está al costado…’, ‘voltéese y dígale a su hermano…’, ‘repita conmigo…’, ‘declare esta mañana…’, etc. Este es el puente que conecta al predicador con sus oyentes, hay un diálogo constante con la congregación y entre la congregación. La mayoría de predicadores Carismáticos, por haber recibido algún tipo de instrucción superior, poseen un oratoria excelente, junto a la capacidad para esquematizar sus ideas, pero algunas veces fallan en desarrollar teológicamente esas mismas ideas.

Los predicadores Carismáticos latinoamericanos se desplazan constantemente y de manera espectacular por todo el escenario. En los últimos años se puede ver que estos desplazamientos son muy extensos y constantes. Esto es muy fácil verificarlo, basta con prender la televisión y ver a predicadores como Cash Luna, Dante Gebel y otros. Este recurso tiene su lado positivo, pues mantiene a la congregación muy atento al desplazamiento del predicador, y por lo tanto, a su mensaje. Otro aspecto que debemos de resaltar en la predicación Carismática es la relación que existe con la tecnología y la música. Hay predicadores muy proclives a la utilización de sistemas de audio sofisticado y a una buena luminotécnia. La mayoría de esas prédicas son grabadas y transmitidas por radio, televisión y el internet. En cuanto a la música, ésta está presente antes, durante y después de la predicación, es parte del sermón mismo. Su conexión es mucho más evidente al final de la predicación, allí, mientras la música va creando una atmósfera adecuada para el predicador, este ministra a las personas que han atendido a la convocatoria de pasar adelante. La parte de la ministración es tan importante en la predicación Carismática, que ha llegado a convertirse en una aplicación/conclusión extensa. Sin embargo esta carecería de impacto si no va acompañado de la música.
El tema principal de la mayoría de las predicas Carismáticas, es la prosperidad. Esta se convierte en la clave hermenéutica para interpretar cualquier pasaje de la Biblia. Los oyentes son motivados a dar para recibir y a vivir una vida prospera como ‘hijos del Rey’. Las predicas Carismáticas son cien por ciento efectistas sin ser por ello efectivas[18].

Del otro lado del rio podemos encontrar a los predicadores que provienen del movimiento de Santidad, los Bautistas y la tradición Reformada, quienes mantienen un estilo muy conservador sin mucho aspavientos ni movimientos espectaculares. La característica más saltante es su respeto por la Palabra de Dios, pero la debilidad más evidente, también, es su excesivo intelectualismo descontextualizado que no responde a las expectativas de los estratos más bajos y más altos. Junto a esto, también debemos de mencionar que la presentación del sermón en forma de monólogo. Si las predicas Carismáticas son muy interactivas, las de este grupo son poco participativas. La música tampoco ocupa un lugar importante en su predicación.
[1] ‘Predicación’, 1982, pp.1113-1114.
[2] Ibíd.
[3] De todos los evangelistas, Lucas es el que más referencias hace al reino de Dios en la predicación de Jesús. Se puede encontrar hasta 32 referencias directas del reino de Dios en este evangelio.
[4] Literalmente significa ‘proclamación’. El Compendio del Diccionario Teológico de Kittel y Friedrich, 2003, p.427-428, nos refiere que esta palabra era de uso común en el mundo helenístico, en el cual denotaba ‘tanto el acto de la proclamación como su contenido. [Podía] tener sentido tales como “noticia”, “declaración”, “decreto”, “anuncio”, etc.’
Dentro de la literatura del NT la palabra adquiere un significado más espiritual, no es mera oratoria, es la proclamación de un mensaje poderoso en el Espíritu (cf. 1 Cor. 2:4). Este mensaje puede salvar (1 Cor. 1:21), incluye la resurrección (1 Cor. 15:14), es el mismo predicado por Jesús (Rom. 16:25), quienes la proclaman lo hacen bajo el designio y las fuerzas de Dios [1Tim. 2:7 (cf. 2 Tim. 1:11); Mrc. 3:14; 2 Tim. 4:17] convirtiéndose en heraldos a todas las naciones (Mrc. 16:15).
[5] A partir del Pentecostés, mas adelante confirmado en Hch. 6, se puede notar una clara predisposición a favor de la proclamación pública del evangelio. Esto puede entenderse en términos del encargo hecho por Jesús a sus discípulos en Mr. 3:14. La razón de su llamamiento debería expresarse en el ministerio de proclamación del evangelio.
[6] Del griego χρυσόστομος (chrysós, ‘oro’, stomos, ‘boca’).
[7] John Wycliffe fue el gran pre-reformador, considerado la ‘estrella matutina’ de la Reforma. Su legado fue fundamental para la obra de los futuros reformadores del siglo XVI.
[8] Sería justo también mencionar a Tomás Moro, quien también tuvo una actitud crítica hacia la Iglesia Católica Romana.
[9] Todos los reformadores coincidieron en el valor de la centralidad de la Palabra, por eso, si eso era cierto para ellos, también sería cierto que la Palabra, sin ser predicada, era estéril. La influencia de la Reforma en la predicación es enorme y sus tentáculos alcanzan nuestra época. Orlando Costas (1989, p.21) menciona que: ‘El énfasis que se le dio a la predicación en la liturgia protestante a partir de la Reforma, hizo que ésta se convirtiera en la tarea más importante del pastor. De ahí que, en la mayoría de las iglesias protestantes, la eficiencia de un pastor se mide por su éxito como predicador’.
[10] ‘John Wesley’ en Biografías. Protestantes que dejaron huellas en la historia, publicado en http://biografas.blogspot.com/2006/09/john-wesley.html, accedido el 19/03/08.
[11] Ibíd.
[12] ‘Esbozo histórico de la homilética hispana’ en Manual de Homilética Hispana, 2006, p.15.
[13] Nos gustaría poder ampliar un poco más en torno a la vida y obra de estos grandes predicadores latinoamericanos, sin embargo, nuestro intento tendrá que quedar en el tintero, esperando ‘nacer’ en algún momento. Para mayor información revisar la página web del Dr. Pablo Jiménez en www.predicar.org
[14] En América Latina 3 de cada 4 evangélicos son pentecostales o carismáticos.
[15] En la predicación Pentecostal se popularizó mucho las medias frases y respuestas, tales como: ‘a su nombre…’, ‘¿quién vive…?’, etc. Los ‘amén’, ‘aleluya’, ‘Gloria a Dios’; como respuestas, también han sido un ingrediente importante de la predicación Pentecostal, incluso, llegó a convertirse en el sistema de medida de la efectividad e impacto del sermón. Así, si la congregación asentía con un amén fuertísimo, esto llegaba a significar que el sermón era de impacto. A esto también debemos de agregarle los aplausos como respuesta a una declaración o un párrafo del sermón. Esto, al igual que lo anterior, fue el parámetro para medir la efectividad del sermón. Los aplausos normalmente han ido acompañado de frases religiosas, éxtasis y, algunas veces, glosolalia (el hablar en lenguas).
[16] En realidad lo ‘espontáneo’ es muy relativo, dado que con el pasar del tiempo, estas respuestas se convirtieron en un simple formulismo y no en una respuesta racional que asintiera una declaración bíblica.
[17] Sería muy injusto etiquetar a todos los predicadores Pentecostales como desordenados y faltos de una estructura homilética. En América Latina, la mayoría de predicadores, aún los que provienen de una tradición Reforma, muestran enormes deficiencias en la elaboración y presentación de sermones homileticamente sostenibles.
[18] Lo efectista ‘…busca ante todo producir fuerte efecto o impresión en el ánimo’, mientras que lo efectivo es ‘Real y verdadero, en oposición a quimérico, dudoso o nominal.’ (Diccionario RAE).


Nota del autor: Lamentablemente, al pasar el texto al blog, es posible que se haya perdido la configuración de cursivas, negritas, algunas fuentes en griego, tamaño de fuentes y espaciados de citas textuales.