Comprender a los demás: un requisito de todo consejero
La cualidad de comprender a los demás es un requisito imprescindible en todo consejero cristiano. Ya hemos visto como la teología personal del asesor pastoral, puede bloquear el proceso psicoterapéutico en el asistido. Es importante entonces recordar que las personas van a una sesión de consejería y/o psicoterápia pastoral, para recibir dirección y esperanza en medio de su agonía. Lo represivo debe de ser desterrado del proceso. La exhortación[1] dista mucho de la represión y la agresividad teológica. Hay que llamar al pecado como lo que es, pero eso no significa que se debe desesperanzar al pecador y dejarlo a las puertas del infierno.
Empatía
La empatía es la capacidad del consejero, o terapeuta, de ‘empatarse’ con su asistido. Esta cualidad se configura como la ‘Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro’ (‘empatía’, Diccionario RAE, CD-ROM).
Thomas Fuller (citado por John Maxwell, en Curso de Relaciones Interpersonales) dijo acertadamente, ‘Nadie sabe cuánto pesa la carga del otro’. Uno no se da por enterado de lo que le está pasando a la otra persona hasta que decida ‘empatarse’ y llevar su misma carga. La experimentación previa es uno de los mejores medios para lograr la empatía con el asistido. La biblia se refiere a la capacidad empática del consejero, como el producto de la experimentación, de este, en una situación similar a la del sufriente. Pablo escribe en la segunda carta a los Corintios (1:4) en estos términos:
[Dios] nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.
A través de este mecanismo, el consejero ama y consuela con el mismo amor y consuelo con que ha sido asistido por Dios La razón del consuelo de Dios, en nuestro sufrimiento, es que nosotros aprendamos a hacer lo mismo con los que sufren. La empatía es una cualidad que nace de una experiencia con Dios, sólo cuando experimentamos su amor y consuelo, estamos capacitados para hacerlo con la misma intensidad con la que lo hemos recibido. Cristo mismo empatizó con la humanidad entera al ponerse en nuestro lugar, al tomar la naturaleza humana. El mismo apóstol Pablo (Filip.2:6-8) declara que:
Él [Cristo], siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
El resultado de esto es que, ‘nuestro Sumo Sacerdote puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros’ (Hebreos 4:15). Nuevamente, la empatía es el resultado de la experiencia sufriente del que consuela. Eso lo capacita para poder hacer lo mismo con otros.
En adelante, cuando hablemos de la técnica directiva y no directiva, volveremos a tocar la empatía, como la capacidad para comprender a los demás.
Saber escuchar
Los consejeros experimentados saben perfectamente que durante la sesión de consejería –sobretodo en las primeras- se tiene que prestar mucha atención a todo lo que las personas ‘descarguen’, mientras buscan ayuda en nosotros. Siempre existe la tentación de hablar más de lo que escuchamos[2] –y peor aun, hablar en un tono juiciero, represivo y sobre-espiritualizado. Escuchar poco y hablar demasiado, hace que nosotros seamos el centro de atención. Esto puede producir un sentimiento de desplazamiento y poca estima en el asistido. Hay que recordar que las personas vienen para ser escuchadas, atendidas y entendidas, no a escuchar una verborrea interminable de narcicismo enfermizo de boca del consejero.
No asumir una posición juez
Ya hemos mencionado la actitud juiciera, como un elemento negativo en el intento de comprender a los demás. No se trata de ser ligeros con el pecado, sino de ser amorosos con el pecador. Hay que establecer una diferenciación entre pecado y pecador. Como consejeros debemos de señalar al pecado y la responsabilidad del ser humano en la comisión del pecado, pero a la vez abandonar la pretensión de ser jueces de una causa (la culpabilidad y el pecado) que todos hemos experimentado en mayor o menor intensidad en nuestra experiencia de vida. No se puede arrojar la primera piedra, al querer hacerlo, tenemos que hurgar en nosotros mismos, entonces encontraremos que nosotros que juzgamos, también hacemos lo mismo[3] de una u otra manera. Señalar el pecado, la responsabilidad y la culpabilidad humana, no nos extiende licencia para convertirnos en jueces. Eso nos lleva al siguiente elemento en la habilidad de escuchar a los demás.
Dar esperanza
Aun cuando señalemos el pecado y la necesidad urgente de un arrepentimiento en la persona, no debemos de olvidar que estamos frente a ella para proveer la esperanza de un perdón y la posibilidad de limpiar sus vestiduras, de las manchas del pecado, en Cristo Jesús, nuestro parákletos[4]. La culminación victoriosa de la consejería es presentar ‘criaturas nuevas’ a través de la obra del Espíritu Santo y el consejo de la Palabra de Dios, no es proscribir a nadie de los linderos del Reino de Dios, ni enviar al infierno por anticipado a una persona. Los que hemos experimentado la gracia y la misericordia de Dios, nos vemos constreñidos a proyectar y compartir, de esa gracia, bebida previamente. Podemos citar dos ejemplos contundentes en este punto. Primero la actitud de Jesús frente a la mujer adultera (Jn. 8:3-11) y, segundo, la actitud de Pablo frente a un potencial suicida en Filipos (Hch.16:26-34). Dar esperanza produce cambio y animan a las personas a abandonar el pecado, desesperanzar, lejos de apartarlos, los acercará mucho más a una espiral descendente y caótica, de una vida sin Cristo y sin esperanza.
Ser un consejero carne y hueso
Otro error que cometemos la mayoría de consejeros, es la de auto-ubicarnos en una posición cuasi divina, desde donde miramos con sorpresa las faltas y los pecados de los demás. La relación que debe de establecer el consejero o terapeuta, con el asistido, debe de ser una relación amical, de hermano, de padre; de pastor que acoge, ayuda, levanta, anima y asiste al sufriente. Los que buscan ayuda en el pastor, o en un clérigo, no vienen para someterse a seudos moralismos de personas que viven en una dimensión espiritual (convirtiéndose en una especie de cuerpos etéreos) que no se contaminan con el pecado, vienen en busca de un amigo de carne y hueso que los ayude en su precaria situación moral y espiritual. Al fin y al cabo, saben que el amigo ama en todo tiempo y es como un hermano en tiempo de angustia (Prov. 17:17).
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[1] En algunas tradiciones eclesiásticas, se confunde la exhortación con la reprensión. Según el Diccionario de la RAE, esta palabra tiene una única acepción y significa: ‘Incitar a alguien con palabras, razones y ruegos a que haga o deje de hacer algo’.
[2] Cf. Stgo.1:19.
[3] Cf. Ro.2:1, 3.
[4] Vea 1 Jn.2:1.
[1] En algunas tradiciones eclesiásticas, se confunde la exhortación con la reprensión. Según el Diccionario de la RAE, esta palabra tiene una única acepción y significa: ‘Incitar a alguien con palabras, razones y ruegos a que haga o deje de hacer algo’.
[2] Cf. Stgo.1:19.
[3] Cf. Ro.2:1, 3.
[4] Vea 1 Jn.2:1.
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