viernes, 2 de mayo de 2008

Religión y Política en el Perú I


LA CRÍTICA DE MANUEL GONZÁLEZ PRADA A LA INSTRUCCIÓN CATÓLICA DEL SIGLO XIX


Algunos datos de su vida y de su literatura
Manuel González Prada (1844-1918) fue uno de los primeros intelectuales, juntamente con los pensadores liberales, en criticar duramente la performance católica en la embrionaria república peruana. En su obra titulada Pájinas Libres[1], apunta su artillería (mejor dicho su pluma crítica) a la instrucción católica, de la época que el vivió (finales del siglo XIX). González Prada fue un anticlerical empedernido, que se propuso ser un predicador del pensamiento liberal en el Perú. Se le considera uno de los escritores más influyentes de las letras y la política peruana de finales del siglo XIX, siendo sus dos obras principales: Pájinas Libres (1894) y Horas de Lucha (1908). Tocante a la realidad peruana, fue un reformador radical en todos los frentes, incluido el religioso. Precisamente, en su obra titulada Pájinas Libres, criticó duramente la instrucción católica del siglo XIX. Instrucción, que había terminado cautiva, de la vieja escolástica de la edad media y se había tornado en verdugo lúgubre de las mujeres peruanas, a las que González Prada quería redimir de esa condición[2]. Como era de esperarse, su crítica lo puso al borde de la excomunión. Es obvio que ésta no fue bien recibida por la iglesia Católica, sobre todo en un contexto en la que la instrucción católica había instalado su dictadura y opacaba a cualquier competidor que le saliera al frente, por la fuerza de su poder y el monopolio vampirésco, sobre el estado peruano.

La instrucción Católica en la Obra (Pájinas Libres) de Manuel González Prada
En su obra, a González Prada le llama mucho la atención la cantidad de edificios, propiedad del estado peruano, que han sido designados a la instrucción católica. Para él, todo esto es una especie de ‘inundación clerical’ y es el producto de la debilidad y complicidad del estado frente al poder católico del siglo XIX. El autor de Pájinas Libres sabe perfectamente que ‘el dueño de la educación es dueño del mundo’[3] (op. cit., p.84), por eso le preocupa sobremanera la educación de los niños y de las mujeres. González Prada fue uno de los más grandes defensores de la dignidad femenina, eso explica su ácida crítica contra la instrucción católica entre las mujeres. Él la considera como reduccionista de la dignidad femenina. Además sabe que el futuro de una nación son los niños, pero ¿Qué futuro puede haber si las mujeres son mal alimentadas en los conventos[4] y su educación ha sido entregada a clérigos que sólo ‘segregan oscuridad’, fomentan el fanatismo y están en abierta oposición a la ciencia y al pensamiento crítico? Además, nuestro autor encuentra una línea de discontinuidad entre la moral que profesa la religión católica y la vida que llevan los clérigos (cf. p.95).

Para González Prada la educación de las mujeres ha devenido en un fracaso evidente, pues ‘ingresan a escuelas de clérigos donde acaban de malearse o a escuelas seglares donde no logran corregirse’ (p.86). De manera sarcástica afirma, ‘todas las jóvenes educadas por monjas salen eximias bordadoras en esterlín: bordan zapatillas para el papá que no las usa, relojeras para el hermano que no tiene reloj’ (p.84). Otro aspecto que nota, es que la educación, y los que la imparten, se han vendido al deseo desmedido de obtener dinero por este medio. En esto, escribe, ‘las monjas no reparan en medio alguno para satisfacer su voracidad de adquirir dinero: padecen del mal del oro y hasta presentan síntomas de cleptomanía …[pues] cobran una pensión exorbitante’ (p.85).

El autor también dirige su artillería contra los padres de familia, pues estos ‘confían sus hijos a los clérigos, imaginándose que el hombre maduro se despoja fácilmente de los errores adquiridos en la infancia’ (p.86).

La educación privada, aunque debería serlo, no es una excepción:
Poseemos maestros hábiles, ilustrados y de tanta elevación moral que llevan el desinterés hasta el sacrificio; pero esos buenos obreros laboran silenciosa y oscuramente como la savia en el interior del árbol: se recata el mérito, se impone el réclame, se eclipsa el pedagogo, y brilla el pedante (p.87).

Nuestro autor llega a un punto importante al preguntarse así mismo ‘¿quien remedia el mal?’ (ibíd.). La instrucción resulta ser un callejón sin salida, puesto que quien debía vigilar por la enseñanza pública (el estado) es quien conspira a favor de su declive.

Por otro lado, la educación universitaria sólo sirvió para aumentar la brecha entre ‘ilustrados’ y analfabetos, para ‘henchir de orgullo a los mediocres, infundir exageradas ambiciones en los ineptos y atestar la nación de infatigables pretendientes a los cargos públicos.’ (p.88).

Para González Prada, los clérigos: curas y monjas, no tienen la experiencia de padres o madres, y por lo tanto son incapaces de formar los tales. ¿Qué pueden enseñar de amor y de cosas terrenales, aquellos que han roto con esa posibilidad? Para nuestro autor, el celibato de los clérigos es una barrera infranqueable en la instrucción pública. Así, escribe:
Para enseñar Ingeniatura, Medicina o Filosofía, buscamos ingenieros, médicos o filósofos, mientras para educar personas destinadas a establecer familia y vivir en sociedad, elegimos individuos que rompen sus vínculos con la Humanidad y no saben lo que encierra el corazón de una mujer o de un niño. La educación puede llamarse un engendramiento psíquico: nacen cerebros defectuosos de cerebros mutilados. ¿Cómo formará, pues, hombres útiles a sus semejantes el iluso que hace gala de romper con todo lo humano, de no pertenecer a la Tierra sino al Cielo?’ (p.89)

Su conclusión en esto, es la siguiente, ‘Mírese desde el punto de vista que se mire, el sacerdote carece de requisitos para ejercer el magisterio.’ (p.90). Pues:
…la buena fe no basta; y como para curarnos de una enfermedad, no buscamos ingenieros de buena fe, sino médicos de buen saber, así, para educarnos, no debemos recurrir a teólogos de buena fe sino a educacionistas que sepan bien lo que son la mujer y el niño. (p.91)

González Prada también se opone al sistema internado en la educación peruana del siglo XIX. Para él, esta pedagogía clerical es, en buena cuenta:
…secuestración lejos de la familia para amortiguar en el niño los efectos naturales, secuestración lejos de la sociedad para hacer del niño un ciudadano de Roma y no del Universo, secuestración lejos de la vida para guiar al niño por la tradición o voz de los muertos. (ibíd.)

Las facturas de la mala instrucción pública en América Latina han desencadenado ‘grotescas dictaduras’. El autor culpa de esto a la instrucción católica. Muy por el contrario resalta la educación protestante:
Las brutales y grotescas dictaduras de la América Española son un producto genuino del Catolicismo y de la educación clerical. En naciones protestantes, donde el hombre adquiere desde niño la noción de su propia dignidad, donde el respeto a sí mismo le inspira el respeto a los demás, donde todos rechazan la creencia en autoridades infalibles y obediencias pasivas, ahí no se concibe un Francia, un Rosas, un García Moreno ni un Melgarejo. Pero el Catolicismo con sus dos morales, una para la autoridad y otra para el súbdito, es una verdadera secta de esclavos tiranos. (p.96, las cursivas pertenecen al autor).

Por eso, nuestro ilustre pensador, también critica la marcada educación confesional católica -en complicidad con el estado peruano- en la instrucción peruana, instrucción a la cual se opone tenazmente. Con respecto a esto, escribe, ‘Como el Estado subvenciona las escuelas con dinero de los contribuyentes, o con el óbolo de todos, la enseñanza católica establece un privilegio en favor de una sola secta.’ (p.97). Nuestro autor nota que esto no sucede con los países de tradición protestante o musulmana, donde los católicos son minoría. Por ejemplo, en Inglaterra, los católicos no son impelidos a adherirse a una instrucción confesional. Lo mismo sucede en algunos países musulmanes, como en el caso de Turquía, entonces:
¿Se aducirá que en el Perú los católicos están en mayor número y que las mayorías poseen la facultad de imponer leyes a las minorías? Entonces los católicos, que en Turquía o Inglaterra están en menor número, se hallarían en la obligación de educar a sus hijos en escuelas mahometanas o protestantes. Sin embargo, nadie aprovecha más que los católicos la libertad de enseñanza al establecer sus escuelas de Oriente, donde piden y obtienen del bárbaro franquicias que ellos niegan en Occidente al civilizado. (ibíd.)

González Prada nota que esto no se da en países donde los protestantes son una minoría. La instrucción pública es un monopolio vergonzoso de la iglesia católica, ‘si una agrupación de clérigos protestantes desea establecer una escuela en algún país católico, en ese caso todos los católicos pretenden que los protestantes carecen de toda razón y de todo derecho.’ (p.98). Eso se pudo ver en el intento del presidente Prado, quien ‘quiso, no secularizar las escuelas nacionales, sino contratar algunos pedagogos alemanes, nuestros clérigos y nuestros frailes removieron los bajos fondos de la sociedad hasta producir asonadas y motines, últimamente…’. Esta actitud tal vez se deba al hecho de que la iglesia católica era consciente que no podía competir contra la educación protestante, pues ‘¿Cómo no preferir el clergyman sociable, humano y buen padre de familia al sacerdote antisocial, agreste y fracconier matadero del amor?’ (ibíd.).

En los últimos párrafos del tema dedicado a la ‘instrucción católica’, González Prada aborda el declive de la religiosidad en general, y en esto dispara furibundamente contra toda forma de religiosidad, delatando su perspectiva atea de la religión. Cuando habla de la religiosidad católica, advierte que ‘La religión va perdiendo su carácter social para reducirse a costumbre de familia…’ (p.99). Mas adelante, de manera general se refiere en estos términos, a la religión:
La religiosidad considerada por algunos tan inherente a la especie humana, que definen al hombre un animal religioso, ¿posee tal carácter? Si ella fuera inherente al hombre, su desaparición causaría efectos mórbidos; pero sucede lo contrario: cuando más brilla en el cerebro la inteligencia, más se nubla en el corazón el sentimiento religioso. La religiosidad no pasa de accidente en la marcha de la Humanidad, corresponde a un período intermediario de la evolución mental, oscilando entre la absoluta ignorancia y la plena ilustración: el ignorante no niega ni afirma porque nada ve, el sabio duda y niega porque ve mucho. (ibíd.)

Por las razones antes esgrimidas, González Prada apela por la neutralidad de la instrucción educativa. Esta debe ser ‘laica’ y no ‘confesional’. Aún cuando acepta que esto es prácticamente imposible, recomienda:
…si abundan individuos que prefieren la Religión a la Ciencia, dejémosles en su error, con tal que no le impongan a los demás estableciendo la obligación de recibir una educación católica. (p.101)

Y más adelante, sostiene a manera de protesta, ‘La Ciencia en la escuela, la instrucción religiosa al templo’ (En esta parte cita a Condorcet, p.102).

Conclusión:
Si bien es cierto González Prada: (1) critica duramente y se opone al modelo clerical/confesional de la instrucción educativa de su tiempo; y (2) resalta el modelo protestante de educación y su influencia positiva en el progreso; no podemos decir que el anti-catolicismo de González Prada es una adhesión al protestantismo. Como hemos visto, su preocupación es la ciencia y el progreso (típico del pensamiento liberal de su época), independientemente por que vía venga esto. Su pensamiento en cuanto a la religiosidad, resulta más que evidente en su obra.

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[1] González Prada escribe, adrede, la palabra páginas con ‘j’ y no con ‘g’. La justificación idiomática, de su preferencia, la expone magistralmente en su obra Notas Sobre el Idioma.
[2] González Prada, como la mayoría de los pensadores liberales de su época, también fue un feminista muy activo. Su lucha por esta causa fue a través de la pluma y el discurso (i.e. ‘Las esclavas de la Iglesia’ pronunciado el 25 de septiembre de 1904 en la logia masónica Stella d’Italia de Lima y publicado cuatro años después en el libro Horas de lucha). En relación a esto, se escribe de él: ‘Como en muchos pensadores liberales o radicales de la época, el interés del intelectual peruano M. González Prada (1844-1918) por la condición de la mujer está vinculado con su feroz anti-catolicismo, un determinante ideológico que es también una reacción a la excesiva devoción de su familia señalada por su esposa’ (Perversas y divinas. La representación de la mujer en las literaturas hispánicas: el fin de siglo pasado y/o el fin de milenio actual, Carme Riera, Meri Torras e Isabel Clúa (eds.), t. 1, Caracas-Valencia, Ediciones Ex Cultura, 2002, p. 183-190.)
[3] En esta parte González Prada cita a Leibniz.
[4] A esto, el alimentar homeopáticamente y engendrar hijos en este estado, González Prada le llama ‘una evolución a la inversa’ (p.85).

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