viernes, 2 de mayo de 2008

Religión y Política en el Perú III


‘EL PROBLEMA RELIGIOSO’ EN LA REALIDAD NACIONAL DE VÍCTOR ANDRÉS BELAUNDE



Datos Biográficos de don Víctor Andrés Belaunde Diez Canseco
Nuestro autor Nació en la ciudad blanca de Arequipa el 15 de diciembre de 1883. El haber nacido en una familia de profunda convicción y tradición católica, marcó su pensamiento.
Estudió en la Universidad de San Agustín en su natal Arequipa, para luego emigrar en 1901 a la Universidad Mayor de San Marcos, claustro donde obtendría sendos doctorados en Jurisprudencia (1908), Ciencias Políticas (1910) y Letras (1911) respectivamente. Debido a sus ideas contrarias al leguiismo es desterrado a los Estados Unidos. Al regresar, en 1931, después de la caída de Leguía, es elegido representante de Arequipa ante el Congreso Constituyente. También fue Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas (en 1959 y 1960). Entre otros cargos más.
Sus obras más importantes son: (1) La filosofía del Derecho y el método positivo (1904); (2) El Perú antiguo y los métodos sociológicos (1908); (3) Ensayos de psicología nacional (1912); (4) La crisis presente (1914); (5) Meditaciones peruanas (1917); (6) La realidad nacional (1931); (7) El Cristo de la Fe y los Cristos literarios (1936); (8) Peruanidad (1942); (9) La síntesis viviente (1950); (10) Inquietud, serenidad, plenitud (1951); (11) El planteamiento del problema nacional (1962); (12) Veinte años de Naciones Unidas (1966).

En su emblemática obra titulada La Realidad Nacional, Belaunde intenta responder a Mariátegui, desde su ‘cristianismo integral’, frente al ‘socialismo integral’ del amauta. De él y de su pensamiento, Luis Carlos Arias Schreiber (prólogo de La Realidad Nacional, 2005 (1931), p.8), escribe:
…el pensamiento de Belaunde evolucionó a lo largo de los años, aunque desde el inicio estuvo signado por su catolicismo militante y su convencimiento de que la concepción cristiana es el camino para solucionar los grandes problemas nacionales.

Es muy notoria entonces, la militancia católica, en la respuesta de Víctor Andrés Belaunde a los ensayos mariateguinos. Pareciera, incluso, que es Mariátegui quien marca la agenda y sobre la cual, nuestro autor de turno, escribe. Su punto de vista pareciera ser apasionadamente apologética de la labor católica en el mundo y, consecuentemente, en América Latina.

La respuesta de Belaunde a Mariátegui
Para V. A. Belaunde, el modo de Mariátegui, de tratar el sentimiento religioso, es ‘moderno y generoso’ (p.73). Moderno, en tanto que incorpora a su crítica de la religión, los estudios científicos que se habían realizado hasta su tiempo. Generoso, en tanto que no destila anticlericalismo, por lo tanto, ni va con los radicales ni con los marxistas; en el sentido de satanizar el sentimiento religioso en el ser humano. Sin embargo, y a pesar de todo esto, Belaunde se queja principalmente de dos cosas, en los siete ensayos de Mariátegui: (1) en que coloca ‘a todas las religiones en el mismo nivel’ y; (2) su simpatía con el protestantismo y las conclusiones del estudio de Waldo Frank. Lo primero lo explica en términos de su ideología socialista, ‘hermano siamés’ del capitalismo. Mas adelante, nuestro autor de turno, va a escribir en relación a este punto:
Esa misma simpatía hacia el protestantismo lo lleva a dar una explicación equivocada de la falta de espíritu proselitista o misionero en Norteamérica y del esfuerzo evangelizador en el Imperio Español (p.74)

Protestantismo y misiones
Para V. A. Belaunde, ‘el protestantismo no tiene espíritu misionario. Sus misiones datan del siglo XIX y bajo la forzada imitación del catolicismo…’ (p.74). Nuestro autor, se está refiriendo evidentemente al protestantismo de origen del siglo XVII, en cuyo seno la misión fue algo incipiente. Belaunde, al igual que Mariátegui, parece tener en mente a los pioneer puritanos y su labor de coloniaje en la nueva Inglaterra. Ha quedado demostrado una y otra vez, que los primeros protestantes que llegaron a nueva Inglaterra, no tenían una motivación misionera, sino colonizadora. No se puede juzgarlos por algo que ellos no habían venido a hacer. Eso sin embargo no puede descalificar a todo el protestantismo. Basta ver los grandes movimientos misioneros en la historia[1], para ver que el protestantismo, contrariamente a lo que pensó V. A. Belaunde, es una iglesia netamente misionera. En su lucha por resistir y minimizar la simpatía de Mariátegui por el protestantismo, V. A. Belaunde pretendió quitarle originalidad a las misiones protestantes, reduciéndola a una tosca réplica de las misiones católicas. Nuestro autor parece consolarse con la grandeza de las misiones católicas en la amazonia. Su conclusión, siempre en el afán de refutar a Mariátegui, es que la grandeza del misionero español y francés, opacó al pioneer puritano (cf. p.74). V. A. Belaunde encuentra justificación para esto en la preferencia de algunos historiadores norteamericanos, como en el caso de Parkman y otros, quienes, ‘han preferido, a los trabajos de los colonos sajones, las andanzas y los viajes de los jesuitas’ para escribir tramas de tipo pintoresco y heroico (p.75).

Evaluación de la religión incaica y su evangelización
V. A. Belaunde no tiene mayores problemas al momento de reconocer el esquema de Frazer, asumido por Mariátegui. En este punto, nuestro autor escribe:
Creo, igualmente, acertada la aceptación de la hipótesis de Frazer sobre el carácter divino de lo reyes, y suscribo también los juicios sobre la influencia teocrática o religiosa en la consolidación del orden social’ (ibíd.)

Para V. A. Belaunde el esquema de Frazer (en la que iglesia y estado se funden y confunden) ha permanecido en la mayoría de las religiones, ‘hasta el advenimiento del cristianismo’ (ibíd.). La religión incaica fue, según el criterio de V. A. Belaunde, una ‘confederación de fetichismos… bajo la presidencia del culto solar… [que] había recorrido su curva máxima’ (p.76), es decir que su ciclo estaba asistiendo a su propia defunción.

Nuestro autor nuevamente marca distancia del amauta –a quien acusa de tener prejuicios contra el catolicismo[2]- al evaluar la evangelización católica de los conquistadores, hacia los indígenas peruanos. Recordemos que Mariátegui había sostenido dos argumentos en torno a la tarea evangelizadora del catolicismo: (1) que al caer el estado, caería también la religión, puesto que ambos significaban lo mismo, allanando así el camino para el catolicismo; y, (2) la pomposa liturgia católica como arma efectiva de evangelización. Belaunde disiente claramente del primer argumento, aun cuando se inclina parcialmente por el segundo, aunque de ninguna manera ‘puede colocarse al lado del elemento principal’ (ibíd.). Por encima del segundo argumento de Mariátegui (tomado de Emilio Romero), nuestro autor coloca ‘el magnetismo apostólico de hombres de tan alta espiritualidad…’ como el arma más efectiva (ibíd.). Su fuerza, siguiendo a nuestro autor, no se posicionó en la liturgia sino en el espíritu, aunque más adelante infiere la espiritualidad católica a partir de su liturgia.

Espiritualidad protestante
V. A. Belaunde ve el protestantismo como un renegado de la liturgia, de la organización y de la jerarquía[3] (obviamente católica), siendo esta la razón de su fracaso (¿?). Las aseveraciones de V. A. Belaunde debemos de ubicarlo en el contexto de la conquista y la colonia, donde la presencia del protestantismo se redujo a una débil sombra en el paisaje religioso de la época, y esto no por cuenta propia, sino por la relación Iglesia católica-Estado, excluyente -y hasta inquisidora- de otras religiones diferentes a la católica. Esto último parece estar lejos de la memoria selectiva de nuestro célebre pensador peruano. Su perspectiva de la Tradición católica, parece llevarle a valorar a esta por encima de la Biblia. La sola scriptura parece no ser suficiente para generar espiritualidad, no sucede así con la Tradición, sostiene. En torno a esto escribe, ‘La Biblia es letra y no espíritu… Tradición es jerarquía, y comunidad, liturgia’ (p.77). Para nuestro autor la liturgia provee espiritualidad, pero esta viene, sin duda, atada a la Tradición.

Protestantismo, política y economía
Además de acusar al protestantismo de falta de espiritualidad[4] -por haber renegado de la tradición- V.A. Belaunde es muy pesimista con respecto al éxito inicial y pasado del protestantismo, condicionándolo al apoyo de los príncipes germánicos:
Sin el apoyo político del rey de Inglaterra y de los príncipes alemanes, el protestantismo no habría sido sino una de las tantas herejías, como aquellas de que triunfó la iglesia en la Edad Media (p.77).

No solo no es cierta la declaración de V.A. Belaunde, sino que olvida la historia política de su propia iglesia. Si el catolicismo se debilito, porque el rey de Inglaterra y los príncipes de Alemania le dieron su apoyo político al protestantismo, entonces, mientras duro su hegemonía en Europa, ¿no fue por ese mismo apoyo político, del cual él se resiente, que los mantuvo triunfantes sobre todo tipo de ‘herejía’ medieval?

Las acusaciones de V.A. Belaunde continúan en el plano político y se elongan hasta alcanzar el tema económico. En lo político culpa al protestantismo de acentuar el absolutismo de los reyes y príncipes protestantes y de acentuar la brecha económica ‘entre el pobre y el rico’ (ver p.78). En esto también parece olvidar nuestro autor el absolutismo religioso de los papas, que sujetó no solo a la plebe sino también a reyes y príncipes. Absolutismo que fue más nefasto por donde se le mire. No quedó un centímetro cuadrado libre de la avaricia del clero que sobrevivió parasitariamente de los ricos y pobres, gracias a la gran estafa religiosa de las indulgencias y el trafico de ‘pasaportes’ al cielo y al infierno.

Nuestro autor piensa que el catolicismo, al igual que el protestantismo, habría conducido a la humanidad hacia ese mismo capitalismo (‘edad mecánica’ en el lenguaje de V.A. Belaunde) del cual habla Mariátegui, sólo que con más lentitud y ‘con menos injusticia y más sólidamente’ (p.79). En esto, nuestro autor es elevadamente especulativo, no se puede sacar conclusiones de algo que no ha sucedido. Teorizar la historia futura siempre será una tarea especulativa si esta no va acompañada de hechos concretos y verificables en el presente.

Protestantismo y contrarreforma
La contrarreforma, frente a los ojos solitarios de V.A. Belaunde, se convierten mágicamente en ‘un milagro espiritual’ (ibíd.). Su cerrada defensa del catolicismo -del cual es acérrimo militante- procura buscar aliados entre los protestantes mismos, para elevar a la contrarreforma a la categoría de empresa divina. Así, escribe, ‘Son hoy autores protestantes los primeros en admirar la obra de Loyola’ (ibíd.). Sin embargo no menciona cuales son tales ‘autores’ ni el contexto en el cual escribieron. Por otro lado acepta que ‘El catolicismo que vino a América no fue el catolicismo de triunfo o de equilibrio medieval, sino el de exaltado fervor y fiebre beligerante de la contrarreforma’ (pp.79-80), pero olvida que ese mismo catolicismo beligerante fue el que mató, en opinión de Mariátegui, a Atahualpa. Más adelante, V.A. Belaunde mismo, suscribe la conclusión de Mariátegui de que el ‘Santo Oficio se comportó más como una institución política que como una institución religiosa’ (p.83). En esto olvida que contrarreforma y Santo Oficio son dos caras de una misma moneda.

Catolicismo latinoamericano: ¿mariano o cristocéntrico?
Para nuestro autor de turno, el culto mariano es el resultado de la semilla católica y española, plantada en el macetero latinoamericano. Es decir, que esta fue una expresión cultica que germinó en ‘suelo de América’, del cual se nutrió. Lo mariano pertenece a América Latina, mientras que lo cristocéntrico, a ‘la vieja raza’. En esto concuerda con Mariátegui y John Mackay (El otro Cristo Español, 1952).

Defensa de la decadencia del clero católico
V. A. Belaunde trata de justificar la decadencia del clero católico, hecho que Mariátegui había sacado a la luz, y de la cual Belaunde se convierte en abogado cumplidito. En sus propias palabras, nuestro autor dice, ‘La decadencia eclesiástica, si la hubo en el extremo en la que nos la pintan, tuvo una causa bien definida: la sujeción de la Iglesia al Estado[5]’ (p.83). De esta manera, Belaunde no sólo quiere justificar los errores y horrores del clero, sino que culpa al Estado al cual el mismo sirvió y representó muchas veces.

Además de defender la decadencia moral y espiritual, Belaunde trata también de defender la decadencia intelectual del clero, y en esto acusa a Javier Prado –y sus ideas, las cuales Mariátegui suscribe sin problemas- de su criterio ‘dieciochesco y positivista, para juzgar la filosofía eclesiástica’ (ibíd.)

Catolicismo e independencia
Belaunde encuentra, polarizada, la performance del clero durante la independencia. Por un lado, el alto clero, fiel a la causa española, y, el bajo clero, partidario de la causa libertaria. Para justificar su lectura de la independencia, y el papel del clero, nos provee los ejemplos de Justo Sierra en México, Luna Pizarro y Mariano José Arce en el Perú. Aun cuando no se puede dejar de desconocer la labor de estos ilustres peruanos, Belaunde olvida que la iglesia, como institución, nunca obedeció a los intereses de los que propugnaban la independencia y la conformación de una nueva república. La posición ‘oficial’ de la iglesia, nunca tuvo simpatía ni sintonía con la independencia peruana, nunca se atrevió a ir en desmedro de la corona española. A pesar de no estar oficialmente comprometida con la causa libertaria, V.A. Belaunde reconoce que ‘La revolución fue un movimiento nacionalista y democrático, pero no anticlerical’ (p.84).

El rol del liberalismo y el radicalismo frente al catolicismo
Ante los ojos de nuestro ilustre autor, el liberalismo se torna ‘tímido’ y fracasado al momento de realizar ‘algunas reformas de verdadera hostilidad contra la iglesia’ (p.85). El juicio de Belaunde es acertado en este punto. Nunca, como país, tuvimos un movimiento tan solido, cohesionado y relativamente numeroso que intentara una reforma desde adentro de la Iglesia católica. Los pálidos intentos de separar la iglesia y el estado, siempre estuvieron mediados por un catolicismo (conformado por clero y feligresía) recalcitrante e inquisidor; dispuesto a allanar toma valla, erigida delante de su camino. Nuestro autor mismo nos recuerda el intento fallido del 67, derrocado por la revolución del 68. También el radicalismo palideció frente al catolicismo vigoroso y dominante de la época. En palabras de V.A. Belaunde, ‘El radicalismo en el Perú dejó énfasis retóricos, gestos de rebeldía y estéril pugnacidad’ (p.86).

Tanto liberalismo y radicalismo, no fueron suficientes para propugnar una nueva república moderna, erigida a la altura de los estados emergentes del siglo XIX, que, en la mayoría de casos, eran de tradición protestante. La acérrima militancia católica de V. A. Belaunde, no le permitió ver en estos ejemplos de nación, un modelo a considerar.


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[1] Tenemos en mente los tres grandes movimientos misioneros en la historia de la Iglesia protestante: (1) el primero gestado en Europa (principalmente en Inglaterra); (2) el segundo, nacido en los Estados Unidos y; (3) Las misiones desde la ‘periferia’ del mundo (básicamente desde Corea del Norte y América Latina). Además de esto nuestro autor parece no conocer la monumental labor de los Moravos en el Caribe.
[2] Ver p.76.
[3] Ver p.77. Sin duda, nuestro autor, se está refiriendo al protestantismo de origen, de tradición reformada, que, en buena cuenta, estaba encontrando y construyendo su propia identidad litúrgica. El protestantismo latinoamericano actual está nítidamente marcado por su liturgia dinámica, participativa y festiva. En la actualidad, contrariamente a lo sostenido por V.A. Belaunde, se considera que la liturgia protestante latinoamericana (específicamente hablando del pentecostalismo y carismatismo) es mucho más creativa que la católica.
[4] En esto V.A. Belaunde parece olvidar los grandes avivamientos de Europa y de los Estados Unidos. Si eso no tuvo una carga fuerte de espiritualidad entonces ¿que fue?
[5] Mas adelante (p.84) V.A. Belaunde escribirá, ‘El gran cáncer de la Iglesia colonial fue su sometimiento al rey; la gran desgracia de la Iglesia durante la República ha sido su dependencia del presidente y los nombramientos episcopales por el Congreso. El resultado han sido las infelices designaciones eclesiásticas; la unión de la política y de la religión, la tendencia de nuestro clero de ver al presidente, como la del clero colonial de ver al rey, y de rendirle repugnante pleitesía.’

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