viernes, 2 de mayo de 2008

Religión y Política en el Perú IV


LA PARTICIPACIÓN DE LOS EVANGÉLICOS EN EL INFORME FINAL DE LA CVR


Introducción
Durante los funestos años de los enfrentamientos armados entre los movimientos terroristas y el Estado peruano, los evangélicos no estuvieron en la periferia de los conflictos, estos pagaron algunas facturas ajenas frente a la violencia terrorista, nunca se mantuvieron indiferentes a la problemática, que tal lucha comportaba y la enfrentaron con creatividad, valor y, sobre todo, con mucha esperanza y fe. Las comunidades evangélicas rurales nunca fueron amedrentadas por las hordas terroristas, al punto de producir entre ellas, una huida masiva de pastores y feligreses, por el contrario, su accionar fue decisivo para (1) proveer una pastoral de consolación, no sólo a sus fieles, sino a todos los comuneros, de manera inclusiva; y, (2) ayudar en la derrota de la violencia terrorista, mediante la conformación de Comités de Autodefensa. Con el informe de la CVR, por fin se expone con justicia cual ha sido el rol de las iglesias evangélicas durante la época aciaga del terrorismo.

Antecedentes de la CVR (Comisión de la Verdad y la Reconciliación)
El 04 de junio del 2001, el presidente del gobierno de transición democrática, don Valentín Paniagua Corazao[1], creó el Grupo de Trabajo Interinstitucional, con la finalidad de crear mas adelante lo que se denominaría la Comisión de la Verdad (CV), mediante Decreto Supremo N° 065-2001-PCM. En dicha comisión estarían representadas las siguientes instituciones peruanas: Ministerio de Justicia, Interior, Defensa, Promoción de la Mujer y del Desarrollo Humano, la Defensoría del Pueblo, la Conferencia Episcopal Peruana, el Concilio Nacional Evangélico del Perú y la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (‘Introducción’ en el Informe Final CVR, p.22).

La Comisión de la Verdad (CV) entonces recibe su partida de nacimiento, ‘con la finalidad de esclarecer la naturaleza del proceso y los hechos del conflicto armado interno que vivió el país, así como determinar las responsabilidades derivadas de las múltiples violaciones de los derechos fundamentales…’ (ibíd., p.19). Durante el periodo gubernamental del presidente Alejandro Toledo (2001-2006), lo que hasta ese momento era la Comisión de la Verdad fue ampliada y reorientada a la labor reconciliatoria, entonces, la comisión no sólo debería mostrarnos la verdad, sino que, a partir de esta, debería intentar una reconciliación entre todos los peruanos. De ahí en adelante se le denominaría la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Fue creada el 4 de septiembre, mediante el Decreto Supremo N°101-2001-PCM.

La comisión no debía de minimizar, ni mucho menos ocultar los actos delictivos, aun si este viniera del mismo Estado[2]. Su motivación, tal como se menciona en el IF, descansaba sobre la base de la defensa de la persona y el respeto de su dignidad (ibíd.). Por eso, la CVR no debía ni ocultar ni negar los actos delictivos viniera de donde viniera, tenía que ser honesta y fiel a su vocación. El trabajo de la CVR ponía en ejercicio el derecho de los peruanos a conocer su pasado por más indigno que este fuera. La vergüenza del pasado sería un hito para saber cuales son los límites que la sociedad peruana no debe transgredir ni dejar que esta recurra en su historia. A partir de este informe, todos miraríamos tanto el pasado como el futuro, de manera diferente. Los peruanos entendimos que nada puede estar por encima de la persona humana, que los proyectos políticos son viables en tanto mejoren la calidad de vida de los individuos, no que lo destruyan.


Partes que aluden a la actuación de los evangélicos en el Informe Final de la CVR
Nos estamos refiriendo fundamentalmente a dos apartados, muy importantes en el documento final producido por la CVR, que ayudan al entendimiento de la participación de los evangélicos en las dos décadas que se propuso investigar la comisión. Ellos son, el tomo III, apartado 3.3, correspondiente a ‘Las organizaciones sociales’, en la que se recoge cual fue la actuación de los dos grupos religiosos mayoritarios (tanto la iglesia católica como la evangélica) y de que manera estuvieron involucradas y afectadas durante la época que duró la violencia terrorista en el Perú. A las iglesias evangélicas se les dedica el punto 3.3.2 del IF, con un total de 26 páginas (pp.464-490). Ahí se registra el accionar de las iglesias evangélicas rurales, urbanas y algunas instituciones para-eclesiásticas; frente a la violencia de los grupos terroristas y del estado peruano. También es digno de mencionarse el tomo VII, sección 2.10, con un total de 9 páginas (pp.89-97) correspondiente a las ‘Ejecuciones extrajudiciales de creyentes evangélicos en Callqui’, ocurrido el 01 de Agosto de 1984, en la ciudad de Ayacucho; donde fueron asesinados seis jóvenes de la iglesia evangélica Presbiteriana de Callqui, a manos de la Marina y al mando del funesto Capitán de Corbeta AP, Álvaro Artaza Adrianzén.

Resistencia, consolación e indiferencia
Con estas palabras Alfonso Wieland[3] (‘Resistencia, consolación e indiferencia’, publicado en www.idl.org.pe/idlrev/revistas/159/159awieland.pdf) plasma inequívocamente la realidad de las iglesias evangélicas rurales, en su lucha por resistir el embate virulento de los grupos terroristas y de las fuerzas armadas en el Perú, durante las dos últimas décadas del milenio.

Resistencia
La forma tan heroica como las comunidades cristianas evangélicas resistieron la subversión, no nos sorprende ni asombra, puesto que esta siempre ha sido una marca indeleble en su historia, la historia de la iglesia. Los mártires modernos de la historia de la iglesia en el Perú, nos han demostrado que han sido fieles a su valiente herencia, que ha adornado y perfumado la historia, con el sacrificio gozoso de su martirio. No hay diferencia entre aquellos valerosos cristianos de los primeros siglos que se entregaron a la hoguera, o a la boca de las fieras, en la caliente arena del coliseo romano o ante las formas de sacrificio más inverosímiles que la mente humana haya imaginado; y los cristianos evangélicos masacrados cruelmente por la violencia armada del terrorismo o del ejercito peruano.

En su IF (apartado 3.3.2), la CVR destaca cual ha sido la respuesta de los pastores evangélicos rurales, al terrorismo de estado: ‘El accionar de las fuerzas del orden, aunque probablemente sin seguir un patrón político especial contra las iglesias, no provoco una huida masiva de pastores’ (p.465). Sin embargo, la respuesta no solamente fue la resistencia, sino también la denuncia profética contra el sistema, con todos los rigores que esto implicaba. Más adelante el IF (ibíd.) señala:
La comunidad evangélica denunció no solo los actos de terror de los grupos subversivos, sino también de otros actores como miembros de las Fuerzas Armadas y en su momento algunos Comités de Defensa Civil, que mimetizaron discursos y prácticas de terror y muerte. Denunciar a estos actores que tenían el control total de la zona, significaba exponerse a posibles desapariciones o muertes, como efectivamente sucedió con miembros de la comunidad. Expresan, sin embargo, que ello significó recuperar un sentido de ciudadanía, de sujetos de derechos.

Aun cuando la resistencia de estos valerosos creyentes puede ponernos orgullosos también a los evangélicos de la ciudad, no debemos de olvidar que esta fue una expresión sólo de las iglesias rurales de la sierra y de la selva peruana. Tal como lo veremos más adelante, la mayoría de las iglesias urbanas e instituciones para-eclesiásticas, permanecieron indiferentes frente a la situación de los evangélicos olvidados, y atrapados entre dos fuegos. El IF es muy claro al momento de graficar esto (ibíd.):
Las acciones de resistencia se dieron, particularmente, por parte de pequeñas comunidades cristianas pobres ubicadas en la serranía y la selva peruana. Las iglesias fueron en muchas comunidades rurales las únicas organizaciones sociales que no se disolvieron, sino que resistieron y quedaron en pie.

La resistencia evangélica rural no dudo en enfrentarse a SL, al MRTA y al Ejército Peruano, respectivamente. Las amenazas beligerantes de SL y sus calificativos ignominiosos de ser ‘el opio del pueblo’ y el consiguiente chantaje de su exterminio, no lograron paralizar a los valerosos evangélicos ni a sus iglesias. Los evangélicos se tornaron en un obstáculo indeseable para los proyectos revolucionarios de SL (p.468). De esta manera, para la subversión, llegaron a ser los ‘yana umas’ (cabezas negras)[4], enemigos declarados de SL. Lejos de reconocer la importante labor de los protestantes (tal como lo había hecho en su momento Mariátegui) en el desarrollo de los pueblos, SL los vio como agentes de la alienación capitalista y por lo tanto una enorme roca a remover en su camino a la revolución (pp.468-469). El IF señala algunos casos específicos de amenaza/resistencia/masacre en los poblados rurales de la serranía y selva peruana. Así podemos encontrar, por ejemplo, los casos de las siguientes comunidades:

(1) Ccano y Santa Rosa. De la comunidad de Ccano, el IF (p.469) va a relatar:
En Ccano, cuya población era mayoritariamente evangélica, el PCP-SL incursionó en 1991 en la Iglesia Pentecostal, descargando ráfagas de metralleta al interior del templo; «luego ingresaron y remataron a golpes a los agonizantes. No contentos con ello rociaron los cuerpos y el local con gasolina y les prendieron fuego. Entre las víctimas se encontraban niños, mujeres, ancianos y jóvenes» (Del Pino: 163). Los ronderos de Ccano eran los más odiados por el PCP-SL por su alto grado de organización.

El resultado de esta incursión, fue la valerosa muerte de 31 evangélicos, cuyas vidas forjadas en la fe, adornaron y alumbraron el cielo de La Mar, ese día. Sus historias quedarían por siempre registradas en los ignorados registros de los evangélicos rurales del Perú, durante las décadas de terror y la violencia subversiva. Esto sucedió el mes de Febrero de 1990.

En Santa Rosa la descripción de los hechos es igual de violenta (Del Pino, 1996, p.163, citado en el IF de la CVR, pp.469-470):
En la comunidad de Santa Rosa el 27 del mismo mes (julio de 1984) unos 60 senderistas… portando metralletas, pistolas y escopetas se dirigieron a la iglesia, la rodearon y desde la puerta lanzaron petardos de dinamita y dispararon ráfagas contra los evangélicos que oraban en su interior. Antes de retirarse dejaron un cartel que rezaba: así mueren las mesnadas traidoras del pueblo. El ataque dejó seis evangélicos y un católico muerto, además de siete heridos, entre ellos Alfredo Vásquez, pastor de la iglesia, quien habría respondido en voz alta a los lemas senderistas: Nosotros servimos a Dios, no queremos dos patrones.

(2) Callqui (Huanta, Ayacucho), donde murieron 6 jóvenes durante un culto de oración de una iglesia Presbiteriana. El ataque fue dirigido por los agentes de Marina, al mando del tristemente recordado Capitán de Corbeta AP, Álvaro Artaza Adrianzén. Esto sucedió el 1 de Agosto de 1984.

(3) Toronto (Huanta, Ayacucho), aquí fueron sacrificadas la vida de 6 valerosos cristianos evangélicos, cuyas sangres derramadas fueron verdaderos ‘sacrificios vivos’ delante de la presencia de Dios. La incursión fue durante un culto de adoración, celebrado en la iglesia Presbiteriana del lugar, a manos de SL, en el mes de octubre de 1986.

(4) Conayre (Huanta, Ayacucho), donde murieron 25 fieles pentecostales de las Asambleas de Dios del Perú. La incursión se dio durante un ayuno que había programado la iglesia local. Fueron aniquilados a manos de SL, en el mes febrero de 1989.

Además de estos asesinatos colectivos en templos evangélicos, hubo también muertes individuales de creyentes en las incursiones violentistas de SL a sus comunidades. El IF de la CVR recoge un cuadro elaborado por Hinojosa (1995, p.47), que a continuación presentamos:
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Fecha Comunidad Ubicación Asesinados Responsables
Total Evangélicos
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Octubre 89 Sallalli Vinchos-Ayacucho 9 7 (Presbiteriano) SL
Enero 90 Acos-Vinchos Huamanga-Ayacucho 13 13 (Pentecostal) SL
Enero 91 Ccarhuahuarán Huanta-Ayacucho 22 9 (Asambleas de Dios) SL
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Sin duda, la violencia terrorista contra los evangélicos, también fue el resultado de la negativa de estos a apoyar la causa revolucionaria. Los evangélicos habían llegado a entender que, ‘la ideología senderista va en contra de sus principios cristianos’ (p.469), eso explicaba su censura y oposición al proyecto sangriento de los grupos terroristas. Entre la vida cómoda y el sacrificio violento -pero siendo fieles a sus convicciones- estaban resueltos y orientados hacia lo último. La vida no tenía sentido ni merecía ser vivida si fallaban en el momento más álgido de sus vidas: la prueba de su fe. Se hicieron fuertes en la debilidad, asumieron e interpretaron las vicisitudes vividas como parte de la voluntad de Dios, como el camino que su Dios había diseñado en su voluntad para sacarlos de este mundo y aproximarlos a su eterna presencia. Su muerte era la factura de la fidelidad al Dios único, ninguna ideología por más justa que se presentase, ni ningún sistema o personaje, podía robar el lugar preferencial y único del Dios celoso que no comparte con otro su Gloria.

La iglesia no solamente tuvo que resistir y exhibir su fe con dignidad, frente a los dos grupos terroristas (SL y MRTA) sino también frente al EP y algunas veces ante Comités de Autodefensa, quienes ‘comenzaron a adoptar los discursos y las formas de acción de los militares…’ (p.474), siendo denunciados por parte de los pastores, por los atropellos que estos cometían. El resultado de esta valiente denuncia fue la muerte del pastor Aurelio Mozombite del poblado de Quimbiri, Cuzco. El IF describe en estos términos, este lamentable hecho (ibíd.): ‘Ante sus constantes prédicas en contra de este nuevo tipo de violencia, los ronderos optaron por amenazar abiertamente de muerte al Pastor y su familia, amenaza que finalmente se cumplió’. Si hay algo que puede caracterizar a las iglesias evangélicas rurales, en esta época, es su fe, valor y coraje. Estas cosas la llevaron a resistir valientemente, pues ellos:
… no se dejaron apabullar por los discursos ni por las prácticas del PCP-SL, el terror no los paralizó y con la cautela del caso continuaron con sus prácticas de fe, en medio de acciones terroristas del PCP-SL y los abusos que miembros del Ejército cometían, tales como ejecuciones y desapariciones de ciudadanos acusados de «soplones» o «colaboradores» (p.477)

La resistencia tuvo secuelas directamente entre los pastores evangélicos, por eso:
Entre el año 1983 y 1984 fueron asesinados en Ayacucho 12 pastores evangélicos de zonas rurales, principalmente de la Iglesia Presbiteriana y de la Iglesia Pentecostal del Perú, que eran las congregaciones evangélicas más extendidas en la zona. Se presume que fueron victimados por el PCP-SL porque muchos de ellos eran autoridades locales y se opusieron a la prédica terrorista en forma rotunda (IF, p.470).

En general, la resistencia evangélica dejó un total de 529 creyentes, entre pastores y fieles, según un cálculo hecho por el CONEP[5] y consignado en el IF de la CVR (cf. p.467).

No obstante todo lo descrito anteriormente, no podemos concluir que la resistencia fue solamente en términos de valentía para asimilar el martirio y para proferir su denuncia profética; hubo, juntamente con esto, una respuesta espiritual, hermenéutica, apologética y el compromiso social de la iglesia. De esa manera podemos encontrar: (1) la respuesta espiritual, que se implementó mediante las jornadas de oración, ayuno, vigilias y estudios bíblicos (cf. p.478); (2) lo hermenéutico, que se evidenció en el hecho de interpretar creativamente la situación que estaban viviendo[6]; (3) la respuesta apologética, la que se tradujo en estudios ‘sobre la justicia, la conversión, el pecado y el significado de la violencia para los cristianos’ (ibíd.) y, finalmente; (4) las prédicas sobre ‘la responsabilidad social del creyente’ (ibíd.) y su compromiso frente a la situación de los enlutados y sus comunidades devastadas.

Entre las iglesias urbanas la resistencia se evidenció en la tarea de asistir a los desplazados y enlutados; tanto como la defensa jurídica de los injustamente encarcelados. Muchos evangélicos fueron blanco de acusaciones falsas por parte de terroristas ‘arrepentidos’, quienes por la presión de ser liberados de cargos y/o recibir beneficios de la llamada ‘ley de arrepentimiento’, terminaban incriminando a quien se le cruzaba en el camino. Tal fue el caso de Juan Abelardo Mallea Tomailla, miembro de la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera de Comas, detenido injustamente el 10 de Julio de 1993, después de realizar un servicio de taxi a un vecino terrorista, a insistencia de este. Juan nunca supo a que se dedicaba su vecino. Fue presentado injustamente como la persona que había elaborado los planos que permitieron la ubicación de los restos de los alumnos y el profesor de la Cantuta. El papel que jugo aquí el CONEP mediante la conformación de la Comisión Paz y Esperanza (COMPAZES), que más adelante devendría en la Asociación Paz y Esperanza, sería fundamental para la liberación de Juan Mallea.

Consolación
Como resultado de las experiencias vividas, ‘una respuesta creativa al problema de la violencia’ (p.465) se gestó al interior de las comunidades evangélicas. Frente a la ausencia de solidaridad de las iglesias urbanas, las iglesias de la serranía y la selva peruana desarrollaron ‘una pastoral de consolación…’ que nació como un esfuerzo loable de las iglesias nativas y:
…constituyó una respuesta a miles de personas desesperanzadas que vivían entre dos fuegos. La consolación se convirtió en solidaridad concreta con las viudas, huérfanos, desplazados, los presos, abriendo sus templos como casas temporales de refugio, proveyendo alimentos y ropa, conectándolos con organizaciones humanitarias como la Cruz Roja y organismos de derechos humanos (p.466).

Esta pastoral de consolación fue una lucha paralela, a la desarrollada por la subversión y el Estado. Fue una reacción positiva ‘para acompañar a su comunidad religiosa y a sus vecinos en el dolor de la vida diaria, para promover la esperanza en medio de la desesperanza y, para mostrar una moral superior.’ (p.475)

Por increíble que parezca, las iglesias evangélicas rurales actuaron como comunidades pastorales, terapéuticas y de consolación; no solo para sus fieles y otras personas de su comunidad, sino también con los mismos terroristas, quienes arrepentidos venían a pedirles oración por sus vidas y a entregarse a la fe evangélica. El IF reconoce con justicia la labor de evangélicos en este sentido: ‘muchos de los subversivos, quienes de niños habían participado en las iglesias evangélicas de sus padres, abrazaban la fe y dejaban las armas’ (p.477). En algunos casos los padres de algunos terroristas jóvenes del MRTA pedían oraciones por sus hijos enrolados en la subversión. El IF retrata de manera muy gráfica este hecho:
Con la población jugaron un rol de contención emocional, eran referentes en las comunidades de consuelo, de esperanza, de protección, inclusive para familiares de jóvenes que se habían enrolado en el MRTA, que no profesando la fe evangélica, pedían a los pastores que intercedan ante Dios por sus hijos o hijas, que «andaban por los montes», expuestos a «mil peligros» (p.478).

En algunos casos SL permitió los cultos evangélicos por ‘estrategia’ y conveniencia y no por convicción. Tal fue el caso de la zona del Alto Huallaga. Aquí el IF relata:
…permitió, bajo un severo control, la continuidad de las actividades religiosas de las iglesias evangélicas, como parte de un recurso táctico militar y político. Adoptaron esta estrategia porque los grupos subversivos percibieron que la iglesia jugaba un rol de soporte emocional y de esperanza, constituyéndose en una especie de muro de contención para posibles migraciones, que se comenzaron a generar como consecuencia de los enfrentamientos armados entre el Ejército y ellos mismos. Implícitamente este hecho les daba seguridad de seguir contando con «zonas liberadas», aunque en ellas la población se sintiese cautiva.

Aquí también fue importante la respuesta del CONEP, mediante la conformación de COMPAZES (Comisión Paz y Esperanza), quien proveyó asistencia jurídica, emocional y pastoral a los creyentes y los desplazados[7]. El IF menciona, ‘En ciertas ocasiones, en Ayacucho, solo la Cruz Roja y el CONEP estaban presentes para auxiliar a las víctimas’ (p.483).

Indiferencia
Los evangélicos de las zonas rurales, donde la lucha terrorista estaba presente, no sólo se quedaron prácticamente solos, sino que fueron abusados por las Fuerzas Armadas, quienes se suponían que deberían protegerles. El terror infundido por el EP, en muchos casos, fue más cruel que el de las hordas terroristas. Esto se ve en el hecho que:
En zonas como las del Alto Huallaga, la población evangélica recuerda aun con mayor temor la presencia de los militares antes que la del PCP-SL. Miembros de la comunidad evangélica que han prestado testimonio señalan que «abusaban, robaban, comían gratis, obligaban alojamiento, violaban a sexualmente a las mujeres e inclusive desaparecían a las personas detenidas y, en «Maronilla, un templo muy humilde de bambú y paja, fueron masacrados por el ejército…fueron acribillados…por que según ellos los hermanos están coludidos, ellos argumentaban que también eran senderistas» (p.474).

Aun esto podría ser tolerable, sin embargo, y tal como lo recoge el IF, la mayor indiferencia provino de la misma iglesia evangélica rural, las instituciones para-eclesiásticas y los misioneros extranjeros. En cuanto a este hecho el IF va a mencionar:
Sin embargo también hubo indiferencia y silencio, de una parte significativa del liderazgo evangélico nacional, de las iglesias urbanas de Lima y ciudades de provincia, particularmente las iglesias más grandes numéricamente hablando. Algunos apoyaron tímidamente la labor del Concilio Nacional evangélico del Perú (CONEP), entidad que estableció en agosto de 1984 un Departamento de Servicio Social (Paz y Esperanza) con el propósito de atender a evangélicos afectados por la violencia. Otras simplemente fueron indiferentes e incluso contrarias al trabajo que realizaba el CONEP. Si bien la indiferencia prevaleció mayoritariamente en las iglesias urbanas, es necesario señalar que hubo sectores que consideraban como parte del corazón de su misión el rechazo a la violencia y denuncia a los actores que violan la dignidad humana (p.466).

Con respecto a la respuesta de los misioneros, va a informar: ‘la mayoría de misioneros extranjeros tuvo que salir de esos lugares, dejando en manos de pastores o lideres laicos locales la dirección de las iglesias’ (p.465). Igual de duro va a ser la CVR, en su IF, con las iglesias urbanas, específicamente las metropolitanas:
Para las iglesias metropolitanas que cuentan con una mayor estructura organizacional y de recursos; la violencia era interpretada como la ausencia de Dios en el corazón de los hombres, primando como praxis la proclamación verbal del evangelio para alcanzar la misericordia de Dios para nuestro país. Los condicionantes sociales y políticos no formaron parte de su lectura para entender la violencia política, ésta fue interpretada desde una espiritualidad divorciada de su contexto social.

De esta manera, el IF de la CVR ha venido a entregarnos, lo que a nivel evangélico hemos querido ocultar. Sin duda este capítulo en la historia de la iglesia evangélica en el Perú, debe de estar presente en nuestras memorias, para ejemplo de valor y fidelidad hasta la muerte, y para que las sombras de la indiferencia no recurran nunca más en nuestra historia futura.


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[1] El Presidente Paniagua siempre estuvo seguro de lo que quiso con respecto a la época del terrorismo. Su iniciativa devino en la conformación de una comisión interinstitucional que trabajara en desentrañar los sucesos y delitos que habían marcado la historia gris de la violencia terrorista durante los años 1980 al 2000, en el Perú.
[2] En torno a esto, el IF de la CVR anota (‘Introducción’): ‘La discusión sobre los alcances del mandato fue, indudablemente, la más compleja, puesto que debía ocuparse de la competencia de la CVR. El Grupo de Trabajo Interinstitucional propuso que la CVR examinase delitos atribuibles a todas las partes del conflicto, esto es, «tanto los hechos imputables a agentes del Estado, a las personas que actuaron bajo su consentimiento, aquiescencia o complicidad, así como los imputables a los grupos subversivos.» (Grupo de Trabajo Interinstitucional, 2001. Artículo 1º)’
[3] Director ejecutivo de la Asociación Evangélica Paz y Esperanza, una de las instituciones que se convertiría en una luchadora incansable por la libertad y los derechos humanos de evangélicos y, mas adelante, personas afectadas por el terror violentista de los grupos armados en el Perú.
[4] Con este vocablo quechua, SL aludió a los ronderos de los Comités de Autodefensa, que en algunos casos, surgieron bajo el liderazgo de pastores y fieles evangélicos.
[5] El recuento del CONEP se hizo al mes de Julio de 1992.
[6] El IF (p.477) detalla en este punto: ‘…interpretaron la violencia como tiempos apocalípticos «cumplimiento de los tiempos», «es el pecado del hombre» el que explica la violencia, la «degradación del hombre», detrás del cual está Satanás, de modo que los subversivos fueron percibidos como expresión de las fuerzas de la oscuridad contra la que se sentían llamados a luchar.’
[7] La labor del CONEP, logró canalizar la ayuda y presencia evangélica evangélica en cuanto a (1) micro créditos; (2) capacitación laboral; (3) aprendizaje escolar; (4) salud, alimentación y vivienda, y; (5) asesoría legal.

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