Pasaje: Santiago 4:11-17.
Tema: La falta de humildad en la vida cristiana
Introducción
En esta sección hay una crítica muy fuerte, sobre todo a los ricos comerciantes, quienes se muestran orgullosos y autosuficientes, debido a su posición y su dinero. Hablan mal de los demás, convirtiéndose en jueces de ellos y quitándole el lugar a Dios. Hacen planes personales, pensando que pueden vivir sin Dios y pretenden tener control sobre el futuro. No apelan a la voluntad soberana de Dios, lo omiten y por lo tanto pecan.
En general, nuestro autor quiere dejarnos en claro de qué es lo que pasa cuando la humildad escasea en la vida de las personas.
I. Conduce al orgullo (vv.11-12)
A. El orgullo empuja a la murmuración contra los demás.
Las personas que son gobernadas por el orgullo, se precian a si mismos como perfectos, por lo tanto sólo pueden ver los defectos de los demás y no los defectos propios. La murmuración que alude Santiago, es una que destruye la dignidad de la persona. Que degrada la dignidad de la creación de Dios, que humilla al hombre (quien ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios), que menosprecia al hermano, quien ha sido comprado por la sangre de Cristo. El CBMH (´Santiago’, p.263) dice acertadamente en este punto: ‘Hablar mal del hermano es una señal de un tono de superioridad de parte de quien lo hace. Quien habla mal de su hermano o hermana se pone a sí mismo… por sobre la persona que está siendo juzgada’.
Santiago ya nos había aclarado anteriormente (2:8)[1] que el desprecio por los demás es pecado e incumplimiento de la Ley. La ley misma prohibía la desacreditación del prójimo (Se lee en Lv.19:16. ‘No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo…’). Es probable que quienes hablan contra los hermanos, todavía se sintieran como fieles cumplidores de la Ley. Para Santiago eso sería simple religiosidad. Hoy en día, el panorama todavía resulta similar, muchos creyentes pensamos que somos buenos cristianos, a pesar de nuestras agrias expresiones en torno a los demás. Para Santiago esto sería, sin duda, pura mundanalidad.
B. La murmuración muchas veces va asociada al juicio.
De la murmuración al juicio hay un trecho muy pequeño. Cuando se murmura de una persona, quien lo hace se coloca en una posición de juez, y a eso no hemos sido convocados en la vida cristiana. Jesús nos enseñó que no debemos juzgar a los demás para que no seamos juzgados. Además nos dejo en claro que con la misma rigurosidad con la que pesamos y medimos a los demás, otros lo harán con nosotros (Mt.7:1). Santiago, al igual que nuestro Señor Jesús, le da mucho valor a la misericordia, ésta debe estar por encima del juicio. Pues, ‘…juicio sin misericordia se hará con aquel que no haga misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio’ (2:13).
C. Juzgar y murmurar de los hermanos, es hacerlo contra la Ley misma.
Como lo dijimos anteriormente, parece que los destinatarios de la carta de Santiago le daban mucha importancia a la Ley. Sin embargo ellos no se daban cuenta que ‘desacreditar a un hermano desacredita la ley de Dios’ (Gregory, p.86). Anteriormente ya había mencionado que nadie puede llamarse fiel cumplidor de la Ley si no lo cumplía en su totalidad (2:10)[2]. Es probable que los hermanos que desacreditaban a otros hermanos, pensaran que no estaban cometiendo pecado, ni mucho menos transgresión de la Ley. Santiago se va a encargar de demostrarles lo contrario. Hablar bien de los demás es una virtud en todas las culturas, todos lo reconocen como algo bueno. Con seguridad que los destinatarios de la carta también lo sabían, por eso su declaración, ‘Si ustedes saben hacer lo bueno y no lo hacen, ya están pecando’ (4:17).
Si juzgar a los hermanos es hacerlo contra la Ley misma, esto al final deviene en un juicio contra el autor de la Ley: Dios mismo. Esto no es otra cosa que herejía. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a Dios? Bien decía el profeta Isaías cuando nos recordaba que ‘…todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia’ (Is.64:6).
D. Sólo hay un juez.
El juicio no nos corresponde a nosotros porque es un acto que va contra el lugar preeminente, que le pertenece al Juez justo. Por lo tanto (Gregory, p.86):
…calumniar a un hermano es usurpar el lugar de Dios. Dios es el único dador de la ley y juez. Solamente él tiene el derecho de imponer sus edictos con vida o muerte (4:12). El cristiano crítico y arrogante le dice a Dios: ''¡Muévete, hazme lugar en tu trono para mí también!"...
Sólo el juez único tiene capacidad para ‘salvar y condenar’, frente a eso, ¿qué capacidad tenemos nosotros?. Aun cuando quisiéramos juzgar a una persona y luego ‘salvarla’, simplemente no podríamos, menos condenarla. Eso sólo le pertenece a Dios.
Mas adelante Santiago (5:9) va a aclararnos que el juzgarnos unos otros, sin permitir que Dios lo haga soberanamente, sólo nos condena. El juez perfecto vendrá pronto, pues ya está a la puerta, entonces que nos encuentre tratando de usurpar su trono. No olvidemos que el primer pecado fue por querer ser como Dios (ver Gn.3:5-7).
II. Conduce a la autosuficiencia (vv.13-17)
A. La autonomía del ser humano es una ilusión (v.13).
Muchos comerciantes entre los creyentes que recibieron la carta de Santiago, se habían tornado autosuficientes y pretendían ser autónomos en cuanto a las cosas por venir. Olvidaron que hay un Dios en los cielos que tiene escrito nuestra historia persona. Todo lo que pasa, es lo que él quiere que pase. Santiago no está criticando la planificación (cf. Lc.14:28-31) sino la autosuficiencia y la arrogancia del ser humano, que no reconoce que Dios está en control soberano de todo y todos. Por eso decimos que la autonomía del ser humano es una ilusión. El hombre podrá recorrer sus caminos individuales por algún tiempo, pero siempre terminará en el destino que Dios ha trazado de antemano en su soberanía. Querrá escaparse de la presencia de su creador, pero al final siempre terminará delante de él (Sal.139:7-8).
El agravante que vemos aquí es la arrogancia y el deseo de hacer dinero (‘traficaremos y ganaremos’) para autosatisfacerse. Tratar de sacar a Dios del sentido de realización. Sacar a Dios de nuestras biografías, colocando nuestras fuerzas, nuestro dinero y nuestra confianza, en el lugar que a sólo a él le corresponde.
B. Nadie puede jactarse del día de mañana, porque es imposible saber lo que vendrá (v.16; Prov.27:1).
Santiago va a decir, ‘toda jactancia semejante es mala…’, porque ésta descansa sobre la base del orgullo personal y el intento de querer controlar el futuro por uno mismo. Dios no entra en las variables de cálculo del que asume la ilusión de la autonomía y la autosuficiencia.
C. La existencia terrenal es incierta y temporal (v.14).
Nuestra vida puede ser tan fugaz, que a veces es un destello tenue en la historia de la humanidad. Nuestra existencia en la tierra es frágil, breve e incierta (Comentario Matthew Henry, ‘Santiago’, p.51). No podemos predecir cuanto tiempo estaremos aquí. Cuando la muerte nos visita, ni todo el dinero que hayamos acumulado servirá para hacerle cambiar de decisión. Eso sucedió con el rico insensato que se dijo así mismo: ‘…Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y regocíjate’ (Lc.12:19b). Dios irrumpe en la escena y le pregunta ‘Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has guardado, ¿de quién será?’ (v.20). Hoy estamos y mañana tal vez no. La vida es incierta y pasajera. Las personas, después de muertos somos olvidados rápidamente, pues, como dice Joel Gregory (p.93), ‘a menos que Dios nos recuerde, estamos perdidos’.
Lo efímero de la vida es algo que la Biblia lo describe con las siguientes metáforas: ‘una sombra que se va (Sal. 102:11), un suspiro, un soplo (Job 7:7), una nube que se desvanece (Job 7:9), y una flor silvestre (Sal. 103:15)’ [Gregory, p.93].
D. En la vida cristiana es mejor descansar en la voluntad de Dios (v.15).
Nadie puede planificar su vida sin considerar la voluntad de Dios. No hacerlo es arrogancia y la arrogancia es pecado. Frente a la manera incorrecta descrita en el sub punto anterior, Santiago, como pastor que instruye con amor, nos presenta la manera correcta de planear: «Si el Señor quiere…». Hay que tener mucho cuidado, porque esta frase se puede trivializar y perder su esencia en nuestros labios. Muchas veces lo utilizamos para evadir una responsabilidad o lo pronunciamos de manera rutinaria[3]. Decirlo tiene que ser una forma como mostramos la convicción de que Dios es soberano y tiene control de nuestra vida.
E. Saber hacer lo bueno, sin hacerlo, es como hacer lo malo (v.17).
Esta es la conclusión final de Santiago en esta sección. Nuestro autor está guardando esta gran verdad –que muchos cristianos pasamos por desapercibido- para el final del capítulo. Es como si tratara de persuadirnos de que la omisión de Dios en nuestros planes, es un pecado en si mismo. Omitir a Dios de nuestros planes es pretender ser dioses de nuestras propias vidas. Ya hemos mencionado que el primer pecado se debió al deseo del hombre de ser como Dios.
De manera general, éste versículo debemos de interpretar como una omisión a hacer lo que es bueno, aun cuando no estemos involucrados directamente en lo malo. El CBMH (‘Santiago’, p.270) lo dice claramente, ‘El cristianismo no es cosa de saber hacer lo bueno, sino de hacerlo’. En conclusión, podemos decir que, ‘lo que uno omite puede ser un pecado tan serio como aquello que uno hace’ (Gregory, p.95).
Conclusión:
Estimados hermanos, no pensemos que la falta de humildad sólo corresponde a los ricos. La realidad es que este mal nos alcanza a todos por igual. Todos necesitamos estar advertidos y ser conscientes de sus resultados funestos en nuestras vidas. El orgullo y la autosuficiencia sólo nos apartan de la presencia de Dios, y esa no es la meta a la cual corremos día a día. Por lo tanto, dejémonos guiar por su palabra, que alumbra nuestro caminar. La vida es pasajera, lo que queda de ella, que sea para darle gloria a él.
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Notas Finales:
[1] ‘pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis convictos por la Ley como transgresores’
[2] ‘Si ustedes obedecen todas las leyes menos una de ellas, es lo mismo que si desobedecieran todas’ (BLS).
[3] Así ha sucedido en la historia, ‘los romanos la cristalizaron en la expresión latina deo volente, de la que deriva nuestro conocido “Dios mediante” (CBMH, ‘Santiago’, p.268). Entre los musulmanes ‘uno podrá escuchar repetidamente el término árabe insalah, que significa simplemente, "si Dios quiere" (Gregory, p.94).
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